—¿Siete metros? preguntaron a dúo incrédulos el cronista y el fotógrafo por el desborde del arroyo Las Conchas a la altura de La Picada.
Alfredo Berduc, director del Parque General San Martín, pareció no estar tan sorprendido como los enviados de EL DIARIO al lugar conocido por muchos como La Colonia y a la balsa de Villa Urquiza para constatar los efectos de la lluvia en esas zonas.
“Se calcula que el nivel de agua alcanzó unos tres metros y medio en la zona de camping donde están los baños y la cantina, y llegó en un nivel más alto hasta la casa del guardaparque”, detalló Berduc.
El sábado pasado, el nivel de agua continuaba bajando y en las 600 hectáreas del parque se respiraba otro aire. No obstante, la bajada hacia el camping y la playa se encontraban intransitables, con barro blando y agua estancada en los sectores más bajos. En el lugar había un aire húmedo y la mañana respiraba perezosa un canto permanente de jilgueros y chororós.
Recorriendo el camino de regreso hacia la tranquera de la entrada, Berduc detalló con convicción la situación del complejo que, según afirmó, se encuentra con una falencia de elementos de trabajo para realizar labores de mantenimiento: “La necesidad más urgente es la de tener herramientas no sólo para enfrentar situaciones como esta y potenciales tragedias sino también poder mejorar el servicio que se le da a la gente en un lugar único como este, que además es público. Es un sitio de todos que tampoco necesita millones para estar bien”.
MUCHA AGUA. Como consecuencia de los 288 milímetros caídos y la fuerte tormenta, varios árboles quedaron retorcidos y quebrados por el nivel de agua que alcanzó un poco menos de un metro de altura en la casa del guardaparque, que justo en horas previas llevó a su mujer a la ciudad porque estaba por dar a luz.
La situación más difícil la tuvo el cantinero, quien por la rapidez de la inesperada lluvia no alcanzó a sacar los equipos de frío y la mercadería para la venta.
En las partes barrancosas más altas, de unos 8 metros, la cima se convirtió en ribera de un incontenible piletón gigante de extrema profundidad que corría velozmente.
En el barroso camino que conduce a la playa, las huellas de zapatilla y botas de goma convivían con las de carpinhco, guazuncho y otras especies de mamíferos y roedores. “Hay distintas teorías sobre lo que ocurre con los animales durante un anegamiento. Como este tipo de lluvia no aparece siempre, algunos animales tienen un instinto, presienten la crecida que se avecina y escapan. Y es posible que otros mueran ahogados”, señaló Berduc.
MUCHO FUEGO. Al igual que durante el grave incendio causado por la intensa sequía, la jornada de inundación encontró a las nueve personas que trabajan en la reserva sin elementos necesarios para efectuar eventuales rescates.
“Son cosas que venimos pidiendo hace mucho tiempo. No puede ser que en 600 hectáreas no tengamos un tractor con el que hubiéramos podido rescatar las cosas del cantinero”.
De hecho, la plata no alcanza para mucho. Los únicos ingresos del Parque General San Martín son de la entrada de $ 2 que se les cobra a los visitantes y los $ 500 pesos mensuales que reciben del Concejo General de Educación (CGE), a quien pertenecen los terrenos de La Colonia.
“Esperamos que no haya pasado nada con la bomba (un aparato extractor recientemente adquirido), que le costó al parque la mitad de sus ingresos anuales”, comentó Berduc, preocupado por la situación.
“Lo que nosotros no queremos es que cuando haya que efectuar un rescate podamos tener las herramientas necesaria y que no tenga que venir Defensa Civil para que se den cuenta de que es necesario tener un tractor. Si hubiera habido un contingente de chicos acampando, ¿cómo los sacamos?, preguntó el director del predio.
“De esta manera se hace un círculo vicioso porque cuando no recibimos un aporte significativo no podemos realizar mejoras y brindar un servicio digno, en consecuencia, no podemos cobrar una entrada más cara. Con esto, no quiero decir que no hayamos realizado avances ni mejorado cosas, pero esta es una de las situaciones en las que más se evidencian las carencias” sentenció.
La balsa, fuera de servicio
El camino que separa la picada hacia Villa Urquiza muestra abiertamente las marcas de la fuerte lluvia. Algunos hombres con palas sobre sus viviendas particulares construyen zanjas y emparejan terrenos. Sobre los campos, algunos molinos destrozados dejan en evidencia la violencia de los vientos y la lluvia que ha rebalsado hasta la destrucción los tanques australianos.
El camino a la balsa en Villa Urquiza estaba dividido al medio por una continua elevación a lo largo del recorrido. El tránsito hacia el cruce del arroyo estuvo acompañado por el ruido de los cascotes que chocaban con la parte de abajo del móvil de esta redacción.
Del otro lado un curso de agua que aún no había descendido a su cauce normal, el camino desbarrancado con un árbol sobre su paso formaba parte de un lugar devastado. A un costado, yacían los despojos de una balsa activa y servicial convertida en un inútil elemento con sus cables de acero cortados. Según comentaron los vecinos de la localidad, los balseros habían alcanzado a atarla para que la incontrolable masa de agua no se la lleve.
Frente al destruido camino, un bolichón de esos viejos se alzaba en la primera esquina antes del cruce. Detrás de un abollado cartel de color negro cuyas letras escritas con tiza rezaban “bebidas”, un hombre corpulento y canoso expresaba su furia: “No he tenido una sola ayuda humanitaria del intendente (de Villa Urquiza), nadie ha venido para darme una mano”.
Aislado por un gigantesco charco de barro, Jorge Rivero contó su historia mientras señalaba el nivel del agua fuertemente marcado en la pared de su vivienda visiblemente deteriorada por el tiempo: “Tengo un pulmotor (pulmón mecánico a base de electricidad para respirar) que me ayuda a vivir y como la luz estaba cortada tuvieron que tenderme un cable para que yo pudiera conectarlo”, dijo. “Nadie vino a auxiliarme con nada, voy a hacer una demanda por abandono de persona”.
El paso de un viejo tractor estabiliza los terraplenes durante la vuelta. 196 milímetros se reflejan a lo largo de toda la zona. Los cascotes vuelven a pegar contra la parte de abajo del auto y el sol continúa secando el camino.
|
|
|