El desierto contraataca despiadadamente al noroeste de San Martín. Lo que fueron 750 hectáreas de fuerte productividad ahora son sólo viñedos muertos o desfallecientes por la falta de agua. De las abundantes cosechas de antaño vivían unos 70 productores y ahora la mayoría de los apenas 30 que quedan sólo piensan en vender la tierra a precios muy por debajo de su potencial valor. Para colmo lo poco que se pretendía cosechar este año se lo llevó una tormenta de piedra y granizo que cayó a fines de noviembre y que causó más del 90% de pérdidas.
“Me acuerdo que en los años 1972 y 1973 con 5 hectáreas cosechábamos 1.000 quintales y el pago que obteníamos por la uva equivalía a ocho Chevrolet Súper Sport 0 kilómetro. Este año no se cosecha ni media camionada y el precio está por el suelo”, compara Héctor Lorca (69), quien desde 1961 es parte del condominio Colonia Alto Montecaseros, agrupación de productores que el mismo Lorca preside desde 1974.
El paisaje es dantesco. Fantasmal. Hectáreas y más hectáreas de viñedos muertos que todavía tienen signos de haber estado, alguna vez, bien cuidados. Algunos pocos sobreviven a duras penas. Aquel mustio sarmiento deja sospechar que allí todavía queda algo de vida.
Otrora los 70 productores que integraban el condominio supieron imaginar un futuro próspero, a juzgar por la alta productividad de sus cultivos y los buenos precios de mercado. Ahora ya no quedan ni la mitad y los más ya han tomado la decisión de renunciar a sus sueños, viendo que no tienen soluciones propias y su suerte no parece interesarle a nadie.
“El riego venía de nueve pozos que producían agua suficiente para todos. Ahora sólo nos quedan cuatro, el 2, el 7, el 8 y el 4, que no tienen caudal como para proveer ni el mínimo indispensable”, cuenta Lorca, mientras recorre las hijuelas yermas.
Actualmente la perforación y puesta en funcionamiento de un pozo nuevo implica una inversión de $300.000. “Entre la falta de agua y el granizo hace años que no alcanzamos ni a cubrir los costos, por lo que mucho menos podemos pensar en hacer semejante inversión”, dice el productor.
En Alto Montecaseros todavía hay hectáreas que se conservan verdes. Son las que pertenecen a algunas poderosas bodegas que han tenido capital suficiente como para realizar sus propias perforaciones. Al lado de ellos, el desierto ha recuperado terreno.
“El derecho de agua está a 10 kilómetros y significa una inversión importante traerlo hasta acá. Es mucho más factible, si lográramos que se atienda nuestra problemática, que se realicen nuevas perforaciones”, estima Lorca.
El derrumbe de la zona, tan productiva que supo afincarse allí la firma La Campagnola, comenzó en 1997, se agudizó en 2001 y actualmente el lugar está en sus últimos estertores y volverá a ser tierra deshabitada e inculta si no recibe una atención especial del Estado.
“Este verano, después de la tormenta de noviembre, se han ido otros muchos y han dejado las fincas abandonadas, incluso sin cosechar lo poco que tienen. Hasta yo estoy pensando en malvender mis 5 hectáreas”, cuenta el presidente del empobrecido condominio.
Resignados y desolados
Héctor Lorca no critica ni reclama. Pareciera que él y sus vecinos no tienen espíritu de piquetes, cortes de ruta y gritos destemplados. Tan resignado es su relato que, cada vez que recuerda a alguien, incluso a algún funcionario, termina diciendo: “Era una buena persona”. Tan de agachar el lomo es su costumbre que la piedra que les llevó el 90porciento de la poca uva que tenían los mustios viñedos en noviembre pasado pasó desapercibida para los informes oficiales y, mea culpa, para la prensa.
La semana pasada el contratista de Lorca renunció y abandonó la finca, sabiendo que allí, como están las cosas actualmente, no hay futuro y tampoco presente. “Tuve que poner a alguien que me cuide la casita y las maquinarias que tengo. Además de todo, acá, en la zona rural, está habiendo muchos robos y lo que falta es que me lleven el tractor”, dice.
El hombre señala con el dedo índice a diestra y siniestra, enumerando las fincas que alguna vez supieron negrear de racimos. “¿Ve allá?. Antes se sacaban camionadas y camionadas. El otro día cosecharon y apenas sacaron dos camionetas medio vacías”, cuenta.
Además de sequía y piedra, el precio del vino tampoco ayuda a los productores de Alto Montecaseros. “En el ’80 entregué 15.000 litros de vino y me trajeron un Rastrojero 0 kilómetro, con papeles y asegurado. Ahora con esos 15.000 litros le dan $10.500 (a $0,70 el litro) que apenas alcanza para un auto modelo ’70”.
Pero Lorca y sus pares tiene sobradas razones para estar aún más angustiados que los del resto del Este mendocino, quienes vienen exigiendo que el Gobierno compre la uva a $0,75 el kilo contra la oferta de créditos a los bodegueros a tasa anual del 9porciento para que estos aseguren la compra a $0,55 el kilo. Aun lográndose ese precio la gente de la zona noroeste de San Martín tiene el año perdido y un futuro terriblemente desesperanzador.
Alto Montecaseros, un paisaje tétrico, fantasmal
Hace 40 años había agua pura, apta para riego y para consumo humano, a 17 metros de profundidad. Hoy hay que perforar 300 metros para encontrar la misma calidad. “Todos los pozos sépticos han contaminado el agua que está a 17 metros. Ya es totalmente tóxica y dañina para la salud de los pobladores y de los cultivos”, cuenta Héctor Lorca.
Los nueve pozos que tenía el condominio fueron perdiéndose por este motivo y la imposibilidad de profundizarlos por el elevado costo que tiene este tipo de obra. “Los cuatro que todavía funcionan tienen poco caudal y no alcanza para abastecernos”, dice el productor.
Recorrer Alto Montecaseros es como ingresar a la escenografía de un película de Boris Karloff. Viñedos muertos y decenas de casas abandonadas desde hace años dan al paisaje un aire tétrico. Como mínimo genera un sentimiento de profunda angustia y tristeza.
La escuela Jubal Pompilio
Benavides tiene 190 alumnos
Allí, en tierras del mismo condominio Colonia Alto Montecaseros, se levanta la también postergada escuela 1-522 Jubal Pompilio Benavides, cuyos 190 alumnos vienen esperando desde 1993 que se construya el nuevo edificio.
La Benavides, una de las últimas escuelas rancho que queda en la provincia, comenzó a funcionar en 1965 en una casa de familia que fue cedida por los finqueros del condominio y la mayoría de las ampliaciones y mejoras que se le realizaron al edificio en estos 44 años fueron efectuadas por la misma comunidad que de a poco va emigrando del lugar.
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