En el décimo aniversario del huracán Mitch, Honduras sufre los efectos de otro desastre natural de dimensión nacional, y la coincidencia ilustra la frecuencia con que esta región sufre los efectos de los huracanes y las tormentas tropicales.
En los últimos días, unos 200.000 hondureños han sufrido los efectos de inundaciones causadas por las violentas lluvias, y unos 20.000 pobladores han debido abandonar sus hogares y buscar refugio en albergues provisionales. La mitad de los damnificados está constituida por niños y niñas.
UNICEF ha suministrado diversos materiales de importancia vital, como botiquines médicos, mantas y conjuntos de artículos de higiene a fin de prevenir las enfermedades transmitidas por el agua, que se propagan rápidamente durante las situaciones de emergencia como la que atraviesa Honduras. Sin embargo, queda mucho por hacer y UNICEF está solicitando la colaboración de la comunidad internacional.
Llegan a 70.000 los afectados por las inundaciones
Más de 70.000 personas han resultado damnificadas por las inundaciones en Guatemala, Nicaragua, El Salvador, Costa Rica y Belice, los países vecinos de América Central. La temporada de huracanes de 2008 ha dejado una secuela de devastación en varias naciones de la región, de las cuales las más afectadas son Haití y Cuba. La pérdida de gran parte de las cosechas debido a las sucesivas tormentas y huracanes ha profundizado las graves consecuencias de la crisis alimentaria mundial y ha despertado preocupación acerca de la nutrición de los niños, niñas y madres embarazadas o lactantes.
Las lluvias de este año traen a la memoria el recuerdo terrible del huracán Mitch, que se cobró 10.000 vidas hace 10 años. En esa ocasión, tres millones de personas perdieron sus hogares o sufrieron otras graves consecuencias. Aquel desastre natural eliminó los progresos y avances que se habían logrado durante 50 años, y dio lugar a una generación de niños y niñas para quienes cada tormenta constituye una pesadilla inimaginable.
Hace 10 años, el huracán Mitch, el más mortífero que se hubiera registrado en el hemisferio occidental en más de 200 años, cambió para siempre la vida de los hondureños. Entre 27 y el 29 de octubre de 1998 se desmoronaron montañas y ciudades y pueblos enteros prácticamente desaparecieron debido al huracán, mientras los organismos y organizaciones de ayuda humanitaria hacían todos los esfuerzos posibles por prestar ayuda.
Un equipo de UNICEF visitó recientemente la localidad de Nueva Morolica, localizada en la región meridional de Honduras, para comprobar los cambios ocurridos desde entonces y para conocer a una generación de niños y niñas cuyas vidas sufrieron los efectos de Mitch.
Una ciudad reconstruida
La imagen de la ordenada aula escolar poblada de niños y niñas de 11 y 12 años no podía ser más opuesta a las escenas caóticas que se vivieron durante y después del paso del huracán que hace 10 años castigó al país. Estos alumnos hacían complicadas cuentas con números fraccionarios, y la maestra le pedía a una de las niñas que mostrara cómo multiplicar fracciones en el pizarrón frente a la clase.
Todos los niños y niñas parecían felices de vivir en Nueva Morolica. "Es un sitio pacífico", comentó Luis Antonio Morillo.
"Los niños prefieren Nueva Morolica porque aquí hay buenos parques y plazas y un nuevo campo de deportes", explicó Jareth Cali. "Antes no tenían un equipo de béisbol, y por eso que a los niños les gusta Nueva Morolica". Cuando Jareth dice "antes", se refiere a la ciudad de Morolica original, de la cual no quedó una sola vivienda en pie tras el huracán de 1998.
Ramón Espinal, que se desempeñaba como alcalde de Morolica en aquel entonces, describió lo sucedido aquella noche. "Es algo que jamás olvidaré", dijo, "Los llantos de los niños y la gente lamentándose por haber perdido absolutamente todo lo que tenían".
Símbolo de dignidad
Un año después del desastre comenzó la construcción de Nueva Morolica. UNICEF colaboró con la instalación de un sistema de suministro de agua potable que aún está en uso. El organismo internacional también suministró materiales y elementos escolares, como sillas, pupitres y libros, además de orientación psicosocial para los niños y niñas afectados por el desastre natural.
Durante una recorrida por las ruinas de la ciudad destruida, el Sr. Espinal clavó la mirada en el capitel de la iglesia que sobresale de la tierra.
"Ahora no le tememos prácticamente a nada", explicó. "Cuando uno ha sufrido algo tan terrible, lo demás no le preocupa mucho. Morolica se ha convertido en un símbolo de dignidad".
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