Los girasoles se desmoronan, la tierra parece el suelo de Marte y las vacas se dan topetazos para conseguir lugar ante un charco, no más grande que la rueda de un tractor. En eso aparece Sergio Hayy, de chomba, bermudas, termo debajo del brazo y un mate donde los palillos flotan de aquí para allá: "¿Vienen a la procesión?".
Su historia es cambiante, como las nubes que se le acercan y se van. Lidió con ladrones y prostitutas durante su paso por la Policía, vendió artesanías en las plazas, estudió periodismo y llegó a confeccionar identikits de asesinos, aunque prefería dibujar paisajes. En 1987, mientras formaba parte de un cordón de seguridad en Paraná, su mirada se cruzó con la del Papa Juan Pablo II y, desde entonces, Sergio cree que Dios lo quiere de su lado. Hoy, este hombre de 43 años, hincha de Huracán, es el cura de Viale, un pueblo donde el pasto está amarillo, porque desde noviembre que casi no llueve.
"Olga, una vecina, me escribió un mensaje de texto con una idea buenísima: machar desde la parroquia Santa Ana hasta la ermita de la Virgen María, para pedirle a Dios que nos mande la lluvia que necesitamos para salvar las cosechas. La gente estaba tan desesperada que enseguida se sumó y, desde hace nueve días, hacemos ese kilómetro y medio bajo la luz de la luna. Cada vez somos más. Y hoy domingo es la última, ¿vienen?". La invitación del cura se interrumpe por la aparición de un niño, que le pide un litro y medio de agua bendita, con una botella de Villa del Sur.
Viale tiene 15 mil habitantes que viven del campo. Tiene un arroyo que se llama Bueno y otro que se llama Malo y queda en el interior de una provincia que, aunque fue bautizada "Entre Ríos", hoy está reseca, pese al color celeste que los mapas adjudican a sus fronteras.
El pueblo empieza en una plaza que se llama Balbín y termina en otra que se llama Eva Perón. Caminar entre ellas es toparse con carteles dedicados al optimismo y la reafirmación: "Agencia de Lotería La Milagrosa"; "Alimento Balanceado La Ponedora", "Diario El Observador".
Dos inspectores de tránsito, José y Omar, se acercan a un patio de margaritas a punto de marchitarse. "¿Hoy se hace la marcha, padre?", preguntan, porque parece que va a llover y ellos tienen que cortar las calles para que pasen los peregrinos. No suele haber muchas infracciones en Viale: chicos que salen sin casco, alguno que cruza un semáforo en rojo pese a que nunca hay apuro.
Sí, la marcha se hace, por eso llega un refuerzo, Héctor Romero, que además de inspector es bombero voluntario, con récord de salidas en lo que va de 2009: cinco incendios, en casas, montes y campos sembrados. "El fuego se enciende a una velocidad pasmosa. Cualquier botellita alcanzada por el sol hace de lupa y prende todo enseguida. Por suerte pudimos controlar los siniestros, pero el último nos llevó seis horas", relata Héctor, preocupado por la falta de agua y por el tremendo calor.
Viale goza de la prosperidad que el campo argentino alcanzó por la suba de los precios mundiales de los alimentos. Los pobres comen todos los días y las necesidades básicas se dicen cubiertas. Sin embargo, la persecución de la riqueza parece más un objetivo personal que una búsqueda colectiva con sentido social. Al decir de sus habitantes: prima el individualismo. Recién el año pasado, durante el conflicto entre el Gobierno y el campo, los vecinos comenzaron a juntarse, aunque algunos se desbordaron y quemaron casas de personas que pensaban distinto.
Miriam Chiardola de De Angeli (el marido tiene el mismo bisabuelo que los mellizos que lideraron la protesta de los chacareros) le saca fotocopias a una oración dirigida a María Auxiliadora, la patrona del agro, y cuenta su situación: "El trigo lo perdimos y lo peor es que nos metimos en una deuda para rato. Nos queda un poquito de girasol y bastante soja, pero se está secando. El pedacito de monte que reservamos para los animales está vacío, por suerte, porque vendimos las vacas a tiempo". Al lado de Entre Ríos, en Uruguay, llegaron a venderse vacas por 10 dólares, en el apuro de sus dueños para que no murieran de sed.
"Bendícenos con oportunas y abundantes lluvias, protégenos de las sequías desoladoras, de las inundaciones y de todas las plagas que son causa de dolor", reza el papel que reparte Miriam, en el largo crepúsculo entrerriano. Entre las plagas están las langostas, que ponen huevos a gusto en una tierra que hace meses no se remueve por la sequedad. Además, resurgió una especie de tucura que hace 28 años no atacaba.
"¿Salimos padre?", se inquieta una mujer con bastón, que no faltó a ninguna caminata. Sergio acaba de dar misa, con concurrencia récord, y, como último preparativo, acomoda su cleriman blanco en el cuello celeste de su camisa, para lucir como el cura que es.
Los primeros pasos de los caminantes se arrastran por el asfalto, imitan el sonido de los grillos que acompañan la procesión. Todos están listos para marchar, pero, de repente, cae una gota gigante del cielo. Parece una escena de la película La Pasión, de Mel Gibson, que muestra cuando crucifican a Jesús y Dios, su padre, suelta una lágrima que hace temblar la tierra.
|
|
|