Sólo por residir en el conurbano, la vida se acorta dos años, por lo menos. Esa es una de las diferencias más notables y significativas con quienes viven en la Capital Federal. Claro está que esa cifra también depende de dónde se resida. En qué partido y en qué área dentro de ese distrito inmenso, porque no es lo mismo dormir sobre las cuencas del Riachuelo-Matanza o del Reconquista que en las zonas más acomodadas de San Isidro o Tigre, o incluso de Hurlingham. O de Lomas. Ni siquiera a la hora de anticipar de qué morirá cada uno.
Las estadísticas generales esconden los matices. Porque los que viven en el primer y más rico cordón alrededor de la ciudad de Buenos Aires registran una expectativa de vida de 74,72 años, algo por encima de la tasa provincial (74,44), pero más de un año por sobre la estimación para el segundo cordón (74,72), según estadísticas oficiales bonaerenses.
Eso, sin mencionar la distancia que media de un lado y otro de la avenida General Paz. "Si evaluamos a los vecinos de la zona norte de la ciudad de Buenos Aires y las zonas pobres del conurbano, hablamos de 10 años de diferencia en la expectativa de vida", cuenta el ex subsecretario del Ministerio de Desarrollo Social porteño Carlos Regazzoni. Doctor en medicina, sigue como funcionario de la ciudad y lleva años estudiando el área metropolitana. Esos 10 años es la diferencia, ejemplifica, entre Recoleta y Avellaneda, para no ir más lejos.
El contraste no sólo se da por los años que podrían vivir unos y otros. También por quiénes tienen más probabilidades de vivir: si la tasa promedio de mortalidad infantil era de 12,7 por mil en la provincia en 2006 y de 12,9 en todo el país (subió a 13,3 en 2007), en el conurbano fue de 13,9. Pero, otra vez, con claros contrastes: en el primer cordón fue 11,1 (con 7,3 en Vicente López y 14 en Ituzaingó), y en el segundo cordón llegó a 14,9 (con San Fernando en 9,7 y Presidente Perón en 20,6).
Esos contrastes abarcan también las causas que llevan al cementerio. Si los tumores y los infartos concentran el 41,2% de las muertes en el resto de la provincia, en tajadas casi idénticas pero con una ligera prevalencia de los tumores, en el conurbano dominan por mucho las enfermedades del corazón. El 28,7% de los decesos se deben a un fallo cardíaco, según las estadísticas de 2007, las últimas disponibles, del Ministerio de Salud bonaerense.
Los accidentes y las enfermedades infecciosas también son causas habituales de muerte. Pero por debajo de las causas subyace una variable tan vasta como compleja: el impacto en la salud general de las cuencas de los ríos Reconquista y Matanza, y en menor medida de la del río Luján.
La contaminación de las aguas alcanza niveles tan evidentes como patéticos en lugares muy diversos. Como a la vera del predio de la Ceamse que media entre los partidos de San Miguel y San Martín, junto a las vías del tren, entre el barrio Libertador y el asentamiento 8 de Mayo. Allí es donde el agua potable llega a algunas casas con caños tendidos sobre las calles por los vecinos, que cavaron los cimientos de sus viviendas entre los desechos.
Allí corre un arroyo putrefacto, casi paralizado por bolsas, animales muertos y autos robados arrojados a las aguas. De un lado y del otro se extienden las casillas, que se comunican por medio de toscos puentes de madera. Uno de ellos lo financió un rotisero para que del otro lado pudieran ir a comprarle.
¿Por qué la municipalidad no limpia todo esto? "Porque en 48 horas estaría peor de lo que está. Es algo cultural", responde quien acompaña a LA NACION, un muchacho que se dedica a mejorar la calidad de vida de los sectores postergados de la zona.
Como si fuera parte de un guión, apenas unos metros después un lugareño pasa por delante de LA NACION y el muchacho con una bolsa en la mano. Parecía enfilar hacia un contenedor de la basura de 6 o 7 metros de largo apostado junto al arroyo. Pero no. En vez de apuntar hacia allí, las lanzó a la barranca.
"¿Viste? Esto es algo cultural", se lamenta el muchacho. Sabe que con los problemas dramáticos que afrontan, para muchos hablar sobre el impacto del medio ambiente en su salud resulta poco menos que ridículo.
Un equipo del Ministerio de Salud porteño, sin embargo, determinó que las comunas de la ciudad que conforman el área de la cuenca Matanza-Riachuelo exhibieron "tasas ajustadas de mortalidad mayores" que las generales de toda la ciudad en 2007, "especialmente en las enfermedades del sistema circulatorio, tumores, respiratorio, infecciosas y causas externas". En cuanto a la mortalidad infantil, fijaron que "en 2006 murieron 3 niños por 1000 más que en el total de la ciudad".
"La cuestión ambiental, la gestión de ambas cuencas y la degradación del medio ambiente crecieron muchísimo en la agenda pública en los últimos 15 años", dice la directora del Instituto del Conurbano de la Universidad Nacional de General Sarmiento, Andrea Catenazzi. "Hoy refleja una oportunidad, más que un tema prioritario, pero el desafío ambiental tiende a unificar los criterios de los municipios como región metropolitana, a diferencia de otros temas, como la inseguridad", explica.
Para Regazzoni, el debate sanitario también debería incluir un "anzuelo" económico: "Cada peso invertido en sanear las cuencas equivale a 35 pesos entre los gastos médicos futuros ahorrados y la producción de riqueza derivada de la mayor cantidad de años productivos que tendrá la población".
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