Las lluvias caídas en las últimas semanas en varios puntos del interior bonaerense, así como en distintas provincias del país, no resultaron hasta ahora suficientes como para enfrentar la persistente sequía que, a lo largo de todo 2008 y hasta la fecha, afecta a vastas zonas del país, en una situación que, como corolario, se encuentra descripta con elocuencia en consistentes pronósticos acerca de la producción agropecuaria, cuya disminución global fue estimada en un 35 por ciento menos que la campaña anterior.
Semejante panorama compromete ciertamente el futuro inmediato del país y, al mismo tiempo, obliga a formular algunas consideraciones, ya expresadas reiteradamente desde esta columna cada vez que se presentaron problemas semejantes, en el sentido a la previsión y manejo de la alternancia de los ciclos húmedos y secos, característicos en la pampa húmeda y especialmente en nuestra provincia.
Lo cierto es que de acuerdo a mediciones y evaluaciones realizadas las últimas lluvias no trajeron alivio a los productores del centro y sur del distrito bonaerense, acosados desde hace largos meses por un prolongado período de sequía. Desde esa zona se advirtió que había disminuido drásticamente la siembra, especialmente la de cebada y trigo. Desde sectores vinculados a la actividad agropecuaria se señaló asimismo que, a la desventura climática, se le suman ahora circunstancias económicas y políticas poco felices que distan de atenuar el déficit productivo regional.
Cuadros similarmente agoreros se presentan en el Norte bonaerense así como en La Pampa, Entre Ríos y Santa Fe, en donde no se registran lluvias. En Chaco y Corrientes, así como en la Mesopotamia la sequía sigue causando estragos tanto en las cosechas de maíz y soja como sobre la ganadería, con dramática mortandad de animales, en una situación absolutamente crítica por las bajantes de los ríos Paraná y Uruguay. También se registran sequías muy prolongadas en la provincia de Córdoba.
Desde distintas entidades vinculadas al campo se advirtió que en esta época del año, terminada ya la cosecha de soja y maíz, el agua es necesaria para garantizar la humedad suficiente para sembrar trigo y otros granos finos. Y el agua sigue faltando, reemplazada por una aguda e inclemente sequía.
Es cierto que a principios de 2009 el Gobierno nacional decretó la emergencia agropecuaria, que le ofrecería a los productores la posibilidad de diferir el pago de algunos impuestos. Sin embargo, esa medida no pasó aún del plano de las buenas intenciones, ya que no fue aún homologada y por consiguiente no resulta aplicable, de modo que los productores carecen también de ese alivio.
Se habló antes de políticas que debieran impulsarse, en el sentido de paliar la alternancia entre sequías e inundaciones, tal como lo postuló a fines del siglo XIX el sabio Florentino Ameghino, habilitándose lugares -grandes reservorios- en donde pueda guardarse el agua que sobra en algunas épocas para convertirla en riego, mediante canalizaciones secundarias, cuando llegan los tiempos de sequía.
Mientras no se apliquen políticas y medidas de fondo, los esforzados pobladores y productores agropecuarios -que actúan en el área más productiva y rentable para la Argentina- seguirán sometidos a los cambiantes caprichos de los climas, en una situación que podría resultar explicable en épocas muy pretéritas, pero no ahora, cuando el progreso científico y la adquisición de tecnologías permiten de sobra apuntalar la aplicación de metodologías superadoras de los ciclos climáticos.
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