El caso de Romina Picolotti confirma, una vez más, que no alcanza con exhibir un curriculum plagado de diplomas y distinciones, ni haber fundado una ONG ambientalista para asegurar una gestión exitosa. Mucho menos para perdurar -y salir indemne- de un cargo al que se llegó por una necesidad política de coyuntura.
El nivel de frustración suele guardar relación proporcional con las expectativas previas. Habrá que concederle entonces a la joven abogada cordobesa que su llegada al gobierno como secretaria de Medio Ambiente -del que acaba de ser desplazada- se produjo en un momento de extrema necesidad, como fue el conflicto con Uruguay por la instalación de las pasteras Botnia y Ence, cuando el ex presidente Néstor Kirchner necesitaba con desesperación una estrategia que lo sacara de la incomodidad del enfrentamiento con Tabaré Vázquez y los rebeldes ambientalistas de Gualeguaychú. “¡Miren! Para resolver este problema tenemos a la persona ideal, una especialista en el tema, con máster en Estados Unidos, un premio obtenido en Noruega, y además es amiga de la asamblea entrerriana”, era el mensaje que a fines de junio de 2006 se leía entre líneas en los discursos del gobierno.
Aquella excesiva presentación en sociedad, de la mano del, por entonces, jefe de Gabinete, Alberto Fernández, le produjo el primer desgaste: en la interna que libraban el dirigente del PJ porteño y el ministro de Planeamiento de cepa pingüina, Julio de Vido, Picolotti pasó a revestir en las filas del primero -con todo lo que ello implicaba- sólo porque fue quien la llamó a su celular para proponerla en el cargo. La caída de “Alberto” la dejó sin respaldo político, y en los corrillos de la Casa Rosada ya se sabía que Picolotti no era justamente la preferida del nuevo jefe, Sergio Massa.
Pero Picolotti no pudo con aquel conflicto. Y encima más tarde debió hacerse cargo del emblema nacional de la contaminación: el Riachuelo, luego de la quema de pastizales, los problemas con las minas a cielo abierto, y los incendios en las sierras cordobesas. Demasiados frentes abiertos para alguien que construyó su profesión como especialista en la protección del medio ambiente desde la perspectiva de los derechos humanos, antes que como diseñadora de políticas y estrategias de gestión, tareas que demandan altas dosis de pragmatismo, capacidad negociadora, ejecución administrativa y cintura política, si se quiere sobrevivir en el intento.
Para cuando la convocaron como secretaria, la ex funcionaria había creado junto a su marido Daniel Taillant una ONG: el Centro de Derechos Humanos y Ambiente (Cedha) especializada en temas de Justicia relacionados con cuestiones ambientales. Con ella en el poder, ambos diseñaron la demanda ante el Banco Mundial con la que se intentó despojar a las pasteras de crédito internacional, pero este plan tampoco dio resultado. No sólo eso, sus diferencias con la Cancillería hicieron que se la desplazara de las negociaciones. A ella, que había sido convocada para resolver la cuestión, se la dejaba afuera de la mesa.
Las tentaciones del poder
La abogada graduada en la Universidad Nacional de Córdoba, con un máster en Derecho Internacional de la American University de Estados Unidos, un premio Sofía 2006, recibido en Oslo de manos del ministro de Desarrollo Internacional noruego Erik Solheim y la dirección del departamento para América Latina del International Human Rights Law Group en Washington DC, no pudo con los vericuetos del poder. Aquel que le encomienda hacerse cargo de un problema y no le allana el camino. El mismo que le concede autoridad para tomar decisiones y administrar un presupuesto importante, pero después no controla en qué lo gasta, o cuando lo hace, es demasiado tarde.
Y Picolotti cayó en la tentación. Se rodeó de amigos y familiares para llevar a cabo una gestión dudosa, que al cabo de dos años y medio sólo le dejó como saldo un tendal de demandas judiciales y un grave llamado de atención de la Corte Suprema sobre la incapacidad demostrada para resolver la contaminación del Riachuelo. En la lista de reproches que circularon esta semana por los medios se incluyó desde la subejecución del presupuesto del área, hasta el desvío de fondos destinados para obras en Córdoba, pasando por gastos injustificables relacionados con viajes al exterior, contrataciones desmedidas y otras presuntas irregularidades.
Ella dirá, entre sus colaboradores, que el detonante de su salida fue su crítica al veto presidencial de la ley de presupuestos mínimos para la protección de los glaciares, que había impulsado desde la Secretaría. Es posible. Pero esto implicaría asumir que el día que se distanció de la posición oficial, la ex funcionaria sabía que su permanencia en el cargo era cuestión de horas.
EL DATO
Tierra del Fuego
El secretario de Ambiente, Homero Bibiloni, viajó a Tierra del Fuego, donde se desarrollan incendios forestales que fueron catalogados como “los peores en los últimos treinta años”. Bibiloni llegó acompañado por Sergio Russac y Roberto Vélez, ambos funcionarios del Plan Nacional de Manejo del Fuego, además de un grupo de brigadistas de las localidades de San Carlos de Bariloche y Río Gallegos, que se sumarán al trabajo para tratar de neutralizar el fuego.
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