Los fenómenos naturales fueron el origen de numerosos mitos o leyendas. En la mayor parte de las tribus y pueblos de la tierra a todos esos fenómenos les atribuyeron la categoría de no ser naturales, sino de ser “algo más”, algo mágico, algo digno de admiración o de temor.
Hoy la ciencia ha encontrado explicaciones para la mayoría de éstos; generalmente forman parte de un ciclo de orden natural: lluvias, crecientes de ríos, tormentas, volcanes que erupcionan, temblores, etcétera.
Días pasados los habitantes de la ciudad de Santa Fe tuvieron la oportunidad de observar un fenómeno como lo es el desarrollo de una tormenta. Ésta fue motivo de numerosos artículos periodísticos, fotos subidas a diferentes blogs, comentarios familiares y de bares, la mayoría con un denominador común: asombro, fascinación y temor.
Asombro y fascinación por la magnitud del espectáculo brindado por la naturaleza; temor por las consecuencias que podría tener la ocurrencia de ese fenómeno sobre la ciudad.
A propósito del miedo, el filósofo y sociólogo Zigmunt Bauman ofrece una interesante definición ”El miedo es el término que empleamos para describir la incertidumbre, no es más que nuestra ignorancia sobre la amenaza concreta que se cierne sobre nosotros y nuestra incapacidad para determinar qué podemos hacer (y que no) para contrarrestarla”.
Lo cierto es que el miedo paraliza, inhibe, apabulla al pensamiento y una vez pasada la situación que lo generó deja la sensación de que algo malo puede suceder, en cualquier momento.
Deberíamos considerar que si ya hemos avanzado en el conocimiento de éstos fenómenos, en su origen y desarrollo, también es hora de empezar a cambiar el enfoque para no seguir insistiendo en errores ya conocidos. Que un río crezca ocupando su cauce y su valle de inundación es natural, pero que en este proceso inunde ciudades se convierte en catástrofe, lo mismo podríamos suponer para un volcán; su erupción es normal, pero que sepulte ciudades es catastrófico. La pregunta lógica es qué hace una ciudad dentro del valle de un río o en las cercanías de un volcán; al respecto Alan Lavell reflexiona que los desastres no son naturales sino que son construidos por el hombre a través del tiempo.
Entonces si dejamos de lado el paradigma de la dominación de lo natural que tanto nos duele y nos cuesta, y trabajamos una visión diferente buscando un equilibrio entre el ambiente natural y el ambiente construido, reelaborando la relación entre ambos campos con un enfoque integral y basáramos las conductas humanas en el respeto hacia la naturaleza, sus ciclos y manifestaciones, dejaríamos de construir vulnerabilidades a futuro, focalizando todos nuestros esfuerzos en reparar los abusos cometidos.
Esto nos va a permitir contar con un escenario definido y de esta manera empezar a generar los mecanismos necesarios para que como sociedad nos organicemos en cómo actuar frente a un evento posible. Tal vez no sepamos si va a ocurrir o no, ni exactamente cuándo, pero sin dudas es un paso significativo el hecho de estar preparados. En definitiva, para dejar atrás el miedo debemos respetar y reconocer las manifestaciones de la naturaleza; es a partir de allí que podremos trabajar para estar siempre preparados y organizados, sobre todo en una ciudad que ya cuenta con dolorosas experiencias.
(*) Agrim.; magíster en Gestión del Ambiente, el Paisaje y el Patrimonio; director de Gestión de Riesgo del Gobierno de la Ciudad.
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