Son los "Hijos del barrio San José", residentes precarios de una tierra tomada el año pasado en el acceso norte a la ciudad. No tienen los servicios básicos y encima un canal contaminado que sale de un camping aledaño les genera olores nauseabundos y podredumbre en medio del asentamiento.
Aun cuando no llegaron los calores del verano, hay registro de muchos chicos afectados con granos, sarpullido y diarreas que terminan en consultas hospitalarias y medicados con lo que está a su alcance, o terminan en una curandera, porque "no hay dinero suficiente para pasar por la farmacia".
Como si fuera poco, uno de los vecinos se murió el lunes de hantavirus y su viuda e hijita no se animan a volver a la humilde casilla por miedo a un contagio. Solidarios, el resto procura juntar elementos para armarles otra morada lo más rápido posible.
En la populosa barriada las historias se parecen: la mayoría son extensión de la familia que creció a la vera del río y que, cuando los hijos fueron creciendo y decidieron emigrar, no hubo quien les vendiera un lote, o era demasiado caro para ellos.
Entonces, un día se decidieron y ocuparon un lote que hacía 40 años nadie usaba y que hasta se dudaba de su dueño. Después, ante el hecho consumado, vinieron las acusaciones penales que nunca se dilucidaron.
En medio, las 50 casitas levantadas de apuro con las cantoneras que hallaron a mano, se fueron transformando a fuerza de cemento, ladrillos y chapas, siempre con la esperanza de poder regularizar los papeles y colocar los servicios.
Al principio pocos se percataron del peligro ambiental que significaba la existencia de un curso de agua que salía del complejo turístico cercano y menos aún de que estaba contaminado.
Con el correr de los meses, los aromas fétidos inundaron todo el caserío y los propios vecinos alertaron a los funcionarios municipales para buscar una solución. En concreto, en reiteradas oportunidades se prometieron las necesarias obras de saneamiento, consistentes básicamente en una red cloacal, pero "tardan demasiado", a criterio de los afectados.
"No podemos escriturar los terrenos, no tenemos agua potable, hay hasta 18 casillas conectadas a un solo cable para tener luz, con el peligro que en cualquier momento tenemos un incendio, y todavía tenemos que aguantar el año redondo vivir arriba de un canal con el agua podrida, ya ni parecemos seres humanos", graficó con amargura un joven de 18 años, cuya mujer -de 17-, espera su primer hijo para enero.
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