En Uruguay el cambio climático está produciendo efectos preocupantes en las costas, el aumento del nivel del mar y de la erosión de la arena son efectos que están impactando fuertemente en el país. Según los expertos, la situación es preocupante, si se tiene en cuenta que el 70 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI) se genera en la zona costera y que la mayoría de la población se concentra allí. Turismo, pesca, transporte marítimo, forestación, infraestructura, industrias y urbanizaciones sufrirán el impacto. Ambientalistas advierten además que no se están tomando las previsiones para adaptarse.
La peor sequía de los últimos 20 años ocasionó pérdidas estimadas en 280 millones de dólares en el sector agropecuario. Fue una mezcla de cambio climático con imprevisión. Pero existe otro fenómeno igual de grave, aunque menos tangible, por lento y sistemático, que los expertos observan con preocupación en tanto puede causar tantos o más daños económicos que una sequía o un temporal. Se trata del aumento del nivel del mar y de la erosión costera, efectos del cambio climático que ya impacta en Uruguay.
La situación es preocupante, si se tiene en cuenta que el 70 por ciento del Producto Bruto Interno (PBI) del país se genera en la zona costera y que la mayoría de la población se concentra allí. Turismo, pesca, transporte marítimo, forestación, infraestructura, industrias y urbanizaciones sufrirán el impacto, según advierte el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) en el informe Uruguay, el cambio climático aquí y ahora, editado en 2007.
Más temperatura, más precipitaciones y menos playas definen el futuro escenario climático de Uruguay según coinciden los expertos consultados por El Observador.
En algunos departamentos el fenómeno es grave: arenas mojadas, médanos desaparecidos, construcciones arrasadas y miles de dólares invertidos por las comunas para evitar que el mar se trague la costa.
La vulnerabilidad que reviste la costa frente al cambio climático presagia una postal muy diferente a la que hoy compran los turistas. Los científicos dicen que cada año se esfuman hasta cuatro metros de playa en Neptunia (Canelones), alrededor de un metro entre el balneario Solís y playa Hermosa (Maldonado) y 50 centímetros en Colonia.
“La Floresta y Solís necesitan atención urgente pero se debería intervenir en gran parte de la costa para recuperar las playas”, dijo el especialista en geomorfología costera Daniel Panario. Las playas de ambos balnearios están al borde de la defunción, mientras que Neptunia, Atlántida, Cabo Polonio y la zona de la desembocadura del río Santa Lucía llevan el mismo rumbo.
El panorama es sombrío: por cada centímetro que suba el mar –impacto inminente– la ribera puede responder con un retroceso de hasta 17 metros. Y lo peor es que “no se están tomando las previsiones para adaptarse. Acá todo ocurre como si no pasara nada”, criticó Panario, a cuyo juicio la recuperación sería sumamente difícil y costosa.
La degradación ocurre cuando el nivel del mar sube cauce adentro producto de un temporal, explicó el experto en agroclimatología Mario Caffera. Debido a la agresividad y periodicidad del fenómeno, el agua avanza cada vez más y, cuando se retira, se lleva más arena a las fauces marinas. El resultado es que la playa queda inutilizable para los bañistas y propietarios de viviendas sobre la franja costera.
Para el ingeniero agrónomo Walter Oyhantcabal, director de la Unidad de Proyectos Agropecuarios de Cambio Climático del Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca (MGAP), la variabilidad de los efectos en las playas dependerá de su “estado de salud”. Las más protegidas serán aquellas que no estén en áreas muy bajas y que cuenten con dunas resistentes a las crecientes y a los temporales que serán cada vez “más frecuentes y más intensos”, al igual que las sequías.
“El cambio climático impactará negativamente sobre el turismo, los empleos asociados a estos, las viviendas del área y toda actividad económica que allí se realice. Son recursos muy valiosos que no nos podemos dar el lujos de perder”, advirtió.
En calidad de experto y vecino del balneario Solís, Oyhantcabal manifestó que la peor parte la sufre la playa Mansa, a la altura de la Colonia de Vacaciones y el hotel Alción; mientras que “el Club Balneario Solís cada vez está más expuesto a su colapso” debido a la erosión de la duna.
Lo mismo ocurre en La Floresta, donde el retroceso de las barrancas ya ha afectado al camino pavimentado. Y una situación similar se repite en el balneario Santa Ana (Colonia), Kiyú (San José) y La Coronilla (Rocha).
Según Oyhantcabal, los síntomas de degradación más visibles son la pérdida total o parcial del cordón de dunas primarias y hasta de las secundarias (más altas que las primeras), invasión de especies vegetales no deseables (como acacia y pinos), pérdida de pendiente, estado permanentemente mojado, aparición de zanjas por escurrimiento de agua de lluvia de áreas urbanizadas y pérdida de más arena de la que gana por aporte marino, entre otros.
Panario afirmó que los espigones colocados durante la década de 1960 no ayudaron a controlar la paulatina y destructora acción del agua. En su lista de decisiones “infelices” adoptadas por las autoridades con relación a las costas, también figura la construcción de paradores, fraccionamientos y forestaciones en lugares inapropiados, porque aceleran la devastación.
Para mitigar el fenómeno y evitar males mayores no basta con combatir la emisión de gases de efecto invernadero: “Hay que diseñar medidas de adaptación”, advirtió el ingeniero químico Luis Santos, técnico de Unidad de Cambio Climático de la Dirección Nacional de Medioambiente (Dinama).
“Hay que incorporar medidas de adaptación a las normas relacionadas con el ordenamiento territorial y la gestión costera”, añadió, durante un seminario organizado en Maldonado a fines de 2008.
Oyhantcabal coincidió en cuanto a la necesidad de contar con una legislación específica de “gestión sostenible” de los recursos costeros. Más práctico, Panario propuso que se ubiquen hojas de palmera y vegetación autóctona en los lugares por donde se escapa la arena, al igual que estacas. Esto se ha estado aplicando en las playas montevideanas de Pocitos, Malvín, Buceo y Ramírez –bastante estables en comparación con las del interior–, y en la costa canaria con buenos resultados. “Costa Azul se recuperó un poco”, apuntó y agregó que estas prácticas no se han generalizado por motivos presupuestales y por falta de conciencia verde. |
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