La sequía que castiga ahora gran parte del país acrecienta día tras día sus daños en el marco de un verano tórrido, en plena evolución de las actividades agrícolas y ganaderas, y en el marco de una conflictiva relación entre el campo y el gobierno nacional que no cesa de ignorar tan crítica como inédita situación.
Hay ya contundentes manifestaciones de reducción de las cosechas; la de trigo alcanzaría sólo a nueve millones de toneladas, siete menos que las de la campaña anterior. Respecto del maíz, los 22 millones del ciclo anterior serían ahora 15 millones; en tanto que el fin de la siembra de soja que tiene lugar en estos días, pronosticada en 18 millones de hectáreas, consignaría una merma del orden del 10 por ciento.
Su recolección, que definirá el resultado de la actual campaña agrícola, será muy inferior a las 46 millones de toneladas del ciclo anterior. En los datos referidos a estos tres grandes cultivos está influyendo grandemente la sequía, pero también el desaliento de los productores.
La producción de granos, de no llover en los próximos días, podría perder unos 22 millones de toneladas de los 96 millones de la campaña anterior, con todos sus efectos sobre el campo y las arcas fiscales.
La ganadería vacuna pierde cientos de miles de cabezas, diezmadas por la falta de pasturas y de agua para beber, como resultado del descenso de las napas freáticas y del secado de ríos, arroyos y lagunas, por cuya conservación tanto bregó el recordado Florentino Ameghino. Sólo a título de ejemplo, en la provincia de Río Negro se estima la mortandad de la mitad del rodeo, en su mayoría vientres y sus crías, mientras que en Santa Fe se informa una mortandad del 15 al 20 por ciento del inventario. En las provincias de la pampa y en el norte patagónico se denuncia una mortandad de dos millones de ovinos.
El tambo también tiene lo suyo, en particular por la proporción de la alimentación en praderas cultivadas, arrasadas por la sequía y por el calor. Sólo la porción de bovinos alimentados en corrales, un cambio estructural de la ganadería, escaparía a los graves perjuicios aludidos. Otro gran cambio estructural, consistente en la siembra directa, el riego y otras tecnologías atenúan tanto daño. Se ha escuchado que de no predominar la siembra directa, los perjuicios de la sequía doblarían los guarismos comentados.
El gobierno nacional no puede permanecer ajeno a esta dramática realidad. Cabe sin demora, para ahora y para el largo plazo, la eliminación de las restricciones a las ventas externas de carnes, granos y lácteos, y una fuerte reducción de las retenciones a sus exportaciones. En otro orden, cabe la declaración del estado de emergencia o desastre agropecuario, en cada caso según la situación imperante en cada región, provincia o municipio. La habilitación de líneas de crédito para los afectados y, en la medida de lo posible, la utilización de medios públicos para contribuir a la administración de agua para la bebida del ganado son otras tantas medidas por adoptar.
Las entidades de productores en el interior saben mejor que nadie las resoluciones capaces de proveer alivio. Una sana sugerencia será, además, abandonar la fobia del gobierno nacional respecto del campo, iniciando una etapa de entendimiento para beneficio de ambos y de la sociedad toda.
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