En el foro denominado “Social Mundial” que se llevó a cabo en la ciudad brasileña de Belem, el ex sacerdote católico brasileño Leonardo Boff exhortó a Fernando Lugo a “buscar una solución política” al conflicto que enfrenta a Paraguay y Brasil sobre el tema de la represa hidroeléctrica de Itaipú.
Boff comenzó descalificando declaraciones de Lugo después de que este dijera dos verdades, cada una de ellas más grandes que la superficie de la República Federativa del Brasil: una, que el Tratado de Itaipú es leonino y, dos, que fue negociado y suscrito por dictadores. Boff tuvo la caradurez de afirmar que “Lugo tiene un discurso para el pueblo paraguayo y también tiene un discurso para afuera, más diplomático”.
Después de expresar de este modo tan abierto y directo que cree que Fernando Lugo es un hipócrita electoralista, prosiguió diciendo: “…si él sigue la vía política, con una posición más flexible favorecerá al bien común para Paraguay y Brasil”.
¿Quién es el verdadero hipócrita en este asunto?, preguntamos nosotros. Veamos los antecedentes y los consecuentes.
Boff es conocido en Latinoamérica como uno de los adalides de la orientación doctrinaria que nació en los años sesenta y que ya entonces se conocía y divulgaba con el nombre de “Teología de la Liberación”, permanentemente condenada por el Vaticano desde entonces hasta hoy, por varios motivos, entre ellos, la justificación que hacía de las reivindicaciones sociales violentas, lo que la aproximaba peligrosamente a las organizaciones guerrilleras de la época e inclusive, por supuesto, al castrismo marxista y ateo. Como Boff no quiso apearse de la heterodoxia, mereció reprimendas que, finalmente, produjeron su alejamiento del sacerdocio, camino que también tomaron otros religiosos de la misma línea.
El discurso político de Boff y sus émulos fue originalmente y continúa siendo del mismo tinte populista que los que escuchamos hoy en día por todas partes. Comienza por convertir en sinónimos los términos “pueblo” y “pobre” y, sobre esta y otras falacias parecidas, va agregando el resto del edificio propagandístico y mechando la doctrina política “pobrista” con elementos de la doctrina religiosa cristiana, creando esa oscura mescolanza de la que tan bien saben servirse estos flamantes hipócritas de la izquierda latinoamericana contemporánea, como Chávez, Morales y Correa.
Lo cierto es que Boff y los demás de su línea ideológica se pasaron décadas gritando contra el “imperialismo explotador”, reivindicando los derechos del Tercer Mundo contra los países ricos, la redistribución de la riqueza, la “justicia social” y repitiendo todos los demás eslóganes ya harto escuchados. Pero ahora se le presenta al “teólogo de la liberación” un gran conflicto: tiene que poner en la balanza de su conciencia moral, por un lado, los reclamos justos de un país pequeño y pobre como el Paraguay, y, por el otro, los intereses económicos de un país muy grande, muy rico, muy poderoso y claramente imperialista, como es el suyo.
Y entonces Boff opta por abandonar su discurso ético con la misma facilidad con que se despojó de la sotana católica y aborda una posición pragmáticamente política, por completo libre de toda consideración hacia la justicia, la equidad, la solidaridad, la projimidad y demás valores tantas veces cacareados en sus discursos.
“En fin”, se dirá, “al fin y al cabo, Leonardo Boff es brasileño”. Y sí; es cierto. Y esto muestra que si se trata de defender la verdad y la justicia, pero a costa de los intereses de su país, se vuelve hipócritamente pragmático como cualquier otro brasileño. Su condición de hombre de fe católica, de teólogo, de humanista, de socialista, de lo que sea que es o aparente ser, se va al tacho cuando están comprometidos los intereses económicos del imperio al que pertenece y defiende.
Boff, Lula y los demás son todos iguales. Sean religiosos o ateos, socialistas, liberales o conservadores, radicales, anarquistas, pobres o millonarios, ignorantes o ilustrados, siendo brasileños, defienden al Brasil aunque esto implique la más grotesca hipocresía. Estando de por medio los intereses de “su imperio”, les importa un bledo la doctrina teológica o los principios éticos, la verdad o la falsedad, la solidaridad o el egoísmo; son brasileños y punto; primero lo suyo, y después, cualquier otra cosa.
Los paraguayos tenemos la ventaja de que, al menos en el conflicto sobre el Tratado de Itaipú, no somos hipócritas ni falseamos la historia; ni tenemos necesidad de hacerlo porque la verdad salta a la vista de quien quiera verla y que, no siendo brasileño, la entenderá sin mayor esfuerzo como la mayor injusticia que en esta época un país imperialista e inescrupuloso cometió contra otro país vecino, aprovechándose de la debilidad moral y material en que lo pilló en un momento aciago de su historia.
Las cínicas declaraciones del hipócrita de Leonardo Boff nos demuestran una vez más, con la mayor contundencia, que para poder arreglar el asunto del descarado robo que tanto Argentina como Brasil perpetran en nuestros recursos energéticos, los paraguayos vamos a tener que arreglárnoslas solos.
Y continuar denunciando y reclamando en cuanta “cumbre”, reunión, foro, asamblea o congreso internacional obtengamos un micrófono. Desenmascarar, enfrentar y refutar a los supuestos conciliadores que nos enviará Itamaraty por decenas; esos lobos vestidos de corderos, como Leonardo Boff, que intentarán adormecernos con propuestas de arreglo “político”, lo que, como muy bien sabemos los paraguayos, se traduce en comisiones que no harán más que postergar sine die el problema hasta que aparezca una “coyuntura” favorable a los brasileños.
La lucha contra el imperialismo brasileño respecto a nuestros derechos en Itaipú no va a ser fácil ni breve; pero ya la comenzamos y habremos de acabarla exitosamente aunque nos lleve dos o tres generaciones. Es de esperar que Lugo lo tenga bien comprendido, y aunque sus amigos de la teología imperialista brasileña le susurren al oído –como lo hace su “cuate” Leonardo Boff–, primen en él sus sentimientos patrióticos.
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