“Con maquinas andan por todos lados. Vienen sábado y domingo a mover tierra y la maquina apila”, dice Walter Lino Mariño señalando los terraplenes que se erigen del otro lado del alambrado, en el interior del campo vecino a El Riacho.
Los pescadores ya se están acostumbrando a ver pasar las maquinarias viales, pero los movimientos de suelos los están perjudicando: esos terraplenes tapan entradas naturales del mar al campo y el agua –en una marea extraordinaria- podría desviarse hacia el pueblo y llevarse a las construcciones que están en el sector más bajo. En peligro, están varias casas de pobladores que llevan décadas en el lugar y la emblemática escuelita fundada por un grupo de maestros solidarios.
“Hace cinco años, en febrero, una marea extraordinaria con viento sur dejó a varias casas unos 50 centímetros bajo el agua”, recuerda Mariño; trabaja en la pesca desde 1971 y hace 28 años construyó su casa en un médano frente al Golfo San José. Es uno de los veinte pescadores del pueblo que tiene permiso oficial y cuando los peces no aparecen se dedica a buscar pulpos en las restingas. Y como es su único oficio, no piensa irse del lugar.
“Desde hace 30 años que vengo escuchando que nos quieren sacar”, cuenta Mariño. A lo largo de las décadas, los pescadores resistieron los embates de sectores vinculados al turismo y a los negocios inmobiliarios. Con la declaración de Patrimonio de la Humanidad, los precios de las tierras comenzaron a cotizarse en millones y los pescadores quedaron en la mira de intereses poderosos. Están en una tierra pública, delimitada por la línea de marea; pero sin ese poblado la cotización de los campos con salida al mar subirían notablemente.
Los pescadores escucharon hablar de intentos de loteos, de emprendimientos inmobiliarios; pero por ahora sin confirmación oficial; aunque ven pasar máquinas viales muy seguido. Máquinas que hacen terraplenes que les complican los caminos a las zonas de pesca, y que en un futuro podrían desviar el agua del mar hacia El Riacho provocando una inundación.