Sobre lo que alguna vez fue un extenso sembradío de trigo, se apilan sólo las osamentas de medio millar de vacas que no lograron sobrevivir. El sol derrite y la tierra se esparce como talco por el viento que sopla en todas direcciones, lo que era una estancia hoy es desierto. La sequía no perdona
La dueña del campo de 65 años (pero con la energía de 30), asegura que la pasada cosecha fue la peor de la que tenga memoria.
“Mientras uno tiene algo disponible para el año siguiente es fácil continuar en el campo. Pero en la situación en la que estamos ahora, donde no hubo cosecha, no hay alternativa. Tratamos de salvar a los animales, es lo único que nos queda”, dijo Hilda Schneider, productora agropecuaria de Stroeder, 900 kilómetros al sur de Buenos Aires, cuyos 2.000 habitantes viven de lo que produce la tierra.
Según Liliana Núñez, jefa del departamento de Agrometeorología del Servicio Meteorológico Nacional, desde 1971 no se registraba un promedio de precipitaciones tan bajo en todo el territorio nacional. El fenómeno también afecta a Brasil, Paraguay y Uruguay, que la semana pasada declaró la emergencia agropecuaria.
En Stroeder, es la mayor sequía desde la década del treinta.
Vivir en el desierto
Con cinco mil hectáreas de tierras cultivables, Elbio Madarieta (56) es uno de los mayores productores de la zona. Pero su otrora finca es ahora una planicie árida. Lo único que puede verse sobre el suelo arenoso son los restos de las 900 vacas que perdió, el 25% de su hacienda. Ni una espiga de trigo, siquiera un lote de pasturas le quedó.
El ingeniero agrónomo estima que le tomará cinco años recuperar el suelo siempre que el régimen pluvial se normalice. Mientras tanto, tendrá que vender las vacas que logre mantener con vida a fuerza de cientos de toneladas de alimento, una inversión que tal vez no se compense con el precio de venta de cada ejemplar. Las vacas mal alimentadas tienen bajo índice de preñez. En unos cuantos meses, casi no habrá terneros en su campo.
Mal tiempo, malas cifras
Argentina es uno de los mayores proveedores mundiales de soja, maíz, trigo y carne vacuna. Y la sequía tendrá un impacto económico tan fuerte como inevitable. De acuerdo con las últimas estimaciones de la Secretaría de Agricultura, durante la campaña 2008/2009 la cosecha de trigo caerá un 44% y la de maíz un 27%. La de soja, en tanto, subirá un 7% luego de crecer un 10% anual en promedio desde 2003.
La caída en el rendimiento de las cosechas sumada a la baja en el precio internacional, paralizará a las economías regionales que se sostienen en la explotación agropecuaria y reducirá sensiblemente los ingresos fiscales en un año con abultados vencimientos de deuda y elecciones legislativas que el gobierno de Cristina Kirchner necesita ganar para afianzar su poder.
Durante la próxima campaña el sector agropecuario tendrá pérdidas que rondarán los cinco mil millones de dólares. El Estado, por su parte, perderá al menos 4.300 millones de dólares en ingresos por exportaciones e impuestos al sector. Las pérdidas en el consumo y la industria relacionada con el campo, como la maquinaria agrícola, son difíciles de prever.
Algunas provincias ya dispusieron la emergencia agropecuaria pero el gobierno se resiste a declararla a nivel nacional, lo que implicaría eximir y postergar el pago de varios impuestos, lujo que sus números no pueden permitirse.
La sequía también se sentirá en el precio internacional de las materias primas y, en el mediano plazo, tener consecuencias en la provisión global de alimentos.
“Menores cosechas que no sean rápidamente regeneradas o sustituidas por las de otras regiones del mundo podrían desembocar en problemas sociales y políticos que agraven aún más la recesión, pobreza, hambre y distribución de comida”, dijo Denise Mc Williams, especialista para Sudamérica del Departamento de Agricultura de Estados Unidos (Usda, sigla en inglés).
Para contrarrestar la caída en el precio y volumen, el gobierno redujo recientemente los gravámenes a la exportación de trigo, maíz, frutas y vegetales, suspendió por seis meses el peso mínimo requerido para la faena de animales para que los productores puedan vender sus vacas antes de que mueran de hambre y desembolsó 230 millones de pesos entre los pequeños productores más perjudicados.
Cada productor de Stroeder que reúna los requisitos para obtener el subsidio recibirá 15 mil pesos. Con una cosecha magra y una campaña que se anticipa paupérrima, la ayuda no alcanza ni para pagar el combustible que emplean los tractores y cosechadoras. Si es que queda algo por cosechar.
Para las entidades rurales, la sequía es el golpe final a un sector que ya venía castigado por una sucesión de medidas que consideran perjudiciales, como las restricciones a la exportación de trigo y carne para controlar los precios en el mercado doméstico y la disputa por las retenciones.
Vittorio Vavrin (78) ni siquiera puede pensar en la próxima cosecha. Su finca no dio nada en la campaña anterior y esta vez no va a sembrar. “No se puede seguir trabajando con lo poco que llueve y los precios que tienen los granos no se compensan los costos. Empeñé mis tierras, mermaron las cosechas, los gastos crecieron, saqué créditos, no los puedo pagar, los vencimientos vienen y vienen, y el campo sigue seco, lleno de sufrimiento”.
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