La ausencia de políticas contra la deforestación indiscriminada en las cuencas de los ríos potenció los efectos devastadores de la temporada de lluvias en Colombia, que esta vez se incrementaron por la presencia del fenómeno climático de La Niña.
En este "invierno", como le llaman en este país a la estación de lluvias, ya se registraron casi 600 desastres puntuales a causa de vendavales y las constantes y abundantes precipitaciones, que provocaron desbordes de ríos, deslizamientos de tierras y avalanchas de todo tipo, señaló a IPS el meteorólogo Max Henríquez.
La situación se hizo más grave esta vez, con las lluvias que comenzaron en septiembre y que recién podrían mermar a mediados de este mes, porque a la deforestación se le sumó La Niña. "Todo 2007 y buena parte de este año vivimos ese fenómeno climático causado por el enfriamiento de la superficie de las aguas del océano Pacífico, que causa más lluvias de las normales", precisó el meteorólogo.
Por ahora nadie se atreve a hacer pronósticos sobre el fin de la temporada invernal, que según el Sistema Nacional de Atención de Desastres deja en todo el país cerca de 50 personas muertas, 85 heridas, nueve desaparecidas y 735.000 damnificadas.
Por su parte, el gobierno de Álvaro Uribe anuncia pertrechos para atender a las personas afectadas y la Cruz Roja Colombiana encara campañas de solidaridad, por la cual ya el fin de semana pasado pudo entregar más de 600 toneladas de alimentos, ropa y otros enseres.
"El problema nunca es de la naturaleza, porque ella no se ensaña contra nadie, como aseguran algunos, sino de los seres humanos que no hacemos las cosas bien", aclaró Henríquez.
"La tala de árboles en las cuencas de los ríos permite que la lluvia no se contenga sino que llegue muy rápido a quebradas y ríos, que crecen y desbordan. La deforestación causa problemas de aceleración del ciclo del agua en la parte terrestre", apuntó.
El especialista precisó que responsables de la deforestación incontrolable son tanto los cultivadores de coca como los constructores de suntuosas viviendas de recreo, los campesinos que derriban los árboles para hacer leña para la estufa, los carpinteros para elaborar muebles, pero, sobre todo, los ganaderos para pastoreo de reses.
"El 60 por ciento la deforestación en Colombia se debe a la ganadería", afirmó. Sólo la ampliación de la frontera agropecuaria en últimos 20 años ha invadido 312.000 hectáreas de bosque, mientras que los cultivos ilícitos, como la coca y la adormidera, lo han hecho en cerca de 30.000 hectáreas.
También influyen en los desastres la "relativa juventud geológica de la cordillera de los Andes", explicó, a los que se suman factores como la pobreza, con pobladores que ven como única opción asentarse en lugares no aptos para vivir, o la ambición de firmas constructoras, que no realizan los estudios suficientes y, por lo tanto, actúan irresponsablemente.
A ello se suma la inacción de las oficinas de planeamiento, que no cumplen de manera cabal con la autorización y el control de construcciones, como sucedió este año en un exclusivo sector de Medellín, la capital del noroccidental departamento de Antioquia.
En El Poblado, el barrio más pudiente y exclusivo de Medellín, 65.000 metros cúbicos de tierra sepultaron seis viviendas el 16 de noviembre, dejando un saldo de 10 personas muertas.
El alcalde de la ciudad, Alfonso Salazar, afirmó en su momento que, al mal tiempo propio del invierno, se sumó una filtración de aguas que desestabilizó el terreno, lo cual motivó el comienzo de una investigación que involucra tanto a los constructores, como a la oficina gubernamental de planeamiento urbano que autorizó la edificación.
Pero en Colombia "hay muchas otras ciudades ubicadas en terrenos deslizables, como los casos de Manizales, la capital del central departamento de Caldas, Armenia, capital del cercano Quindío, e incluso Bogotá", advirtió Henríquez. Una situación de riesgo cada vez mayor, "aunque debería disminuir si se hiciera el control necesario", agregó.
LA BIODIVERSIDAD EN RIESGO
El botánico Jesús Orlando Rangel, del Instituto de Ciencias de la estatal Universidad Nacional de Colombia, aseguró a su vez a IPS que en Colombia cada año se pierden en realidad 598.000 hectáreas de bosque, equivalente a 2.340 canchas de fútbol.
La Universidad Nacional de Colombia (UN) considera que la situación mantiene bajo amenaza a cerca de 500 especies, incluida la Palma de Cera, reconocida como árbol nacional, mientras que el Instituto Von Humboldt eleva a 2.500 las especies de flora en peligro.
También sufren especies exclusivas de páramo como frailejones y esponjas de agua, que al año crecen solamente un centímetro. En ello influye la destrucción de los páramos, en los que prolifera la explotación de carbón, cultivos de papa y pastoreo de ganado.
Mientras el Ministerio de Medio Ambiente no tome las medidas necesarias, los efectos nefastos del periodo de lluvias se seguirán incrementando.
"La situación es dramática para cualquier país, pero mucho más para Colombia, que tal vez es el más rico del globo en megadiversidad, pero el gobierno no controla", sostuvo Rangel.
"El Instituto de Ciencias de la UN lleva más de 60 años trabajando sin recursos, con dificultades, y lo que hace el ministerio es repetir nuestro trabajo, en lugar de dedicarse a ordenar la información y controlar. Pero descuida lo importante que es vigilar lo esencial", continúo el biólogo.
Rangel destacó como logro especial de los académicos y activistas el freno que se le pudo dar al "desastroso", según calificó, proyecto de ley forestal que se cursaba en el parlamento el año pasado. Aún así, la situación en Colombia se acerca a la realidad africana, donde se pierden anualmente 990.000 hectáreas de bosques.
"Ya estamos cerca a 50 por ciento de la situación que afronta África, lo cual es patético", dijo Rangel. Esto sucede, añadió, en medio de la indiferencia de los colombianos, "que nos levantamos cada día sin pensar que perdemos riqueza invaluable de nuestro patrimonio natural".
En medio de todo estos factores negativos, empero, hay uno positivo y es el Sistema Nacional de Atención de Desastres, calificado por Henríquez como "uno de los mejores del mundo".
"Se destacan las acciones del SNPD", dijo, como por ejemplo, que ese sistema de alerta permitió una muy rápida evacuación de la población ante la avalancha del nevado de Huila, provocado por una erupción de 10 kilómetros de altura, y que afectó en especial a Belalcázar, en la ribera del río Páez, en el sudoccidental departamento de Cauca.
El saldo fue 10 personas muertas, mientras en 1994 una situación similar dejó 1.009 víctimas fatales, la mayoría indígenas nasa.
Aún así, Henríquez coincide con Rangel en la importancia de consolidar programas que saquen a la gente de las zonas de riesgo. Por eso enfatizan en la importancia de incluir el tema en los planes de desarrollo municipales con presupuestos suficientes
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