"Fue allá mismo -dice Luis Verseci, señalando un punto del Río de la Plata frente al balneario de Magdalena-. Y era un día igual a hoy: sin una sola nube", agrega para enfatizar lo inexplicable del accidente del que fue testigo el 15 de enero del 99. Aquella tarde, el buque Sea Paraná embistió al Estrella Pampeana de la empresa Shell y 5.300.000 litros de petróleo crudo se derramaron sobre la costa. Fue el comienzo del peor desastre de su tipo que haya ocurrido jamás en aguas dulces y el origen de heridas que diez años más tarde todavía perduran en esa población que alguna vez soñó con un futuro mejor escuchando en su teatro al célebre Caruso.'La alteración del ecosistema costero debido a la magnitud del impacto no ha podido ser revertido en diez años', señala el informe Achkar
Aunque los vestigios del derrame, que tiñó de negro treinta kilómetros de playas y humedales, pasan hoy inadvertidos a los ojos del visitante, no por eso resultarían menos concretos. Un informe de investigadores independientes en base a imágenes satelitales advierte serias alteraciones en el ecosistema ribereño de la zona. Y otro estudio, encargado por vecinos a un laboratorio privado, alerta sobre niveles altísimos de contaminación por hidrocarburos en la napa de agua que abastece al pueblo.
En Magdalena, algunos hablan sin embargo de otras heridas que los satélites y los reactivos químicos nunca podrían detectar: las de un pueblo dividido por los enfrentamientos entre vecinos. Tras casi una década de buscar una reparación por daños subyacen amargos resquemores entre quienes resolvieron aceptar indemnizaciones de la empresa Shell dando por terminado el asunto, y quienes, lejos de eso, esperan una Justicia más abarcadora.
Esta última postura, reflejada en unas 70 demandas, reúne a grupo mayoritario de alrededor de 500 vecinos que le exigen a Shell la suma de mil millones de pesos por daños y perjuicios. Ellos sostienen que el derrame no sólo causó enormes pérdidas económicas y graves alteraciones sobre el medio ambiente; también la muerte de varios pobladores.
La empresa Shell, que niega la existencia de tales perjuicios, defiende a rajatabla las tareas de remediación ambiental emprendidas en su momento y sostiene que después de tres años de monitoreos todos los parámetros (de avifauna, vegetación e hidrocarburos en sedimentos y agua) son hoy normales.
Entre estudios y visiones enfrentadas, la causa judicial -quizás la más grande de su tipo en latinoamérica- estuvo dormida durante cinco años y hoy, a cargo del juzgado Civil Federal N° 3 de la capital federal, avanza con una lentitud que en Magdalena algunos consideran "una forma de desjusticia" porque "el tiempo hace que se diluya el reclamo".
EN LA COSTA
"Nosotros no esperamos dinero; simplemente exigimos que Shell repare el daño que provocó. Sobran evidencias de que las tareas de remediación realizadas en su momento no sirvieron de mucho y todavía estamos a tiempo de hacer algo. Sin embargo, en todos estos años, la empresa no hecho más que recurrir a artilugios legales para dilatar la resolución del tema", afirma Alejandro Meitin.
Miembro fundador de Ala Plástica -una ONG artístico ambiental que desde el primer momento se involucró en el desastre de Magdalena- Meitin y los miembros de su organización convocaron a un experto independiente para que realizara un informe del impacto del derrame a diez años de que ocurriera y con la mejor tecnología disponible: teledetección y sistemas de información geográfica.
El experto convocado fue Marcel Achkar, magister en Ciencias Ambientales de la Universidad de la República y autor de numerosas publicaciones sobre sustentabilidad de sistemas ambientales, entre otros títulos. Su investigación, basada en imágenes satelitales previas y posteriores al desastre, se conoció días atrás y confirma la vigencia de los daños.
"Definitivamente la alteración del ecosistema costero debido a la magnitud del impacto no ha podido ser revertido en diez años"; "la barrera de juncal fue principalmente la más afectada" y no se descarta "un impacto asociado a la fauna por cambios en el hábitat", señala el informe de Achkar entre otras conclusiones igualmente preocupantes.
Luis Verseci (53) no necesita sin embargo de informes científicos para reconocer cómo el derrame cambió en forma definitiva el ambiente en que vive y trabaja desde sus siete años. Descendiente de junqueros, y junquero él mismo al igual que su mujer e hijos, el derrame lo dejó sin nada que hacer durante cuatro años y hoy apenas podría sobrevivir con esa actividad.
"Lo que antes juntábamos en tres horas, hoy nos toma una semana. Se perdieron cientos de hectáreas de junco y hay que caminar mucho para encontrarlo de buena calidad. Las plantas tenían antes hasta tres metros de altura; ahora apenas pasan el metro y se secan en las puntas", se lamenta durante un recorrido por la costa.
