Tres son los ingredientes que afectan severamente al agro y por su intermedio a la economía. La sequía que azota gran parte del territorio nacional, la política agrícola liderada por el gobierno nacional y el derrumbe de los precios mundiales de los productos agrícolas. El debate por estos hechos se centra en lo que ocurre con los granos y con la ganadería vacuna, es decir, carne y lácteos. Pero también afectan a las economías llamadas "regionales", dedicadas a cultivos y producciones variadas, destinadas tanto al consumo interno como a la exportación, y que constituyen crecientes fuentes de empleo a lo largo y ancho del país. Las lluvias recientes atemperan los daños, pero de ningún modo los resuelven. Llevará tiempo restañar las heridas.
Con referencia a la sequía, son pocas las áreas libres del azote. Una apreciación general permite destacar que están exentas de su gravedad la región del Noroeste, principalmente las provincias de Tucumán, Salta, Jujuy, parte de Córdoba, San Luis y mayoritariamente las provincias andinas, favorecidas por las aguas de riego que bajan de la Cordillera a partir de la primavera, en coincidencia con las necesidades de los cultivos frutihortícolas.
El resto del país, podríamos decir las cuatro quintas partes de su territorio, está sumido en la sequía y sus consecuencias. En ese extenso territorio se encuentran economías regionales afectadas en diferentes grados de intensidad por los tres factores indicados. Las tres cuartas partes de la producción de naranjas y la totalidad de las de mandarinas ocupan tierras de Entre Ríos, Corrientes y el nordeste de Buenos Aires. Por la ausencia de lluvias, los frutos no alcanzan su tamaño normal, con su correspondiente desvalorización, que se suma a los deprimidos precios externos. La producción de miel se ve afectada por la ausencia de flores del campo, sólo en parte aportadas por la floración del girasol. La miel argentina, que ocupa el segundo puesto en las exportaciones mundiales, deberá resignar ese lugar, tal vez por un par de años, hasta reconstruir la población de abejas de sus colmenares. Las provincias patagónicas, según se estima, han perdido dos millones de lanares, ya sean ovejas o sus crías, por efecto de la sequía, mientras los precios mundiales de las lanas y de sus carnes hacen su contribución a tal descalabro.
En el oeste andino no son todas buenas noticias; la exportación de peras, de las cuales el país ha sido primer exportador mundial, tuvo un giro inesperado en virtud de un conflicto gremial que retrasó, con graves perjuicios, el empaque y los embarques del fruto.
La política oficial contribuye con lo suyo. En los renglones mencionados sólo a título de ejemplo han existido oportunidades no aprovechadas de ayudas para paliar la situación. La declaración de emergencia y desastre agropecuario ha mostrado la mora oficial en su sanción, con lo cual su compleja aplicación efectiva llevará un precioso tiempo que pudo haber sido utilizado para atemperar la contundencia de los daños ocurridos.
Las retenciones a las exportaciones, si bien son, según una tradición al respecto, menores que las que pesan sobre otros rubros agrícolas, han sido disminuidas, pero no suspendidas o, mejor aún, canceladas. No está, por cierto, en manos del Gobierno solucionar los efectos de la sequía ni hacer crecer las cotizaciones internacionales, pero sí atemperar sus consecuencias. Las economías regionales representan el 20 por ciento de nuestra producción agraria y son fuentes de industrialización, de aplicación de servicios y exportaciones que deben ser preservadas e impulsadas, en lugar de postergadas e ignoradas con una reiterada actitud oficial.
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