Muchos son los desafíos que nos impone la globalidad, pero uno, fundamental e insustituible para la construcción de nuestro destino común, es la batalla por el agua.
¿Qué sabemos del agua? El 97% del líquido está en mares y océanos, con un grado de salinidad que impide su aprovechamiento directo. Del 3% restante, que es dulce, 75% está congelado en los polos y 25% se distribuye en corrientes superficiales, lagos, lagunas, humedales, aguas subterráneas, vapor de agua, gotas y cristales de hielo que forman nubes y la humedad del suelo.
Hace años que los organismos internacionales han reiterado la advertencia. El agua se acaba. El Banco Mundial, citado en un preocupante y premonitorio informe del ingeniero Juan Carlos Giménez para el Pánel Intergubernamental sobre Cambio Climático de la ONU (2005), refiere que si las guerras del siglo XX fueron peleadas por el petróleo, las de éste serán libradas por el agua.
Y no se trata de ciencia ficción. A la luz de numerosísimas señales de alerta en las que se mezclan las terribles desigualdades sociales y el paulatino proceso de extinción del vital líquido, el hecho es real: el agua disponible ya no es suficiente para el creciente consumo de la humanidad. Otras señales ominosas nos las ofrecen los arroyos y los ríos secos que desaparecen de la geografía en muchos países, y el agudo problema de la contaminación hídrica.
Los datos negros abundan: manejo irracional, contaminación, uso indiscriminado de agroquímicos, desbalances hidrológicos a causa del calentamiento global, etcétera.
Cada día es más difícil asegurar agua fresca, cuyo consumo se cuadruplicó entre 1940 y el año 2000. Según el World Watch Institute, alrededor de 2 mil 300 millones de personas carecen en mayor o menor medida del líquido para necesidades elementales. Imposible soslayar, además, que el crecimiento demográfico del planeta en los próximos 25 años hará aumentar en 70% la demanda de agua para consumo humano.
El valiosísimo líquido escasea en por lo menos 31 países y en muchos casos ha provocado tensiones internacionales, como es el caso de Israel y Jordania, Siria y Turquía, Egipto y sus vecinos de la cuenca del Nilo, que comparten recursos hidráulicos claves para su subsistencia.
Curiosamente, en América están las mayores reservas de agua del planeta: Canadá, la Antártida, el Acuífero Guaraní compartido por cuatro países y la cuenca amazónica.
¿Puede el agua convertirse en fuente de disputas? Sí. Y estas disputas pueden involucrar a países y a regiones enteras. Analistas de la ONU han señalado que en África, por ejemplo, más de 57 grandes cuencas son compartidas por dos o más países; cinco de ellas abarcan a seis o más países; el Nilo incluye nueve y el Níger 10. Dos o más naciones comparten en todo el mundo alrededor de 200 sistemas fluviales (ya hemos visto el caso de Canadá y Estados Unidos), que cubren más de la mitad de la superficie terrestre.
Los expertos calculan que en 20 países en vías de desarrollo los recursos renovables de agua ya son inferiores a mil metros cúbicos por persona; otras 16 naciones no llegan a 2 mil metros cúbicos por individuo. En síntesis, en la batalla por el agua, el destino ya nos alcanzó; la pregunta es: ¿sabremos administrar la crisis?
-Senador de la República y presidente del CEN de Convergencia
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