El laboratorio al aire libre de Zeng Yawen en las terrazas de las colinas del sur de China es un tesoro de potencial genético: arroz que prospera en temperaturas inusualmente frías, grandes altitudes o suelo seco, arroz rico en calcio, vitaminas o hierro.
“¿Ve esas plantas? Pueden tolerar el frío”, dice Zeng mientras camina por campos cultivados con diferentes variedades de arroz en las afueras de Kunming, capital de la provincia de Yunnan.
En un lugar montañoso como Yunnan, y en muchas otras partes del mundo en desarrollo, esa ventaja podría significar la diferencia entre el hambre y una vida pasable. Y China está lista ahora a acudir a la biotecnología para conseguirlo.
El alza de los costos, el crecimiento poblacional, la sequía y el calentamiento global están presionando las reservas alimentarias en el mundo, y los altos precios de la comida están acusando disturbios y elevando el número de personas que pasan hambre.
Con pronósticos de que la demanda de alimentos aumentará en la mitad para el 2030, nunca ha sido mayor el incentivo para usar la ingeniería genética. En Europa, África y Asia, gobiernos que se han resistido a importar alimentos modificados genéticamente ahora están aliviando las restricciones y están realizando sus propios estudios.
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