La sequía que afecta al campo bonaerense y a otras zonas de nuestro país -se conoce que en 2008 llovió un 50 por ciento menos con respecto al promedio histórico, según informó el Servicio Meteorológico Nacional-, en una tendencia que seguirá hasta marzo próximo y que ya se ha convertido en la más crítica en siete décadas, preocupa, como es de imaginar, por su impacto sobre sectores productivos que forman parte esencial de la actividad económica. Y obliga a formular algunas consideraciones, ya expresadas reiteradamente desde esta columna cada vez que se presentaron problemas semejantes.
El informe oficial determinó que el último registro similar se presentó hace 70 años y que la disminución de las lluvias -en rigor, virtual ausencia desde hace meses- afectó en forma muy especial las áreas denominadas húmedas y semihúmedas que abarcan a las provincias de Buenos Aires, la Mesopotamia, Santa Fe, Córdoba, Santiago del Estero, Formosa, Chaco, una porción de La Pampa y la parte este de Salta, aún cuando, ahora, los mayores déficits se presentan en las provincias de Entre Ríos, Santa Fe y Buenos Aires, especialmente en esta última.
Pero es en nuestra provincia donde, además, se está sumando como agravante de la situación la aparición de la tucura, una variedad de langosta que viene afectando gravemente las cosechas de trigo, maíz y girasol, con incidencia mayor en los distritos de Olavarría, Coronel Pringles, Tres Arroyos, Coronel Suárez, Lamadrid, Gonzales Chaves, Laprida, Benito Juárez, Tapalqué, General Alvear, 9 de Julio y Bragado entre otros. Más allá de las fumigaciones que se realizan, los entendidos sostienen que lo ideal sería que llovieran unos 50 milímetros para terminar con este flagelo.
Al margen de que la sequía y los períodos lluviosos constituyen fenómenos naturales, obviamente inmodificables para el hombre, sí corresponde formular consideraciones referidas a la previsión y manejo que pueden hacerse con estos ciclos de alternancia climática que se presentan en la pampa húmeda y especialmente en nuestra provincia.
Existen obras, por caso, previstas desde hace más de un siglo, que pueden morigerar el impacto de los dictados de la Naturaleza y librar a los campos productivos, en buena medida, de los caprichos del tiempo. Lo cierto es que desde hace décadas no se puede seguir actuando como lo hicieron las distintas administraciones, siempre por reacción y sólo cuando los problemas se vuelven críticos, mediante operativos que resultan esporádicos, desplegándose estrategias de corto plazo o, a lo sumo, aptas para paliar mínimamente algunas emergencias, pero muy alejadas, por cierto, de la política integral que la Provincia necesita desde muy antiguo para el campo.
Esa política debiera ser la que permita corregir la vieja alternancia entre sequías e inundaciones, y eso requiere naturalmente, como lo postuló hace más de un siglo Florentino Ameghino, la existencia de lugares en donde pueda guardarse el agua de los períodos lluviosos para mitigar las necesidades cuando el clima determina que se reduzcan las precipitaciones. Ameghino proponía crear enormes reservorios de agua, de los cuales poder abastecerse en los períodos de sequía, diagramándose el riego mediante canalizaciones secundarias.
Y debería también el Estado -en sus jurisdicciones nacional y provincial- crear fondos específicos, que le permitan, cuando se producen crisis climáticas, disponer de los recursos necesarios para respaldar a los productores que en esas emergencias deben recurrir a variantes que implican mayores costos que no pueden afrontar por su cuenta y que requieren de grandes infraestructuras. Mientras no se apliquen medidas de fondo, los pobladores y productores bonaerenses del interior -pero, al mismo tiempo, los intereses de la Provincia- seguirán sometidos a los cambiantes caprichos del clima, en una situación que podría resultar explicable en épocas muy pretéritas, pero no ahora, cuando el progreso científico y la adquisición de tecnologías permiten de sobra apuntalar la aplicación de metodologías superadoras de los ciclos climáticos.
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