"Al Melli se lo llevaron puesto las bases. En los lugares donde la sequía fue fuerte, la gente está loca, muy enojada..."
(Del presidente de la Sociedad Rural de San Pedro, Raúl Vitores, sobre la oposición de Alfredo De Angeli al acuerdo entre el campo y el Gobierno.)
Gracias a Dios, terminó la sequía. La de la tierra, porque la sequía de dirigentes sigue azotando con furia nuestros prados y selvas, montañas y ciudades. Ya se ven negras grietas en ese valle fértil que solía ser la Argentina: son restos de neuronas que, al secarse y crujir, se consolidan y dejan en el alma la huella de su recuerdo desolador.
Esa sequía es grande como la pantalla del Imax: está ahí, se mire donde se mire. En estos momentos, proyectan una película de enredos en la que, por muchos esfuerzos que haga el espectador, jamás podrá determinar qué personaje es el más torpe.
La trama es la siguiente: una princesa bastante mandona se niega a hacerles concesiones a sus campesinos, dispuesta a ordenar sólo aquello que se le venga en gana. No sólo se queda con las mieses: también les dice que esas mieses valen menos que ellos, que de por sí no valen nada. Al cabo de un tiempo, los campesinos se rebelan. Pese a que toda la vida se han mirado con recelo, se unen y se preparan para el combate. Abandonan las plantaciones a su suerte. Las espigas se secan, pero no importa: se han unido por fin, y muy pronto serán invulnerables. Pasa un año, y la cólera de la princesa crece. Está furiosa, intempestiva, y no le importa que como consecuencia de la pelea sus arcas se vayan vaciando. Un buen día, llama a los campesinos: la situación la obliga a negociar. Pero el triunfo sorprende a los campesinos hasta tal punto que, confundidos, transforman su victoria en derrota. Comienzan las intrigas, las delaciones, las traiciones. La fraternidad se convierte en odio. Por culpa de la sequía, tanto la princesa como los campesinos se han convertido ahora en mendigos. En el desierto, sopla un viento inclemente y el telón cae sobre la palabra fin. Sin saber qué camello tomar para seguir, los espectadores se van, cada uno a su tienda. El film causa un efecto prodigioso sobre los que lo han visto: entraron como ciudadanos y se ven a sí mismos, al salir, como si fueran beduinos del Sahara.
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