El peor desastre natural sufrido por Haití requiere soluciones de fondo para reducir la fragilidad ambiental de este país caribeño, señalan funcionarios y trabajadores humanitarios.
Cuatro grandes tormentas azotaron Haití en agosto y septiembre, dejando casi 1.000 muertos y un millón de personas sin hogar. La asistencia internacional se destina a la supervivencia y el refugio básico de la población, pero el ambiente necesita otro tipo de ayuda para sanar sus heridas.
"No creo que podamos estar peor. La de Haití debe ser la crisis ambiental más desesperante del planeta", dice a Tierramérica desde Puerto Príncipe el coordinador humanitario residente y director del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, Joel Boutroue.
Boutroue se refiere al futuro de ese país, el más pobre de América y ocupado por tropas de paz de las Naciones Unidas desde 2004, y aclara que "la respuesta internacional al desastre es bastante buena".
Aunque todavía hay zonas de desnutrición grave, casi todo el mundo tiene acceso a agua limpia y sólo unas 3.000 familias carecen de refugio, asegura.
Pero es imposible alimentar por mucho tiempo a un país de 9,5 millones de habitantes en base a la asistencia internacional. Una meta como el autoabastecimiento de la mitad de los alimentos está a años de distancia, según Boutroue.
Haití perdió buena parte de sus suelos fértiles por la erosión que ocasionó la tala de 98 por ciento de los bosques para usar la madera como leña. Una tormenta común causa inundaciones devastadoras, porque no hay mecanismos naturales de contención y absorción del agua.
Noventa por ciento de los niños haitianos sufren enfermedades como diarrea, causadas por agua contaminada, porque no hay bosques ni otra vegetación ribereña que filtre y limpie las aguas.
Haití lleva muchos años en crisis ambiental, según numerosos expertos, pero los esfuerzos por mejorar la situación son muy lentos. La clave para restaurar lo que alguna vez fueron selvas y verdes valles es reforestar, construir terrazas para cultivos y canalizar las aguas.
Se trata de la restauración de cuencas hídricas, de altísima prioridad para Haití, pero con muy poco trabajo en el terreno. Insumió tres años iniciar un solo proyecto, se lamenta Boutroue.
Dos por ciento de la cuenca hídrica de la norteña ciudad de Gonaïves se restauró a un costo de entre dos y tres millones de dólares, dice Boutroue. Pero las tormentas tropicales que golpearon esa región arrasaron también buena parte del trabajo.
Otras regiones corrieron la misma suerte.
"Cuatro tormentas consecutivas devastarían cualquier región, incluso en Estados Unidos", apunta Brad Lewis, encargado de desarrollo de la organización estadounidense cristiana Floresta, que trabaja en Haití desde hace más de una década.
"Imaginemos que Nueva Orleans hubiera sido golpeada por tres tormentas más en las semanas posteriores al huracán Katrina (2005)", ejemplifica Lewis a Tierramérica..
Floresta trabaja en la plantación de 124.000 árboles y la construcción de casi 300 kilómetros de barreras para conservar los suelos, pero buena parte de ese esfuerzo se destruyó cuando la tormenta tropical Fay fue seguida por los huracanes Gustav, Hanna y Ike.
"La reforestación y las barreras se mantuvieron tras la primera tormenta, demostrando que sirven para reducir la erosión del suelo e impedir inundaciones", apunta Lewis.
Sus esperanzas se centran en que algunos de sus esfuerzos funcionan, como el nuevo concepto de "terrazas vivientes", plantando palmeras de piña (ananás) o caña de azúcar que oficien de barreras para evitar la dispersión de suelo y agua. "Son tan eficaces como un muro de piedra y a la vez son un cultivo alimenticio", explica.
En el círculo de pobreza en que viven, en general los agricultores sólo pueden cultivar lo suficiente para sus familias y con prácticas poco aptas para conservar el suelo.
Esto les impide cambiar de técnicas, en un país al que las organizaciones y agencias internacionales llegan, dan un poco de ayuda y apoyo a nuevas ideas, y se van en seis meses o dos años, cuando se terminan sus fondos, sostiene Lewis.
Romper ese círculo, desarrollar la capacidad de alimentar a su propio pueblo y crear resiliencia ante los futuros impactos del cambio climático es un desafío enorme, reconoce Boutroue.
El mes pasado, el presidente del Banco Mundial, Robert B. Zoellick, recorrió el país y anunció 25 millones de dólares en ayuda de emergencia para reconstruir los principales puentes y ampliar programas dedicados a reducir la vulnerabilidad a los desastres naturales. Ese monto se suma a 240 millones de dólares otorgados por el Banco en donaciones y préstamos sin intereses desde 2005.
Pero "ese apoyo es apenas suficiente para mantener la nariz fuera del agua", dice Boutroue.
La Organización de las Naciones Unidas, el Banco Mundial y otras entidades desarrollan un plan Marco para la Recuperación de Haití, trienal y multimillonario, que será presentado antes de fin de año para "poner al país de pie", en especial en restauración de cuencas, servicios básicos y seguridad alimentaria, agrega Boutroue.
"Sabemos cómo restaurar las cuencas, sabemos que funciona y tenemos la gente y la capacidad para hacerlo. Todo lo que necesitamos es más dinero", clama Boutroue.
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