Durante mucho tiempo, se creyó que el petróleo era el fluido que movía el mundo. Pero desde hace por lo menos dos décadas quedó en claro que el agua es más importante que el petróleo. La ecuación es muy simple: se puede vivir con menos petróleo, pero no con menos agua, y ésta empezó a escasear en el planeta.
Para considerar este tema se está realizando en estos días en Estambul, Turquía, una conferencia internacional de jefes de Estado, investigadores y ambientalistas, con el objetivo de dar respuestas a un problema que puede desatar en un futuro no muy lejano una verdadera crisis global, si es que el consumo sigue aumentando al ritmo actual y no se adoptan políticas y se realizan obras de infraestructura que tiendan a la conservación del agua.
Según un informe del Instituto Internacional del Agua, con sede en Estocolmo, 1.400 millones de personas en el mundo viven en áreas abastecidas por ríos que se están secando, y otras mil millones carecen directamente de acceso al agua potable. Son cifras terroríficas, si se piensa que constituyen un altísimo porcentaje de la población mundial.
Lo grave es no ha habido una relación razonable entre el aumento de la población y del agua, como lo señala un informe de las Naciones Unidas, que dice que el consumo de agua se multiplicó seis veces en el último siglo, o sea el doble de lo que aumentó la población. Si esta proporción continúa, el mundo se puede enfrentar en dos o tres décadas con verdaderas catástrofes naturales.
La Argentina no está exenta de las amenazas de falta de agua, ya que si bien recibe lluvias abundantes en la pampa húmeda y comparte con Paraguay uno de los reservorios de agua subterránea más grandes del mundo –el acuífero Guaraní– dos terceras partes de su territorio son áridas o semiáridas. De todos modos, el cambio climático ha hecho variar esta situación y, así como la intensa sequía de los últimos meses afectó a buena parte de región pampeana, las lluvias fueron intensas en regiones tradicionalmente secas como Mendoza y San Juan y en general todo el noroeste. Y hay lugares densamente poblados, como el conurbano bonaerense, que no tienen servicios de agua potable suficientes, no por falta de agua dulce –ya que tiene a sus espaldas nada menos que el Río de la Plata– sino por las limitaciones de sus sistemas de potabilización o la falta de redes de agua corriente.
Al respecto, un estudio de la Universidad Nacional de La Plata señala que más de la mitad de los casi 14 millones de habitantes de la provincia de Buenos Aires no dispone de cloacas y que casi el 30 por ciento –o sea más de cuatro millones– vive en hogares sin conexión a una red de agua potable. Sin duda que la franja más vulnerable de esa provincia es el Conurbano bonaerense, con sus casi nueve millones de habitantes. O sea que el problema del agua no se reduce al aumento del consumo, la desecación de los ríos y lagos o las prolongadas sequías, sino también a las gruesas fallas de infraestructura –en particular en lo que respecta a la potabilización y las redes de suministro de agua corriente– en los grandes centros urbanos.
En lo que respecta a Córdoba, puede decirse que el clima la favoreció en los meses de primavera y verano, ya que a fines de diciembre o principios de enero pasados todos los diques estaban al tope, cuando lo normal es que se rebasen a fines del verano o principios del otoño. Pero, como queda dicho, el cambio climático favoreció a ciertas zonas y perjudicó a otras, como casi todo el sudeste provincial –con buena parte de riqueza agropecuaria– que debió soportar sequías muy largas que arruinaron las cosechas. Es también en las zonas densamente pobladas, en particular el Gran Córdoba, donde el problema del agua se plantea con mayor gravedad.
Pero aprender a ahorrar el agua, a conservarla, es un desafío para todos, desde las Naciones Unidas a los estados y la gente común, que debe tomar conciencia de que el agua no es gratuita ni eterna y que debe ser apreciada como uno de los grandes bienes que la naturaleza otorgó a los seres vivientes, junto al aire y los alimentos.
|
|
|