El incendio que en estas jornadas afecta a miles de hectáreas dedicadas primordialmente a las actividades agropecuarias, pero que amenaza ya a zonas turísticas y patrimonios culturales en la provincia de Córdoba, vuelve a exponer dramáticamente la necesidad de que el país disponga de elementos y personal suficientes y capacitados para enfrentar estas emergencias y detenerlas antes de que originen mayores pérdidas.
Aún cuando todavía no se ha podido medir la magnitud del desastre, el gobernador de ese distrito calificó la situación de alerta roja, en tanto que otros altos funcionarios admitieron que el incendio se ha tornado incontrolable, indicándose como agravante el hecho de que, para estos días, no se aguardaban lluvias que pudieran sofocar el fuego.
Se sabe que las tareas coordinadas por el gobierno cordobés están siendo desplegadas por unos 350 bomberos, aviones hidrantes y unos sesenta gendarmes. Sin embargo, no se pudo evitar la propagación de las llamas que ya devoraron pastizales, cultivos de trigo, silos, cables y galpones, amenazando ahora a importantes centros turísticos.
Según se indicó, el fuego avanza sin control por un frente de 25 kilómetros de largo en las Sierras Chicas de Córdoba y obligó ya a la evacuación de un centenar de pobladores, mientras que el humo llegó a la capital provincial y la lluvia de cenizas obligó a suspender vuelos en el aeropuerto local.
Pero más allá de ponderar los esfuerzos que despliegan los bomberos y otros efectivos asignados al combate del incendio, no puede dejar de mencionarse que también muchos pobladores libran en estas horas un combate denodado y desigual contra las llamas, provistos tan sólo de su heroísmo y utilizando elementos a todas luces insuficientes para detener el avance del siniestro.
En las últimas décadas el país vino sufriendo catástrofes similares en distintos lugares. Basta con recordar los incendios que afectan a los valiosos bosques del Sur, así como el más reciente de la isla Talavera, entre tantos otros. Y a pesar de que se han advertido algunos avances, todavía no se nota que existan resguardos adecuados y sobre todo que funcionen con la eficiencia necesaria para generar una protección efectiva de la enorme riqueza que significan para el país esos patrimonios naturales.
Es verdad que la labor no es fácil, particularmente cuando la sequía favorece la difusión del fuego. De todas maneras, la experiencia acumulada y la que puede obtenerse de otras naciones donde también existen grandes extensiones de bosques o pastizales y deben combatirse situaciones similares, debiera servir para que, por lo menos, pudieran reducirse los daños que provocan estos siniestros.
La necesidad de contar con organizaciones de combate provistas de los medios necesarios -por caso, que cuenten con una dotación suficiente de aviones hidrantes, sin los cuales resulta literalmente imposible atacar los frentes de fuego en las zonas boscosas- además de la imprescindible asistencia a quienes combaten las llamas, son requerimientos impostergables.
Tan impostergables como la decisión política de poner todos los recursos necesarios al servicio de la lucha contra el fuego, antes de que la riqueza material y turística de tierras aptas para el cultivo, o que integran parques o reservas naturales, puedan perderse por la desviación de los piromaníacos, los arbitrios del clima o la desidia de las autoridades.
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