Incluso a pesar de que desde hace décadas fluye entubado por debajo de nuestra ciudad, el arroyo Maldonado sigue dándoles dolores de cabeza a los vecinos que residen en su área de influencia. Pero sus desbordes quedarían bajo control si esta vez, como en tantas oportunidades se ha anunciado y nunca se concretó, son tendidos bajo tierra los dos conductos aliviadores que llevarían hasta el río las correntadas excesivas.
Hace cuatro años, durante la administración de Aníbal Ibarra, fue difundida la concesión del crédito que iba a permitir emprender esa obra. No obstante, ese optimismo no pudo evadirse de la perezosa progresión que suele caracterizar esa clase de iniciativas. En el curso de la gestión de Jorge Telerman hubo otro anuncio frustrado y sólo ahora está previsto para el mes próximo el arribo de las dos máquinas tuneleras, especialmente fabricadas y armadas en Canadá con el propósito de perforar dos túneles de siete metros de diámetro, con revestimiento de hormigón y longitudes dispares: uno de alrededor de 4,5 kilómetros y el otro cercano a los diez mil metros.
Dentro de esas tuberías imponentes circularán los excesos de las masas líquidas ingeridas por las bocas de tormenta, que hoy en día, si hay lluvias más o menos intensas, inundan casi toda la cuenca del Maldonado. Irán a parar a un depósito de 30 metros de profundidad, que por gravitación las volcará en el Río de la Plata. La obra demandará remover y extraer 860.000 metros cúbicos de tierra, y se prevé que, en caso de no mediar inconvenientes, sería completada entre 2011 y 2012.
De haber prosperado algún ambicioso proyecto urbanístico, que proponía dejarlo a cielo abierto, el Maldonado hasta podría haber sido el Sena porteño, aunque cabe inferir que habría terminado por emular al Riachuelo en materia de suciedad y contaminación. Para su bien o para su mal, finalmente se determinó entubarlo, iniciativa que requirió algo más de dos décadas para quedar completada. Más adelante, el paulatino avance de la edificación y la consiguiente consolidación de las superficies terrosas y absorbentes incrementaron en forma paulatina los caudales de agua que, cuando llueve, desembocan en el entubamiento. Las consecuencias son harto conocidas y temidas por quienes tiemblan apenas una lluvia se torna copiosa, y ven sus casas y negocios inundados una o dos veces por año.
Es de esperar, pues, que las promesas se tornen realidades. No sería positivo ni prudente jugar con las expectativas de los que padecen una situación que está fuera del alcance de su voluntad remediar.
Terminar con la pésima fama del Maldonado, del cual hay noticias desde los tiempos fundacionales de nuestra Buenos Aires y que fue conducido a la fama por la magistral pluma de Borges cuando lo hizo protagonista esencial de su Hombre de la esquina rosada , equivaldrá a un extraordinario avance en la paulatina adecuación de la ciudad a los requerimientos de una mejor calidad de vida para todos sus habitantes.
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