Tartagal sigue peleando. Su pueblo, lentamente, va acomodando las cargas mientras espera que las promesas del Gobierno se cumplan. Las frustraciones que acumula el habitante de esta ciudad son muchas, aunque la inmediata visita de la Presidenta de la Nación dio un aire de optimismo y cierta esperanza.
El gobernador salteño, Juan Manuel Urtubey, le dijo ayer a Clarín que se construirán 600 viviendas en Tartagal lejos del cauce del río. "A veces chocamos con la voluntad de la gente; que algunos no se quieren ir del lugar donde habitan actualmente, más allá de los riesgos que corren", dijo.
Clarín realizó un sondeo en la margen sur del río, la parte más afectada, y sobre 80 familias encuestadas, el 83 por ciento de esta cifra se quiere ir del lugar, "siempre y cuando el Gobierno nos de un lugar digno para vivir", fue el reclamo casi unánime.
"Estamos hablando con el Secretario de Obras Públicas de la Nación y estamos viendo de comprar tierras, pero no queremos que haya oportunistas que sobrevaloren las propiedades", manifestó el mandatario salteño, quien agregó que "una vez que esté normalizada la situación vamos a construir viviendas, pero les vamos a decir a la gente que se aleje de la zona cercana al río, que es muy peligrosa", señaló.
Los vecinos más afectados de la zona sur de la ciudad fueron los más golpeados y son los que más temor tienen a repetir la experiencia. Gabriel Díaz (38) le dijo a Clarín que "me quiero ir porque no vamos a poder vivir más aquí. El día de la creciente casi pierdo a mi esposa, a mis dos pequeños hijos y a mi tía, que vive en la casa de al lado y quedó atrapada con el barro hasta el cuello. Así no se puede, perdimos todo, y si nos quedamos este problema se repetirá el año que viene".
Otros, como Agustín García Flores (77) y su esposa, María, de 73, se resisten a abandonar la casa de dos plantas que con mucho esfuerzo construyeron al frente del río, en la calle Entre Ríos 21. "45 años de trabajo me llevó construir esta casa y ahora nadie se hará cargo de nada, como hacen siempre los políticos. No me quiero ir de acá, porque dejé mi vida en cada ladrillo, ¿me entiende?", le pregunta al cronista con la mirada brillosa.
Miedo a que el río se vuelva a enojar y descreimiento. Jorge Pecho, docente que tiene su casa al frente de la margen sur del río, le dijo a Clarín que si el Gobierno le da una casa linda "y no de telgopor", como la que dieron en etapas anteriores, "yo no tendría problemas en irme. Eso sí, los técnicos deberían estudiar el terreno en donde se constrirán las casas, porque la gente que sacaron de aquí en el 2006 está peor que nosotros, porque el agua le sigue entrando a sus casas", dispara.
Vivir al lado del río terminó siendo un mal negocio. Antes de la crecida, algunas casas estaban valuadas en hasta 100 mil pesos. Hoy no valen ni la tercera parte de aquello. "No importa, me voy igual, así pierda plata, porque la vida de mis hijos no tiene precio", manifiesta desde una ventana Delia Agüero, quien se ganaba la vida con un kiosco del cuál solo quedaron algunas botellas de soda descartable.
Los trabajos de reacondicionamiento y limpieza de las casas sigue su curso. Ayer se sacó otro tramo más del puente ferroviario y se comenzó a extraer las ramas y palos que se encuentran en el río. Mientras, la gente trata de tomar la situación con algo de humor. "El lunes es mi cumpleaños", dice Patricia Aponte, una profesora de matemáticas."Yo tenía todo preparado para hacer una fiesta y compré lanzanieve para divertir a los invitados. Pero ahora vamos a cambiar eso y vamos a jugar con barro.".
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