La contaminación de las aguas del Río de la Plata, señalada en forma reiterada desde diversos sectores y confirmada por distintas investigaciones, constituye -como ya se ha dicho muchas veces- un hecho a todas luces alarmante, en particular porque a ello se suman las dudas existentes sobre el agua que llega a la población. Es decir que no solamente por contacto directo -en el caso de los bañistas que se acercan a la costa en la temporada estival-, sino a través del empleo del líquido en las labores cotidianas por el mero acto de beberlo, pueden experimentarse consecuencias perjudiciales en distinto grado para la salud.
Resulta evidente que la gravedad del problema abarca y compromete no sólo a muchas jurisdicciones oficiales involucradas sino también a los sectores privados frente a los problemas que sufre un estuario que puede ofrecer todavía muchas mejores posibilidades de las que se aprovechan en estos momentos. Lo cierto es que, como en tantos otros casos, los argentinos disponemos en el Río de la Plata de un rico patrimonio y muy poco es lo que se hace por preservarlo.
Es obvia, entonces, la necesidad de iniciar acciones y tratamientos sobre un río que, según todos los estudios realizados, sufre un agudo y a la vez crónico proceso de contaminación. Es desde luego ineludible la aclaración de que todo plan que se elabore para lograr un saneamiento integral no podrá tener un corto desarrollo, sino que se trata inevitablemente de una empresa de largo aliento.
Lo importante es que se concrete el primer paso y se ingrese, con asistencia técnica especializada, en el terreno de las acciones concretas para revertir una situación que lleva ya décadas de agravamiento.
No se puede continuar en la actual sensación de inquietud ante un riesgo concreto para la salud de la región que se abastece de agua corriente proveniente de las aguas de este río, y que además las utiliza durante el verano para fines de esparcimiento. Sobran estudios que han dejado en evidencia la gravedad del cuadro, y si bien muchas veces tales informes originaron expectativas alentadoras, al cabo de un tiempo llegaron los efectos desalentadores de la inacción.
Es evidente que se está en presencia de una anormalidad preocupante y la comunidad local no merece permanecer en tan inquietante incertidumbre. Los valores sociales en juego hacen inexorable un trabajo idóneo y a fondo a fin de encarar y difundir las causas de las anomalías cuyos efectos no son teóricos, sino tangibles. La alteración de las condiciones ambientales y el potencial peligro que constituyen las actuales anomalías para la salud, son causas más que suficientes para encarar profundas rectificaciones.
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