Así como el sur de los Estados Unidos se prepara todos los años para afrontar la temporada de huracanes, y las islas cercanas al denominado Cinturón de Fuego del Océano Pacífico saben que viven atadas a la actividad de los volcanes allí concentrados, nuestro país sufre las inclemencias de dos extremos: sequías e inundaciones.
Tanto un fenómeno como el otro provocan desastres a su paso y, en algunos casos, los dos se producen en una misma región geográfica. Es así que las familias que penaron durante ocho meses por la falta de lluvias, vieron morir a sus animales y fueron asistidos precariamente con bidones de agua, de un día para el otro deben hacer frente a un diluvio que supera cualquier pronóstico, que arrasa con sus viviendas y que, además de animales, también se lleva la vida de personas. Una paradoja por todos conocida, y que a ninguno de los responsables de brindar soluciones lo toma por sorpresa. Sin embargo, no hay uno solo de estos eventos en que no haya que lamentar desgracias. Es que planificar soluciones que vayan más allá de lo que dura un mandato político no parece muy atractivo. Quizás haya que replantearse qué significan corto, mediano y largo plazo porque, evidentemente, las escalas de tiempo que manejan las autoridades no coinciden con las de la Naturaleza, ni con las de quienes sufren sus ciclos.
Mala fama
Las imágenes de Tartagal -donde hubo dos muertos y varios desaparecidos- son feas. Desolación y ruina es todo lo que la lente de una cámara puede captar. En 2006, las lluvias prolongadas, el aislamiento en el que quedó sumida la población y pedazos de casillas desprendidos y cayendo al río salteño fueron los únicos retratos posibles. ¿Nadie le dice a esa gente que la vera de un curso de agua no es un sitio seguro para vivir? ¿O se lo dicen pero no le dan otra opción que quedarse allí? La consecuencia es que hoy, febrero de 2009, las fotos de Tartagal son igual de dolorosas. Resta saber cuándo las volveremos a ver. En el medio, si se repite el “entretiempo” que hubo desde 2006 hasta ahora, poco y nada se hará para revertir la dramática situación que atrapa a los habitantes. Y de Tartagal no se hablará más.
Planificación, lo que no abunda
De recorrida por la zona devastada, el ministro del Interior Florencio Randazzo descartó que en la inundación haya incidido el hecho de que las obras de contención del río que realiza el Gobierno nacional no hubieran terminado, ya que “el dique de contención” que se formó por la correntada, se produjo “por un puente ferroviario que es del siglo XIX”, que la fuerza del agua se llevó por delante. Quizás sea hora de planificar las obras con un margen exagerado, como si siempre hubiera que contener aludes y temporales de esta intensidad, por las dudas. Si se considera a los fenómenos climáticos extremos como excepcionales, o como hechos que se repiten cada cierto lapso de tiempo, entonces nunca se estará trabajando de manera preventiva, adelantándose a lo que pueda llegar a venir.
Culpan a la deforestación
La organización ambientalista Greenpeace asegura que el alud de barro y agua de Tartagal es “consecuencia directa” de la “destrucción” de los bosques nativos. Según argumentaron los voceros de la organización, la zona inundada “es una de las más afectadas por los desmontes” realizados para “ampliar la frontera agrícola” y sufre “los impactos de la explotación maderera sin control”.
En un documento, Greenpeace señaló que, tal como ocurrió en 2006, las inundaciones en el norte de Salta “son consecuencia directa del irracional proceso de destrucción al que se encuentran sometidos los últimos bosques nativos” ante “la falta de una política firme contra los desmontes”.
El informe difundido por los ambientalistas destacó que Salta “es una de las provincias con mayores niveles de deforestación del país”, según datos de la secretaría de Ambiente y Desarrollo Sustentable.
Según las estadísticas, la superficie deforestada entre 1998 y 2002 fue de 194.389 hectáreas, pero en los cuatro años siguientes el número se duplicó hasta alcanzar las 414.934 hectáreas.
Hernán Giardini, coordinador de la campaña de Bosques de la organización, explicó que “la gran cantidad de desmontes para producir soja” realizados en los últimos años “en la zona cercana a Tartagal son una de las principales causas de las inundaciones”.
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