Dengue, cólera, leptospirosis, hantavirus, fiebre amarilla eran enfermedades de las que ya habíamos dejado de escuchar hace muchos años o ni siquiera resonaban como familiares a nuestra región. Sin embargo, en los últimos años vemos con mayor frecuencia que comienzan a aparecer casos, motivo por el cual las autoridades sanitarias advierten a la población sobre sus características y formas de prevención.
Los expertos aseguran que el cambio climático que se viene produciendo en las últimas décadas -fenómeno caracterizado por las modificaciones en el clima como consecuencia de la influencia de la actividad humana- determina la aparición y/o el resurgimiento de algunas enfermedades que ya parecían olvidadas en el tiempo.
El motivo: se dan fenómenos meteorológicos extremos, con olas de calor, grandes precipitaciones y tormentas, sucesión de ciclos de inundaciones y sequías, entorno ideal que contribuye a la propagación de enfermedades emergentes o reemergentes mediante la ampliación del ámbito de actuación de los vectores que las transmiten.
La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Mundial de Sanidad Animal (OIE) coinciden en afirmar que el cambio climático lleva aparejado como una de sus principales consecuencias cambios en los modelos de transmisión de las enfermedades infecciosas, porque los cambios en el entorno favorecen las enfermedades transmitidas por vectores, además de las ligadas al agua o las fuentes de alimentos.
El Litoral consultó sobre este tema a la Dra. Elena Pedroni, una epidemióloga santafesina que actualmente se desempeña en una dependencia de la Organización Mundial de la Salud, y al CPN Pablo Tabares, vicepresidente de la Fundación Hábitat y Desarrollo, una ONG de nuestra ciudad que tiene como misión desarrollar iniciativas para conservar diversos sitios naturales del país y formular y promover incentivos que alienten al sector privado a participar en tareas de conservación, en complemento con el Estado.
En primer lugar, la Dra. Elena Pedroni -quien fuera directora nacional de Epidemiología- diferenció que “las enfermedades emergentes son las que aparecen por primera vez en un territorio, como el hantavirus, ya que no se conocía en la zona, mientras que las reemergentes son aquellas que hubo hace mucho tiempo, como la fiebre amarilla, después durante muchos años dejaron de existir y vuelven a surgir. El dengue en esta región también es reemergente, porque hubo una epidemia muy grande en 1916, que terminó en la provincia de Entre Ríos, en Concepción del Uruguay”.
Sensibles al clima
Respecto a la relación de las enfermedades emergentes y el cambio climático, la profesional aclaró que “algunas enfermedades, de por sí, tienen un comportamiento estacional (varían de acuerdo a las temperaturas), fundamentalmente en países del Cono Sur, es decir, donde hay durante el año una variabilidad climática bastante importante. Se trata, fundamentalmente, de la influenza (ahora estamos con este tema), el cólera, el dengue (que últimamente es importante en nuestra región) y la malaria, enfermedad que en nuestra zona no es tan importante, pero que en el norte del país tiene una variabilidad importante”.
Sin embargo, mencionó que “hay otras enfermedades que tienen una sensibilidad especial al clima, y los cambios climáticos hacen que aumenten en una forma en que antes no se comportaban. Se trata de las enfermedades vectoriales y tienen que ver con las posibilidades que tiene el vector de sobrevivir con estos cambios: mayores precipitaciones, temperatura y humedad. Esto favorece para que los vectores transmisores de estas enfermedades aumenten y proliferen. Éste es el caso de la leishmaniasis (que está bastante cerca de la provincia de Entre Ríos), el dengue, la fiebre amarilla, el paludismo o malaria, el cólera o las diarreas. Son todas enfermedades que, a medida que aumenta la temperatura, mayores son las posibilidades de su transmisión”.
En este sentido, agregó que “estuve colaborando en las dos últimas inundaciones en Santa Fe y estos fenómenos meteorológicos extremos también favorecen a la proliferación de los vectores y de otras enfermedades, como las transmitidas por roedores. De esta manera, aumentan los casos de hantavirus, leptospirosis o fiebre hemorrágica argentina”.
La acción del hombre
En otro orden, la Dra. Pedroni advirtió que “para que el ser humano esté expuesto a otras enfermedades tiene que ver con otras influencias, que denominamos moduladoras”. Al respecto, aseguró que “hay un cambio climático porque el ser humano ha realizado en el planeta determinados cambios relacionados con la contaminación. Esto también trae aparejadas alteraciones socioeconómicas y demográficas: la gran conglomeración de personas en las ciudades o el desorden urbanístico son posibilidades que les damos a los vectores para desarrollarse”.