La pérdida de ese recurso natural habría repercutido en forma igualmente notable sobre la actividad. "Eramos muchísimos los que vivíamos de esto; hoy con suerte quedamos unos treinta", dice Luis, quien a diferencia de otros junqueros, asegura, nunca recibió los 10 mil dólares de indemnización ofrecidos por Shell.
... Y EN EL PUEBLO
Los junqueros y quienes realizaban actividades en la costa fueron los primeros en acusar el impacto que produjo el derrame sobre su forma de vida, pero "no los únicos: perjudicó además a comerciantes y vecinos del pueblo que participaron de las tareas de remediación y es probable que a muchas otras personas que nunca iniciaron ninguna acción legal", sostiene la abogada Mirta Oliver, quien encabezó en el año 2000 la mayor demanda de habitantes de Magdalena contra la firma Shell.
"Tenemos un informe de un laboratorio que acredita que, tanto en el Río como en la napa, la presencia de hidrocarburos totales es 800 veces superior al máximo permitido para aguas navegables. ¡Pero estamos hablando de aguas de consumo!", remarca la abogada, quien hoy integra un equipo letrado de diez profesionales a cargo de la demanda.
Los daños del derrame sobre la salud de la población de Magdalena, asegura Oliver, "no son potenciales sino que ya se han producido. Hay vecinos y chicos, quienes pese a ser menores de edad participaron en su momento en las tareas de remediación, que hoy tienen serios problemas de salud. Mucha de esas personas trabajaron durante meses en calzoncillos o malla sin ninguna otra protección y en contacto directo con el petróleo", asegura.
"Algunos resultaron afectados en la vista o la audición; otros sufren problema en la piel y en el hígado. Y estamos convencidos de que varias personas del pueblo que murieron en los últimos años sufrieron trastornos asociados a la contaminación por hidrocarburos", cuenta.
En Magdalena, sin embargo, hay quienes descreen que la magnitud del daño haya sido tal. Muchos de ellos reconocen haber recibido alguna indemnización de la firma Shell. Otros prefieren eludir ese tema que enfrenta todavía a vecinos de toda la vida en un pueblo con menos de 10 mil almas. Finalmente están también lo que, agobiados por el conflicto, optan por darlo como un asunto terminado. Entre estos últimos, no son pocos los que señalan hacia el balneario y afirman que este verano el nivel de visitantes volvió a ser el de antes.
"Esto era todo juncos"
"Antes del derrame, esto era todo juncos", cuenta Luis Vercesi. Hijo de junqueros, ocupación que heredó y practica desde hace 45 años, asegura que en la costa de Magdalena la abundancia de esas plantas era tal que "bastaban tres horas para recoger unos 30 paquetes". Reunir esa misma cantidad le toma hoy a él y su familia casi una semana.
"El petróleo hizo que se perdieran cientos de hectáreas de junco y ahora hay que caminar mucho para recogerlo. Además, su calidad nunca volvió a ser la misma. Mientras que antes llegaba a tener hasta tres metros de alto, hoy apenas supera el metro y las puntas se queman. Lo mismo pasa con las raíces de sauces y ceibos", asegura el junquero.
"La playa está hermosa"
Alicia de Vito estuvo entre los más perjudicados por el derrame de petróleo. Dueña de un kiosco frente al balneario de Magdalena, la clausura de la playa la dejó sin su negocio aquella temporada Sin embargo asegura que al año siguiente ya estaba trabajando de nuevo y "eso quedó atrás".
"Ya ves, la playa está hermosa: los fines de semana tenemos acá entre cinco y seis mil personas, más o menos la cantidad que venía antes del derrame. No me quejo", dice Alicia, que prefirió no hablar sobre las indemnizaciones ofrecidas por la empresa Shell a algunos comerciantes y vecinos.
"No vienen tantos como antes"
Oriundo de Villa Crespo, desde donde se mudó a Magdalena para comenzar una vida más tranquila a fines de los '90, Gustavo Bustos apenas había terminado de acomodar su nuevo emprendimiento, el Café Bar de la Plaza, cuando el derrame lo dejó, al igual que a otros comerciantes de Magdalena, "casi sin clientes".
"Nos partió al medio. Esa temporada y las dos siguientes nos fue muy mal. Como no se podía bañar en el río, la gente dejó de venir al balneario. Tuvimos que reestructurarnos con mi familia para hacerle frente. Ahora viene gente, pero no tanta como antes", cuenta Gustavo, que participa de una demanda por daños contra la empresa Shell junto a unos 500 vecinos de Magdalena. |
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