La sequía ha vuelto a amenazar al Uruguay y agrega así un dato más a los problemas derivados del cambio climático. De esa manera la tierra de este país -por segunda vez en el año- padece una gravísima falta de agua, aunque el subsuelo disponga de las colosales reservas del Acuífero Guaraní. Algo similar ocurre en zonas de la Argentina, donde se encienden otras luces de alarma por el derretimiento de los glaciares que son una de las fuentes mayores del abastecimiento de agua para ese país. La gradual reducción de los glaciares andinos es otro de los fenómenos que delatan el desastre planetario, es decir el cambio del clima provocado por un calentamiento global que tarde o temprano desembocará en amenazas tales como el ascenso del nivel de los mares o un aumento de temperaturas que impedirá la supervivencia de la fauna y la flora, como ya está registrándose en algunas regiones del mundo.
En el Perú, por ejemplo, el 70% de la población vive en una franja costera que es desértica y dispone apenas del 1,8% del agua dulce que hay en el país. La capital peruana es, después de El Cairo, la mayor ciudad del mundo asentada sobre un desierto y dos de los ocho millones de habitantes de esa área metropolitana, carecen de agua potable. Hace ya tiempo que los técnicos del Instituto de Promoción y Gestión del Agua advierten públicamente que Lima no dispone de agua suficiente para servir a sus habitantes. Ese problema es tan crítico que el actual presidente peruano incluyó en su campaña electoral la promesa de "agua para todos". Como parte de ese proyecto, se extenderá del 76 al 88% el servicio de agua potable, crecerá del 57 al 77% la red de saneamiento y del 22 al 100% el tratamiento de aguas servidas, dentro de un plazo que abarca hasta el año 2015.
En la Cordillera Blanca, al noroeste del Perú, la superficie de los glaciares se redujo un 26% en los últimos treinta años. Pero el caso peruano es apenas uno de los índices que se multiplican en el mundo, donde la sexta parte de la población global no tiene hoy acceso al agua potable. Los especialistas estiman que un país debe disponer de mil metros cúbicos de agua dulce por habitante y por año, para no sufrir de escasez crónica según las mediciones del Consejo Mundial del Agua. Y como en el planeta nacen unos ochenta millones de personas por año, la demanda de agua irá creciendo a un ritmo que las fuentes naturales no serán capaces de satisfacer. Ese es el desafío mayor que enfrentan quienes se ocupan del tema, aunque no es el único.
En efecto, el deshielo de los casquetes de ambos polos terrestres "se está acelerando más de lo previsto", lo cual supondrá un aumento del nivel de los océanos por encima de lo que se calculaba y asimismo una aceleración del calentamiento global, impulsado por una menor masa del hielo que lo enfría. Alarmados por el proceso, unos 10.000 científicos de sesenta países comenzaron en marzo de 2007 un estudio titulado Año Polar Internacional, que reveló dos cosas. La primera es que el calentamiento de la Antártida genera "un fenómeno mucho más extenso de lo previsto", y la segunda es que la desaparición de la capa helada del Polo Norte también acelera sus ritmos. Ese cuadro tendrá consecuencias, porque la creciente masa de líquido empujará el ingreso de agua salada en los sistemas que aseguran el consumo humano y la irrigación, descalabrándolos y aumentando así la contaminación.
Para tener una idea de la magnitud del fenómeno, debe saberse que la superficie de los hielos perpetuos que cubren el casquete boreal, se ha reducido hasta el momento en un millón de kilómetros cuadrados, mientras en el sur se registran procesos similares, no sólo en los crecientes desprendimientos de masas heladas de la costa antártica, sino en "el rápido calentamiento que va ocurriendo en el sur argentino y chileno". Numerosos científicos que asistieron a la conferencia sobre cambio climático organizada por la Universidad de Copenhague, señalaron que las estimaciones formuladas por las Naciones Unidas en materia de temperaturas globales, ya han sido superadas por la realidad. Sostuvieron que "los niveles del mar podrán elevarse por lo menos un metro de aquí al año 2100", con las consecuencias calamitosas que ello tendrá en las zonas bajas de cualquier país y en numerosas islas desprovistas de elevaciones. El futuro será sombrío para las relaciones entre el hombre y el agua.
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