Aclamada por una multitud que por un instante dejó de lado sus tristezas, la presidenta Cristina Fernández de Kirchner visitó la zona de desastre de Tartagal. Vestida con una camisa celeste, pantalón negro y botas de goma del mismo color, llegó en helicóptero hasta el regimiento 28 de Tartagal a las 15.30 y se trasladó en camioneta hacia el puente sobre el río Tartagal donde se desarrollan el grueso de las tareas.
A pesar de los 150 efectivos de la policía y los 30 gendarmes que hicieron un cordón humano alrededor de la presidenta, la gente los desbordó para acercarse a ella para pedirle ayuda. Para ver desde el lugar el desastre, Cristina se subió a la caja de un camión junto al ministro del Interior, Florencio Randazzo, a la ministra de Desarrollo Social, Alicia Kirchner, al gobernador salteño, Juan Manuel Urtubey, y al intendente de Tartagal, Sergio Leavy. Antes había sobrevolado la zona durante 12 minutos.
"Corransé que no me dejan ver nada", les pidió a los periodistas que pugnaban por su palabra, mientras comentaba en voz alta: "Esto es un desastre, no me imaginé que la situación era tan complicada, una cosa es que te la cuenten y otra es estar acá", dijo, y señalando hacia las sierras que se levantan hacia el oeste preguntó: "¿A cuántos kilómetros de aquí nace el río?". Luego de un par de minutos dijo: "Quiero ver una casa, ¿podemos ir a ver una casa destruida por la creciente?". La comitiva caminó hacia el norte y visitó una agencia de autos -lo que quedó de ella- en una esquina, saliendo por la parte lateral, donde se encuentran dos canchas de paddle.
"Que vaya hacia la otra orilla, allá esta la gente que más necesita", gritaba con el torso desnudo y bermudas rojas Daniel Castro, un joven que perdió todas su pertenencias con la creciente. Y aunque la Presidenta quería visitar una casa de familia, el segundo edificio al que entró eran las ruinas de un boliche bailable que lleva por nombre "Infierno", en donde el agua entró arrasando con todo.
Luego sí logró estar cara a cara con una familia, los Saracho, quienes le pidieron "una casa" porque la que habitaban "ya no da más", le contó a Clarín Nicolás Saracho, el hijo menor de la familia mientras su madre, María, no salía de su asombro y emoción. "Nunca me imaginé que un Presidente del país iba a estar en mi casa", dijo conmovida.
Caminando en medio de un caos de gente y escombros, esquivando los montículos de barro y estabilizando su paso rápidamente cuando tropezó tuvo que apoyarse en uno de sus custodios, se entrevistó con dos familias más.
"A este pueblo hay que hacerlo de nuevo", dijo luego en el Regimiento 28. Y agregó: "Hay que decirlo con todas las letras, quien piense que esto es solamente ayudar por esta catástrofe se equivoca, acá se deben reorganizar las cosas. No puede ser que Tartagal esté sumido en la pobreza siendo que produce 23 millones de metros cúbicos de gas, y sin embargo su pueblo debe buscar una garrafa en otro lugar", manifestó. "El alud pone las cosas a nivel de tragedia, pero la verdadera tragedia es la pobreza estructural", agregó. Luego se reunió con empresarios y autoridades locales y dejó la promesa de agilizar la ayuda económica para una ciudad que "seguramente saldrá adelante", adelantó.
Así como su presencia despertó una indiscutible mayoría de adhesiones, también hubo algunas reacciones más escépticas. "Ojalá que su visita no sea en vano, porque todos hacen lo mismo, vienen a figurar y después nosotros nos quedamos sumidos en la miseria", disparó desde su bronca Viviana Morales, una madre soltera de 39 años que quiere ganarse la vida trabajando. Cristina no es el primer Presidente en visitar Tartagal. Antes lo hicieron Fernando De la Rúa y Carlos Menem, que pronunció allí su ya famosa frase sobre los vuelos hacía la estratófera que permitirían llegar a Japón en una hora.
Durante las casi dos horas que estuvo en Tartagal, Cristina Fernández salió varias veces del protocolo y eligió el contacto directo con la gente. Le entregaron cientos de cartas pidiéndole ayuda y se mostraron contentos junto a ella.
Dos iniciativas parlamentarias
Los senadores por Salta presentarán un proyecto de ley para declarar la emergencia económica y social por 180 días en Tartagal, y la reasignación de una partida de 50 millones de pesos a esa ciudad. Una iniciativa similar elaboraron los diputados Christian Gribaudo y Federico Pinedo.
El proyecto de los legisladores salteños también contempla que se declare "zona de reserva y protección ambiental" a la cuenca del río Tartagal, estableciendo la prohibición de desmontes, tala de árboles y quema de pastizales, así como de actividades de exploración o explotación de hidrocarburos.
Firman la iniciativa los senadores Sonia Escudero, Juan Agustín Pérez Alsina y Juan Carlos Romero, en cuya gestión como gobernador se autorizó el desmonte de 807.509 hectáreas. De esa superficie, la tala de 435.000 hectáreas fue autorizada en 2007, mientras se reunía un millón de firmas para reclamar la sanción de la Ley de Bosques.
