Funcionarios nacionales y provinciales sobrevolaron el cauce del río Tartagal y descubrieron que la ladera de un cerro se había desmoronado, por lo que se teme que un nuevo derrumbe ocasione otro aluvión. El desastre del martes podría repetirse en tanto siga lloviendo. Continúan desaparecidas seis personas y hay dos mujeres muertas.
El lunes, fuentes del gobierno salteño revelaron que, al sobrevolar en helicóptero remontando el río Tartagal, observaron que parte de la ladera de un cerro estaba "pelada, como cortada con yilé". Esto coincide con lo que dijo entonces el gobernador Juan Manuel Urtubey a Clarín: "Creemos que se desbarrancó parte de un cerro, porque llegaron miles de árboles con raíz y todo".
En medio de la desesperación la gente busca culpables, y apunta a las autoridades. Dicen los vecinos que esto se veía venir, y que las talas de árboles, aguas arriba, dispararon la tragedia. De hecho, el aluvión también trajo troncos aferrados. Ayer, las autoridades volvieron a sobrevolar la zona montañosa. El gobernador Urtubey, el ministro del Interior, Florencio Randazzo, y el secretario de Recursos Hídricos, Fabián López, uniformaron la versión: "No se observa actividad humana en la zona". El comunicado agrega: "Por las características arenosas de los cerros, se produjeron desprendimientos en las laderas".
Urtubey, por su parte, insistió: "En 14 meses de mandato no autoricé ni un solo centímetro de desmontes". En este caso no se trata de desmontes: Greenpeace realizó ayer un relevamiento aéreo en la cuenca del río Tartagal, y documentó los impactos de la explotación maderera. "Hubo y hay tala ilegal en los cerros cercanos a Tartagal -afirmó Hernán Giardini, coordinador de Bosques-. La pérdida de vegetación deja a los suelos expuestos a la erosión hídrica".
Ayer se agregó otro peligro. En los 70, YPF dejó los cerros sembrados de explosivos que utilizó para limpiar el terreno en busca de hidrocarburos. Algunos no fueron detonados, quedaron allí y, al ceder el terreno por la lluvia, fueron arrastrados río abajo. Ayer aparecieron varias de esas cargas sísmicas en las calles de Tartagal. Alertado el Ejército, los sacó para desactivarlos.
Entre las 8 y las 16 de ayer cayeron 98 milímetros y se pronostica que seguirá el mal tiempo. Todos cruzan los dedos porque, si llueve, temen que la tragedia se repita. "No, por Dios, que no llueva. Lo que vivimos, no se lo deseo a nadie. Fue terrible ver a los chicos desesperados, arrastrados por la correntada, y a sus padres tratar de salvarlos", dijo a Clarín Norma, una vecina de Villa Saavedra, la zona más castigada.
Los troncos de los árboles y las piedras siguen amontonados al lado de la estructura del puente ferroviario. El ruido de las máquinas pesadas que trabajan para despejar el terreno suena como música para los tartagalenses, que prefieren esto al amenazante rugir de las aguas.
El intendente Sergio Leavy dijo a Clarín que una de las soluciones sería la voladura del puente carretero que une el sur y el norte de la ciudad, y que mide 4 metros de alto y 15 de ancho. El cauce del río tiene el doble de ancho, por lo que al entrar a esa zona se produce un embudo. "Vamos a ver lo que determinan los técnicos. La idea es construir un puente nuevo, más alto y ancho que el actual", explicó Leavy.
Las autoridades salteñas y los ministerios de Desarrollo Social e Interior desplegaron un importante operativo para asistir a los 742 evacuados y a los autoevacuados, que se calcula son muchos más. El Ejército instalará dos plantas potabilizadoras de agua; entre tanto, la distribución domiciliaria de agua potable da prioridad a hospitales y centros de características sociales.
"Me quedo para seguir peleando, no por capricho"
A Orlando Carrizo, docente que nació al lado del río, la circunstancia lo vistió de héroe. La crecida no le nubló el pensamiento y su espíritu solidario afloró, primero para salvar a su padre, su esposa, sus cinco hijos y su nieto de apenas un mes. También tuvo temple para ayudar a sus vecinos a salir del lugar, gritando a viva voz mientras él en persona ayudaba a la gente a salir del lugar. "Perdí todo, no que me quedó nada", le dice a Clarín, al borde del llanto. "Tengo que empezar de cero, pero mis padres me enseñaron que a las cosas hay que ganárselas minuto a minuto, trabajando". Su relato es desgarrador: "A eso de las 8.30 de del lunes me preparé para tomar unos mates, cuando sentí que se venía la creciente. Fue un ruido impresionante, y lo primero que hice fue despertar a mis hijos, y a sacarlos para la calle junto a mi padre y mi señora. A los 10 minutos el agua me llegaba a la cintura y comenzó a llevarse los muebles", explica, mientras señala lo que hasta poco fue el patio de su casa: en ese lugar quedó un profundo barranco a metros del río.
"No estoy enojado con el río, estoy enojado con la gente que hace las obras. Este cauce se canalizó pensando que llevaba solamente agua, y los técnicos no tuvieron en cuenta que lleva palos, piedras, y que los desmontes que se producen en los cerros dejan árboles tirados que caen al cauce; en algún momento iba a colapsar, como lamentablemente pasó", explica.
"No me voy a ir de aquí, voy a quedarme con mi padre para rehacer mi casa, aunque mis hijos ya me advirtieron que no quieren quedarse, que prefieren mudarse con una prima que tengo en Mosconi. Me quedo para seguir peleando, no por capricho. Pero mi pelea no es con el río, sino con las autoridades que algún día deberán entender que a las obras se las deben ejecutar con sentido común".
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