Entre las 9 y las 9.30 los tartagalenses vivieron la peor media hora en los 85 años de historia que tiene la ciudad. Una madre y su hija están desaparecidas y sus familias viven una profunda angustia porque no saben nada de ellas. El resto de la ciudad intentaba ayer salir de la desazón para empezar a reconstruir sus vidas cotidianas. Después del temor, los nervios y las evacuaciones, las víctimas del feroz alud sólo atinaron a agradecer que aún siguen vivos, más allá de que muchos perdieron todo.
"Fue horrible; el agua me llegaba a la garganta; pensé que todo se terminaba para mí, cuando ví a mi hijo que hacía esfuerzos para abrir una de las hojas de la puerta para sacarme", relató entre sollozos Beatriz Sosa, una mujer cuya vivienda está en la primera cuadra de la calle Rivadavia, una de las zonas más afectadas por el desastre natural que asoló la norteña ciudad ubicada a unos 55 kilómetros de la frontera con Bolivia.
Desesperada búsqueda
En unas 20 casas de esa cuadra el agua ingresó por los patios y destrozó todas sus pertenencias en pocos e interminables minutos.
Sorprendidos por el feroz paso del río Tartagal, miles de tartagalenses sólo buscaron una salida para alejarse del barro y el peligro. Niños aferrados a las rejas de sus casas hasta que eran subidos a los techos. Padres que buscaban desesperados el lugar más seguro hasta ser rescatados. Angustia por la pérdida de todo.
Una joven evacuada junto a su hijo en la Municipalidad recordó que veía "cómo el agua entraba por el patio, destrozaba las puertas, las abría con una fuerza incontenible y me sacaba la heladera, el lavarropas, todos mis muebles. Fue espantoso, me quedé sin nada material, pero lo más importante es que mi hijo y yo estamos con vida", dijo profundamente conmovida.
En menos de media hora el lodo había inundado prácticamente la mitad de la ciudad; toneladas de barro arrasaron con las viviendas ubicadas en el Paseo Aníbal Nazar, mientras por la avenida Packam los vecinos, presa del pánico, veían como la fuerza del alud arrastraba camionetas, autos y camiones.
El panorama era impresionante. Unas 20 cuadras del acceso principal a Tartagal estaba como nadie jamás lo hubiese imaginado: cientos de toneladas de barro habían cubierto por más de medio metro las veredas y el pavimento; en las dos cuadras cercanas al río el barro superó el metro y medio; montañas de troncos y ramas se apilaban en los costados del puente carretero, y decenas de autos y otros vehículos estaban semienterrados y destruidos en las veredas y calles. |
|
|