UNA AMPLIA región circundante, que abarca el sudoeste de la provincia de Buenos Aires y el sudeste de La Pampa --y se extiende más allá con otra dimensión--, está sufriendo los efectos de una sequía de tremendo impacto en las actividades agrícolas y ganaderas. Tal cual se informara el sábado anterior, el 2008 fue el año de precipitaciones más escasas en Bahía Blanca desde un recordado fenómeno similar, el de 1962. También en otras regiones productivas de varias provincias se verificaron milimetrajes sin precedentes en casi medio siglo, de acuerdo con lo informado por el Servicio Meteorológico Nacional. Atento a la continuidad de la escasez de lluvias, que se arrastra, en rigor, desde la temporada 2005, el panorama para los productores zonales resulta altamente desfavorable, a tal punto que se habla, en no pocos casos, de perjuicios económicos imposibles de compensar. Ello implicaría, por cierto, la posibilidad de que los productores más castigados se vean obligados a dejar sus labores de tantos años, a veces sujetas a una tradición familiar.
APARTE del fracaso de la reciente cosecha fina y la incertidumbre con respecto a la temporada por iniciarse, así como de la pérdida de ganado por la falta de alimento en cantidad suficiente, existe otro aspecto que merece la preocupación de los mismos productores y de sus entidades representativas: el riesgo de los incendios propios de la temporada estival, que encuentran marco propicio, precisamente, debido a la cada vez más esporádica ocurrencia de lluvias.
COMO HA sucedido en otras ocasiones, se han formulado varios consejos tendientes a evitar los siniestros; no sólo por parte de los mismos habitantes de las zonas rurales sino también de los viajeros y de los acampantes, ya que la actividad turística representa uno de los factores involucrados en el tema. Precisamente, se guarda recuerdo de episodios acaecidos en nuestra zona --entre ellos en la comarca de Sierra de la Ventana-- atribuidos a actitudes desaprensivas de quienes no adoptaron las precauciones recomendables luego de permanecer por cierto lapso en ese privilegiado escenario natural.
LOS PRODUCTORES, agobiados por las mencionadas circunstancias meteorológicas --aparte de los conocidos conflictos relacionados con el matiz político de las cuestiones que vinculan al agro con las autoridades gubernamentales--, todavía guardan fuerzas como para proteger convenientemente a sus propiedades de eventuales amenazas de siniestros. Pero cabe insistir, una vez más, en la necesidad de que quienes viajan por las rutas o acampan en la proximidad de áreas productivas o forestales contribuyan con un comportamiento responsable. De ellos dependerá, en alta medida, que campos naturales, cultivos, árboles y haciendas se vean preservados de esas contingencias que, de suceder, vendrían a sumarse a los enormes perjuicios ya soportados por el sector agroganadero regional en estos últimos años.
Aparte de los perjuicios derivados del fracaso de la cosecha y de la pérdida de hacienda, el campo de la zona se ve expuesto al riesgo de los incendios propios del verano, sobre todo en medio de una inusual sequía.
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