Causa verdadera angustia recorrer las principales provincias agrícolas y ganaderas azotadas por una sequía que registra pocos antecedentes en nuestra historia. Los campos yermos, apenas poblados por briznas de pastos secos, no dan sustento al ganado que, en gran proporción, debió ser trasladado a otras regiones, o hacia lugares de faena o, en los casos más afortunados, alojados en corrales de engorde debidamente alimentados. Otros, condenados al hambre y la sed, pueblan los campos con sus huesos.
Los tambos deben concentrar sus vacas, sean aquellas en producción o en receso, con una alimentación costosa para compensar las desaparecidas pasturas. Los cultivos de granos sufren consecuencias no menos desalentadoras. Las siembras de trigo, maíz y girasol sumadas registraron reducciones de 2,3 millones de hectáreas, mientras que las de soja no pudieron compensarlas como estaba previsto, manteniendo los 16 millones de hectáreas del ciclo anterior.
Pero, además, todos los granos han tenido y tendrán rendimientos muy inferiores que aún resultan de difícil cuantificación. Se estima hoy, a nuestro entender con optimismo, una reducción de 25 millones de toneladas de granos respecto de los 96 millones recolectados en el año agrícola anterior. Serían entonces 71 millones de toneladas, con una relación entre precios y costos que pronostica resultados de signo negativo para una gran cantidad de productores. Ingresaron en este ciclo productivo unos 10 millones de toneladas alojados en silos de propiedad de agricultores, que llevarían entonces las ventas totales a 81 millones de toneladas.
Un hecho que merece ser destacado es la evolución de las técnicas agrícolas desarrolladas en las últimas dos décadas, una verdadera revolución verde a cargo de nuestros cada vez mas innovadores productores. La siembra directa, la informática y las comunicaciones, la agricultura de precisión, la genética, la fertilización y el combate de las plagas, el riego, los injustamente denostados pools de siembra y, entre otros, los silos de campaña, están siendo determinantes para la presente recolección. Sin este aporte en plena expansión, los resultados de la cosecha actual hubieran sido la mitad de los referidos.
Esta formidable transformación viene siendo sistemáticamente desconocida por la política oficial en la materia, signada por altísimos impuestos a las exportaciones, prohibiciones y restricciones a éstas, precios máximos y otros impedimentos, a menudo sazonados con constantes agravios y propósitos vengativos. Bajo el reconocimiento de las buenas razones que asisten a los productores, un grupo de gobernadores e intendentes municipales cuya cercanía con la realidad les permite una mejor evaluación de los acontecimientos, ha comenzado a mostrar al poder central la necesidad de cambiar sus erróneos derroteros.
La ley nacional que instala el estado de emergencia y, en un escalón mayor, el de desastre agropecuario, ha sido de aplicación corriente. No sólo la Nación cuenta con esta ley entre sus normas de política agrícola, sino que también las provincias las tienen y en varios casos las están aplicando en los municipios más afectados. La emergencia permite suspender impuestos y prorrogar vencimientos crediticios, entre otras acciones tendientes a prestar ayuda. La declaración de desastre va más allá, permite condonar deudas y cancelar créditos de la banca oficial.
Sin embargo, la Nación se ha negado a aplicarla, orientando sus acciones en otras direcciones como las anunciadas por la Presidenta, consideradas de escasa incidencia para controlar la crisis. La negativa oficial pareciera imaginar que los acontecimientos que vive el campo sólo afectan a los productores, sus declarados enemigos. Sin embargo, el Estado, en sus varias manifestaciones, sea el gobierno nacional, como los provinciales y los municipales, están gravemente afectados también. Y lo está la sociedad toda, como lo muestra la economía de empresas y familias en el vasto interior nacional.
La crisis requiere entonces no sólo medidas acertadas que han sido reiteradamente sugeridas, sino también un cambio de actitud frente al campo, que sería rápidamente respondida por los productores. No atender a esta realidad será transitar otra vez el estéril camino a la confrontación que parecería avecinarse.
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