Tras dos años de quemarse las cejas y fracasar a repetición, un equipo de investigación argentino capitaneado por el doctor Gustavo Bianchi logró fabricar por primera vez poliacrilamidas, un tipo de moléculas orgánicas complejas claves para limpiar de sustancias peligrosas las descargas líquidas de industrias muy cuestionadas, como la minería, la fabricación de papel, la petrolera, la gasífera y la textil.
Todas las mencionadas importan grandes cantidades de estos polímeros y los pagan entre 3000 y 8000 dólares la tonelada. Y no sólo para limpiar aguas, sino también porque algunas usan poliacrilamidas en sus procesos para apartar lo útil de lo inútil.
Este desarrollo, financiado por Link Chemical, una pyme de Monte Grande, puede evitar importaciones por entre 50 y 80 millones de dólares anuales (el consumo argentino actual aproximado de poliacrilamidas, según Bianchi) y abrir un mercado regional de 40 millones de dólares por año de aquí a 2013.
La poderosa minería chilena ya empieza a comprar en Monte Grande. La intolerancia argentina ante la contaminación de aguas crece, y con ella crece también el uso de estas moléculas "limpiadoras", que se fabrican a partir de hidrocarburos cada vez más caros.
Con el gas a bajo precio en el país, la "ventana de oportunidad" para desarrollar poliacrilamidas locales empezó con la reactivación, en 2002. Pero no es soplar y hacer botellas: implica un dominio perfecto de reacciones químicas no lineales, de una complejidad endiablada. Tantas son las dificultades por vencer que ninguna universidad o firma nacional pudo o quiso encararlas.
Las plantas diseñadas por el equipo de Bianchi ya son tres, y no son simples prototipos de laboratorio, sino aparatos de escala industrial, operativos.
No es algo habitual en el país que una pyme organizada ad hoc en torno de una tecnología localmente inexistente contrate un equipo experto externo local para crearla, lo sostenga dos años y de pronto surja con un producto complejo del que ya produce 24 toneladas por mes. Bianchi, de origen químico, se doctoró como experto en materiales en la Comisión Nacional de Energía Atómica (CNEA), donde se fogueó como jefe de proyectos. De allí pasó al mundo del petróleo, donde sus logros tecnológicos -todos made in Argentina- lograron duplicar en dos años la facturación de una firma texana de servicios de pozos, que al cuarto año se vendió a ocho veces su valor original.
Los ingenieros aeronáuticos del proyecto Link también pasaron por la CNEA. Como en el país lamentablemente ya no se fabrican aviones, tuvieron que reprogramarse para aplicar su conocimiento de dinámica de fluidos a reactores que no vuelan, aparatos que se quedan en tierra fabricando materiales complejos.
Esta suerte de "circo aéreo aterrizado" quedó bajo la subdirección de dos expertos en química orgánica, la doctora Silvia Aimone y el licenciado Eugenio Otero. Y el equivalente del "Barón Rojo" fue Bianchi, que escuchaba ideas, contribuía con las suyas, contrataba especialistas y ponía los plazos para llegar a destino a tiempo.
Los precursores de las poliacrilamidas son el ácido acrílico y la acrilamida, fabricadas a su vez de gas natural. Metidos en un reactor, estos precursores inician un proceso que libera grandes cantidades de calor y de radicales libres, especies moleculares químicamente hiperactivas. Si no se controlan bien estas dos variables, se forman puntos recalentados dentro del reactor, la fase acuosa entra en ebullición de modo incontrolable y pueden ocurrir desastres. El menor es que se pierdan todos los materiales y el proceso, y a Bianchi le sucedió n veces. El mayor es que se rompa el reactor y se queme algún operario, cosa que se evitó utilizando medidas de seguridad extremas.
Los ingenieros aeronáuticos estuvieron dos años diseñando, descartando y rediseñando sistemas de agitación que garantizaran "movimiento browniano" en todo el volumen del reactor. En este tipo de movimiento de un fluido, las moléculas se embisten entre sí al azar, como autitos chocadores, impelidas por su energía térmica. Es el único modo de dispersar por todo el reactor los factores peligrosos: los puntos calientes y los demasiado ricos en radicales libres. Y esto es difícil de hacer, sobre todo en un medio cuya viscosidad aumenta locamente conforme progresa la reacción. Como suele suceder, "el diablo está en los detalles".
"Los sistemas de agitación son nuestra joya, nuestro mayor secreto tecnológico -dice Bianchi, que no quiso dejar fotografiar los reactores por dentro-. No creo que sean muy distintos de los de otros países, pero los inventamos y perfeccionamos a pulmón."
Usar la materia gris
Al estar libre de patentes, las poliacrilamidas argentinas se pueden vender urbi et orbi . Link ahora está abasteciendo a compañías de servicios de la Argentina y de Chile, que a su vez son proveedores de firmas de petróleo, gas, papeleras, textiles, mineras y distribuidoras de aguas. De aquí a cinco años, planean capturar el 20% del mercado sudamericano y fabricar también el ácido acrílico y la acrilamida, las sustancias precursoras de las poliacrilamidas. No va a ser fácil. "En algún momento -dice Bianchi-, vamos a tener que fabricar precursores a partir de «carbono verde»; es decir, materia orgánica. Y no dude de que lo vamos a hacer: es cuestión de usar la materia gris. Y en la Argentina, la hay y buena."
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