En ese sentido, el presidente de la Comisión de Ambiente del Senado, Daniel Filmus, pidió ayer su urgente reglamentación, por entender que "hay una vinculación entre los desmontes y las emergencias graves que estamos teniendo".
PRIMER CALCULO OFICIAL SOBRE LAS PERDIDAS
Por el aluvión, se quedaron sin casa más de 1.500 personas
La mitad está alojada en centros de evacuados y el resto en casas de amigos o de familiares. Mientras las autoridades evalúan las pérdidas económicas, la Secretaría de Abordaje Técnico de Salta brindó datos impactantes: el aluvión se llevó 234 casas, dejando sólo cimientos y terrenos desiertos donde antes había construcciones habitadas por familias de por lo menos cinco integrantes cada una. Otras 263 casas están anegadas, y se trabaja sacando el barro y reacondicionándolas para volverlas habitables.
Sin embargo, por lo menos 80 de estas viviendas deberán ser derrumbadas, ya que el lodo causó daños en sus paredes y cimientos, y pueden convertirse en trampas mortales para sus moradores. "Eso lo vamos a definir en los próximos días, cuando tengamos todos los estudios técnicos pertinentes, aunque a simple vista se puede deducir que algunas casas deben ser tiradas abajo", dijo a Clarín Francisco Marinaro, secretario del área. Esto significa que más de 1.500 habitantes se quedaron sin sus casas.
Anoche había 790 personas albergadas en los centros de evacuados, y un número aún mayor alojado en casas de amigos o familiares. "Aún hay entre 8.000 y 10.000 afectados, muchos de los cuales perdieron todo", remarcó el director de operaciones de Defensa Civil, Lucio Ganami.
Las seis personas desaparecidas fueron encontradas con vida. A pesar de los rastrillajes de los bomberos y de la División Canes de la Policía provincial, aún no fueron hallados los cuerpos de Rosa (59) y Modesta Rivero (75). Un vecino contó que estaban en el patio de su vivienda y que vio cómo la correntada hizo remolinos y se las llevó.
Ayer por la tarde, antes de la llegada de la Presidenta, una falsa alarma de un nuevo aluvión provocó pánico, desesperación y caos en una ciudad con tanto miedo como barro. A las 14.20, al oír la sirena de los Bomberos, la gente se lanzó a las calles, corriendo enloquecida mientras gritaba que el río Tartagal estaba creciendo de nuevo. Al mismo tiempo se cortó la trasmisión de televisión, y las radios lanzaron la orden de evacuar la ciudad.
Las mujeres, aterradas, agarraban a sus hijos y se caían en el barro. Muchas personas se treparon a los techos. Hubo desmayos y choques de autos en el centro. Pobladores de ambas márgenes del río corrían hacia el norte o hacia el sur, sin rumbo fijo, sólo para escapar del lugar. Los policías sólo atinaron a formar cordones para encauzar a la multitud angustiada.
Pero el río apenas había crecido un poco. En la zona evacuada, el vicegobernador Andrés Zottos explicó a Clarín que hay una persona apostada las 24 horas en las serranías, quien llamó al 911 para avisar que estaba lloviendo con fuerza aguas arriba y que había riesgo de un nuevo deslave en los cerros.
El intendente Sergio Leavy se acercó indignado: "¡Acá no hay ninguna crecida! ¡Dejen de mentirle a la gente! ¡Dejen de jugar con los sentimientos de la gente!", gritaba, mientras instaba a los vecinos a regresar a sus casas. Una hora y media después de la psicosis generada por la falsa alarma, sólo quedaba la bronca.
Un rato después, Zottos admitió que se trató de un error humano. El episodio no sólo desnudó enfrentamientos políticos, sino sobre todo la anarquía y la falta de coordinación en la emergencia.
Gustavo Paul, subsecretario de Defensa Civil de Salta, se hizo cargo de lo ocurrido. Explicó que el alerta de un posible aluvión surgió a raíz de una llamada al 911 "de la gente de Aguas de Salta", la empresa prestataria de servicios de agua potable. "Nos confirmaron una tormenta en el norte de Tartagal, y que se estaba desplazando hacia el sur. Por prevención se tomó la decisión de emitir el alerta hasta que esta tormenta pase", agregó.
Germán Iturriza, de Weather Watch, informó a Clarín que para esa zona se prevé condiciones meteorológicas inestables para los próximos siete días, sin lluvias torrenciales y con mejoramientos temporarios. Anoche seguía lloviendo sobre Tartagal.
Mientras las máquinas trabajan las 24 horas para remover las toneladas de sedimentos y árboles, los troncos siguen estacionados junto a los restos del puente ferroviario arrancado por el aluvión, que llevará dos o tres días remover. La acumulación de este material representa un peligro, ya que una nueva crecida podría hacer un dique que ocasionaría la "explosión" del río hacia los costados, originando un desastre quizá mayor al del lunes.
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