Probablemente haya en torno a la salida de Romina Picolotti del Gabinete una discusión que no concluirá nunca. La ex secretaria de Medio Ambiente asegura que presentó su renuncia. El Gobierno afirma, exhibiendo no pocos argumentos, que esa renuncia le fue pedida por Cristina Fernández a través del jefe de Gabinete, Sergio Massa. Con él la ahora ex funcionaria habría tenido ayer mismo una discusión subida de todo. Se trata, al fin, de un forcejeo por la iniciativa política que el kirchnerismo, con cierta lógica, nunca quiere ceder. En ese sentido sobrellevó un trago bien amargo cuando después del conflicto con el campo, de un día para el otro, Alberto Fernández dijo adiós.
Polémica al margen sobre el desenlace ocurrido ayer, se impondría una conclusión: ni Picolotti estaba conforme ya en la Secretaría de Medio Ambiente ni los Kirchner la toleraban más a la funcionaria. El ex presidente siempre la consideró frívola e insolvente; a Cristina, como detonante, le desagradó el rumoreo que la ex funcionaria habría hecho rodar por su veto a la ley sobre protección mínima de glaciares aprobada por ambas Cámaras del Congreso.
Resulta frecuente que aquello que nace mal también concluya mal. Picolotti llegó al gobierno de Kirchner, a mediados del 2006, por una urgencia antes que por una convicción. Eran aquellos tiempos de apertura política en el kirchnerismo: por esa razón la apuesta del entonces jefe de Gabinete, Alberto Fernández, fue en favor del socialista Héctor Polino. Pero Polino declinó la oferta al tiempo que recrudecía el conflicto en Gualeguaychú por la instalación de la pastera Botnia en Fray Bentos. Fernández sacó de la galera a Picolotti, que actuaba como representante legal de los asambleístas de Gualeguaychú. A Kirchner le entusiasmó la idea como un posible puente en la búsqueda de una solución. Pero esa solución no llegó nunca porque Picolotti careció de imaginación para articularla y porque Kirchner dinamitó siempre, con acciones u omisiones, la chance de un acuerdo.
Picolotti no logró tener, entonces, una gestión acertada y evidenció demasiadas flaquezas en la gestión administrativa de su cartera. Fue uno de los aspectos que Massa siguió desde la asunción de su cargo y que estaba en las vísperas de tener un deselance judicial que, sin dudas, tendría impacto político sobre el Gobierno de Cristina. El fiscal federal, Guillermo Marijuán, está por citar a declaración indagatoria a Picolotti por las denuncias sobre el manejo de fondos en su área y por las actividades de la Fundación Argentina, paralelas a las de la Secretaría.
A esos problemas de gestión y de administración Picolotti fue añadiendo una soledad en el poder que se hizo ostensible cuando se fue Alberto Fernández. El fallo de la Corte Suprema exigiendo proceder a la limpieza del Riachuelo la incomodó. Pero la incomodaron mucho más las discusiones con el Ministerio de Planeamiento sobre cómo instrumentar aquel plan. Julio De Vido fue implacable quizá porque, por vía indirecta, pretendía cobrarse viejas deudas con el ex jefe de Gabinete.
En las últimas semanas se había llegado a un acuerdo, pero Picolotti había dejado jirones en ese camino. En ese camino, por motivos similares, chocó además con varios intendentes del conurbano que continúan profesando lealtad por el matrimonio Kirchner. El ex presidente escuchó muchas quejas de ellos en sus frecuentes tertulias en la quinta de Olivos.
Pudo haber sido ése el certificado que faltaba para la salida de Picolotti: los Kirchner no quieren enojos en el peronismo de Buenos Aires porque afincan en esa geografía la ilusión de enfrentar con éxito la dura elección legislativa del año que viene.
Quizás los otros cargos que podrían pesar sobre la secretaria renunciada tengan poca entidad frente a la intimación de la Corte, las intrigas con De Vido y la enemistad de algunos barones bonaerenses. Pero recayeron sobre ella también denuncias por los incendios en el Delta durante el conflicto con el campo y por la inacción cuando en septiembre se quemaron en el Valle de Punilla, en Córdoba, más de 40 mil hectáreas.
Fuentes oficiales se apresuraron a señalar que la renuncia de Picolotti no debería interpretarse como un tiro por elevación contra Alberto Fernández. Puede ser. Pero es difícil olvidarse que hace semanas también fue despedido Héctor Capaccioli, el superintendente de Seguros de Salud. Un hombre ligado al ex jefe de Gabinete.
Esa salida respondió a una vieja pelea con la ministra de Salud. Graciela Ocaña, de ella se trata, pasó del ARI al kirchnerismo también gracias a los oficios de Alberto Fernández. Esa interna produjo una pequeña grieta entre ambos.
Ocaña hizo declaraciones los últimos días y dijo que el kirchnerismo debería reflexionar y volver a las bases originales que, a juicio suyo, determinaron el buen paso del gobierno de Kirchner. Alberto Fernández, también hace un par de semanas, había manifestado que el Gobierno pareciera haber dejado de escuchar a la gente. Resultaría imposible, entre ambas declaraciones, no hallar alguna similitud de concepto.
Hasta anoche, Ocaña no había recibido ningún llamado de los Kirchner, ni de nadie del poder, por sus palabras.
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