Todos estamos consternados, pero lo que ocurrió era perfectamente previsible. Cuando se produjo la inundación en Tartagal, en 2006, se dijo que podría repetirse y que existían medidas para atenuar daños futuros. Esas medidas no se llevaron adelante.
Al producirse este alud, se han señalado hechos contrapuestos, y todos tienen algo de verdad, pero hay mucho de oportunismo en lo que se dice. Es común en las declaraciones la falta de información sobre la cuenca, sobre lo que llovió y en qué contexto histórico y geográfico ocurren estos eventos.
Veamos: la cuenca del río Tartagal tiene aproximadamente unas 30.000 hectáreas. Más del 50% es montañoso, con pendientes que superan el 5% (todas al oeste de Tartagal). De modo que se trata de una cuenca en la que la pendiente es muy importante. Esto genera condiciones para crecidas fuertes de caudal de agua y de sedimentos.
Las precipitaciones se vienen incrementando en la región. En la década del 30, se registraban menos de 600 milímetros anuales, y subieron a más de 1200 a partir de los años 80. En 2006, hubo siete precipitaciones que superaron los cien milímetros. Esto puede ser atribuido al cambio climático global, que provoca más lluvias en algunas partes y sequías, en otras.
Hay un 0,7% de territorio deforestado en la cuenca de aguas arriba de la ciudad de Tartagal, por lo que no podemos atribuir a la deforestación la responsabilidad sobre lo ocurrido. La actividad forestal en la región es de modalidad selectiva. Es decir, se cortan sólo los árboles de interés maderero y se deja el resto del bosque en pie.
La intensidad de la explotación está inversamente vinculada con las pendientes (más alta en pendientes suaves), por lo que la cobertura forestal en las laderas empinadas de la cuenca de Tartagal es buena. Por lo tanto, tampoco podemos atribuir a la actividad forestal la responsabilidad sobre lo ocurrido.
La actividad petrolera, muy importante en la región, no está interviniendo en la cuenca en cuestión. Por otra parte, en las serranías de Tartagal y de Aguaragüe, menos del 0,5% del área tiene deslizamientos de ladera (como el que ocurrió en la cuenca del río Tartagal). De ellos, el 70% es de origen natural y el 30% restante puede ser atribuido a la construcción de caminos (particularmente para la actividad hidrocarburífera). Sólo el 0,15% de la superficie de la región está afectada directamente por la construcción de caminos, por lo que tampoco podemos atribuir a esta actividad la responsabilidad en el desastre.
El cambio climático es atribuido al incremento de las emisiones de dióxido de carbono, entre ellas producto de la deforestación en el nivel global. La Argentina contribuye con el 0,9% de las emisiones globales, de las que un tercio es producida por el norte argentino. Es decir que la deforestación de la Argentina representa el 0,3% de las emisiones globales. Si bien hay que trabajar en revertir esta tendencia, difícilmente podemos atribuir a la deforestación regional el cambio climático que condujeron al evento de Tartagal.
Sin embargo, sí hay cosas que podemos hacer. Hay una mala planificación histórica del crecimiento urbano con relación a las márgenes dinámicas del río, tal como lo manifestamos cuando ocurrió el anterior episodio en Tartagal, en 2006. Se debe planificar el desarrollo urbano y evitar el asentamiento humano en áreas de alto riesgo.
Y hay que construir las defensas e infraestructuras acordes con esta nueva situación ambiental.
No son soluciones difíciles ni mágicas. Pero para evitar nuevos hechos como los ocurridos, hay que ponerlas en marcha.
El autor es presidente de la Fundación Pro Yungas, dedicada a la protección de las selvas del Noroeste.
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