El sol radiante alimentó las ganas de seguir trabajando en la reconstrucción de Tartagal. Ayer ya pasaron de 600 los trabajadores, muchos voluntarios, que trabajan sin descanso sacando en lodo de las casas a pala y pico para permitirle a sus dueños volver. "Nuestro objetivo es que las personas regresen a sus casas, las que están habitables, en los próximos días. Estamos reconstruyendo esta parte de la ciudad y en parte se lo debemos a todos los voluntarios que trabajaron a destajo", le dijo a Clarín Lucio Gabriel Ganami, jefe de Operaciones de Defensa Civil.
Los hombres no están solos: trabajan con dos orugas retroexcavadoras, cinco palas frontales, cuatro palas frontales hidráulicas y 23 camiones volquete. De los trabajadores, 350 pertenecen a la municipalidad, 180 a Defensa Civil, 30 son bomberos voluntarios de Orán. A ellos se suman miembros de Salud Pública, enfermeros de ATSA de Tartagal, de la escuela de Enfermería Madre Teresa de Calcuta (Salta) y de la Cruz Roja; 8 integrantes de los Cascos Blancos que llegaron de Buenos Aires y decenas de efectivos de Gendarmería y la Policía.
"La mayoría de nosotros somos desocupados, venimos a colaborar con esta gente que la está pasando mal y algunos de nosotros llevamos dos días sin dormir", le contó a Clarín César Núñez, un joven de 25 años y padre de dos hijos.
Desde el momento de la tragedia, grupos de voluntarios se juntaron en los barrios más castigados para sacar primero los muebles, limpiar el lodo y reacondicionar los hogares. Ellos parecen más organizados que varios funcionarios, ya que cada uno sabe qué tiene que hacer y todos cumplen con su tarea. El Ejército les da el almuerzo y la cena, mientras que el mate cocido del desayuno y la merienda se los preparan los dueños de las casas o entre todos hacen "una vaquita" para pan y fiambres.
"Hoy le tocó a ellos, pero en cualquier momento nos puede tocar a cualquiera de nosotros, ya que el clima aquí es impredecible", comenta Héctor Núñez (25,) desocupado, quien lleva horas paleando y sacando ramas de las casas donde la crecida más se hizo sentir. Todos colaboran, hasta el conocido piquetero local Tyson Fernández, quien llegó con su agrupación. "Me dijeron que cuando la empresa tome gente para construir el puente, van a darle trabajo a todos", remarcó. Pablo Barría tiene 15 años, y desde siempre se ganó la vida haciendo changas. Hoy está con el barro hasta las rodillas, "porque no podía quedarme de brazos cruzados. El problema no es de un barrio, ni de dos, el problema es de todos los vecinos que sufren este drama, y tengo la obligación de ayudar", afirma. Justamente fue este chico quien descubrió un explosivo que trajo desde el cerro la creciente, y denuncia fue motivo para que el ejército procediera a detonarlo. "Eso era realmente un peligro, si lo agarraba un chico, pudo haber sido una tragedia, otra más de las que nos toca a vivir a la gente de acá, lamentablemente", contó.
Hasta ayer permanecían en los centros de evacuados 632 personas, según datos de la Municipalidad (hay aún más autoevacuados). La cifra fluctúa de la mañana a la noche: se detectaron personas que van a la mañana a los centros para comer y luego regresan a sus casas, que no están ubicadas en la zona de desastre. Si algo no se llevó el agua, eso fue la pobreza.
Ley de Bosques
La presidenta Cristina Fernández firmará hoy la reglamentación de la Ley de Bosques, que limita el desmonte y la tala. La ley fue reclamada por organizaciones ambientalistas. Se atribuye a la tala numerosos efectos adversos, y podría haber originado el aluvión en Tartagal.
MIEDOS Y DESEOS DE CUATRO NIÑOS EVACUADOS EN UNA ESCUELA
Chicos de la mano por temor a que vuelva el agua
Los chicos de Tartagal están tristes y asustados. En los centros de evacuados caminan de la mano. "Les quedó el miedo de perder al hermano, al amiguito o al primo, por eso no se sueltan cuando salen al patio de la escuela", explica a Clarín Adriana Roldán, directora de escuela que funciona como centro de evacuados. Probablemente se retrasará allí el inicio de clases.
Facundo vivía a una cuadra del río Tartagal con su madre y cinco hermanitos. A los nueve años repetirá el segundo grado porque hubo un par de materias que no entendía bien. "Dos noches seguidas soñé que el río volvía entrar a mi casa, me desperté llorando", revela en la galería, frente a las aulas ahora convertidas en dormitorios.
Su hermano, Agustín (12), trata de enfriar el mate cocido para tomarlo rápido. Las señoras de la cocina le dieron un pan francés y un pan dulce para desayunar. Es el mayor de los hermanos y fue quien guardó la calma el día de la tragedia. "Agarré a mi hermanita (un bebé de dos meses) y nos subimos a la mesa. El agua entraba por todos lados, me dieron lástima mis perritos, que lloraban en medio del agua. A Terry se lo llevó el agua, pobrecito. Era viejo y no le pudo pelear al río. A Kira se la llevó, pero volvió. Y a Negra la subimos a la mesa", contó Agustín. Cuando el alud cobró más fuerza, todos subieron al techo del vecino. Desde allí vieron como se iban sus juguetes y ropa. "No pudimos salvar nada, me da pena porque mi mamá se separó de mi papá y a ella con su trabajo se le va a hacer difícil volver a comprar colchones y esas cosas", se lamenta Agustín.
Eliana tiene ojos verdes. No quiere dejar por nada del mundo a su hermanito Lázaro, quien con ocho meses de vida tampoco se le despega y llora cuando la siente lejos. A los 9 años vivió una experiencia que la hizo madurar de golpe. "Sé que hay chicos que están peor que nosotros, pero lo lindo sería que a ningún chico le pasen estas cosas, ¿no señor?".
Iván tiene 12 años. Cuenta que el río se llevó un camión de juguete que tenía una jaula para llevar "muchos autitos", y que admira a su abuelo porque "es viejito, pero tiene mucha fuerza. Cuando el río entró a la casa, él ató la heladera a un árbol para que no se la llevara el agua. Es un capo, encima nos tranquilizó diciendo que no tengamos miedo, pero la verdad, sentí mucho miedo. Nunca más me voy a poder olvidar de cuando el río entró a mi casa".
Luego de la visita de la presidenta Cristina Fernández, los cuatro coincidieron en qué le pedirían si la tuvieran cerca: que el río nunca más se lleve sus cosas. "Yo le pediría una barrera más alta para que el agua no pase", dice Agustín. "Yo calzado, y ropa para mis hermanitos, nos quedamos sin nada", agrega Iván. "Yo le diría que es linda, y que tiene que darnos cosas porque no tenemos nada", expresa Eliana. Facundo quiere que nunca más ocurra lo que les pasó. "Y si puede, que me regale una camiseta de River, total, ella es la Presidenta y seguro que la puede conseguir", se atreve. Mientras, extrañan la TV, a los amigos del barrio y a las mascotas que perdieron.
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