Y dio dos ejemplos: “el Aedes aegypti antes era un mosquito que no existía en este continente. Ingresó como selvático y el ser humano le dio la posibilidad de que comience a ser un mosquito domiciliario, porque les dimos los criaderos. Nosotros creamos estas influencias moduladoras. Además, la leishmaniasis se ve muy afectada con la tala de los árboles”.
Asimismo, planteó que “los seres humanos nos acercamos a los reservorios y a los vectores silvestres (al ingresar a los montes y la selva) y domésticos”, motivo por el cual también nos exponemos a otras enfermedades. “Estuve estudiando el brote de fiebre amarilla en Paraguay y se advirtió que comenzó con los cazadores, quienes hacen en las copas de los árboles una especie de mangrullo para esperar al jabalí o al puma, adonde pasan toda la noche. En esa copa de los árboles también están los monos y los mosquitos transmisores de esta enfermedad. Si no ingresara de esta forma se evitarían muchas enfermedades”, contó.
Por último, Pedroni advirtió que criar a los animales hacinados y estresados también permite la proliferación de enfermedades. “Por ejemplo, la influenza H5N1 (gripe aviar) en las aves silvestres es de baja patogenecidad. Éstas generalmente no tenían contacto con las aves de criadero pero ahora sí la tienen porque tienen la posibilidad de comer y cuando bajan tienen contacto con estas aves de criadero, que están viviendo en una forma hacinada y estresada, y se convierten de alta patogenecidad.
Con el cerdo ocurrió algo similar. No es que el cerdo haya sido culpable de la influenza, sino que nosotros lo enfermamos, lo contagiamos; ahí mutó el virus y luego saltó al humano nuevamente con una patogenecidad mayor”, afirmó.
“México me hizo acordar a la inundación de 2003”
La Dra. Elena Pedroni fue enviada por la OPS al Distrito Federal de México a la semana que se dio el alerta por la influenza humana A (H1N1), para liderar un grupo de 20 epidemiólogos de diferentes organismos de todo el mundo. Su trabajo consistió en conectarlos con los profesionales de ese país para realizar la vigilancia de esta patología, su investigación y dar una respuesta ante la situación planteada en México.
De esta manera relató su experiencia: “El 17 de abril fue el alerta de influenza A en México y el 24 me enviaron para DF. Estuve liderando a un grupo de 20 epidemiólogos internacionales que fuimos a hacer las investigaciones. Me hizo acordar un poco a la primera inundación de Santa Fe, porque no estábamos preparados para eso y no había mucho escrito. A pesar de que uno esté preparado, cuando ocurren las cosas, uno se da cuenta de que los planes a veces fallan. Al ser una enfermedad desconocida (México debutó con esta enfermedad) ese país tuvo la mayor cantidad de fallecidos”.
Asimismo, advirtió que “ellos hicieron el alerta el 17 de abril, pero cuando hicimos las investigaciones encontramos casos el 11 de marzo, es decir que hacía un mes que el virus estaba circulando. Además, como afectó a los adultos jóvenes y generalmente no consultan, la recomendación era que no se automedicaran y que consultaran con un médico si realmente se sentían enfermos. En general, hay poca conciencia de la posibilidad de transmisión de las enfermedades”.
Y concluyó: “Pero consultaron tarde y los médicos no sabían lo que realmente estaba ocurriendo, porque es lo mismo que pasó con el hantavirus en la Argentina; los primeros casos fallecieron, en su mayoría. Pero a medida que se conoce una enfermedad, la gente está más alertada y el personal de salud está más capacitado para la atención. Después del alerta, la cantidad de los fallecidos disminuyó. Era la primera vez que se tomaba la medida de distanciamiento social en toda la región, es decir, suspender todas las actividades sociales. Era un panorama totalmente distinto, desolador, que ayudó, a pesar de que hubo muchas pérdidas económicas, fundamentalmente en el turismo”.
LA FIGURA
La Dra. Elena Pedroni es santafesina, nacida en la ciudad de Esperanza. Se graduó como bioquímica en la Universidad Nacional del Litoral e hizo su especialidad en Epidemiología en la Universidad de Buenos Aires. Fue directora de Epidemiología de la provincia de Entre Ríos en dos oportunidades y desempeñó ese cargo en el Ministerio de Salud de la Nación entre 2005 y 2008.
Actualmente integra el Grupo de Alerta y Respuesta a Epidemias que depende de la Unidad de Enfermedades Transmisibles de la Organización Panamericana de la Salud (OPS/OMS), cuyas oficinas centrales funcionan en Washington, Estados Unidos.
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