Los países reunidos en la cumbre del G-8 en la ciudad italiana de L’Aquila se han comprometido a destinar 20.000 millones de dólares en tres años a combatir el hambre, lo que supone 5.000 millones más de lo previsto.
Un alto funcionario de la delegación estadounidense en la cumbre, que habló bajo la condición del anonimato, dijo hoy que las promesas de los países “han sido más altas de lo que habíamos calculado. Basados en esas promesas, podemos anunciar que se movilizarán 20.000 millones de dólares”.
En una hoja informativa distribuida por la Casa Blanca se informa que Estados Unidos aportará a ese total al menos 3.500 millones de dólares a lo largo de tres años.
“Este tipo de medidas estaba pendiente desde hace mucho tiempo”, indica la hoja informativa.
Según explicó el alto funcionario, el aumento en los compromisos se produjo después de la intervención del presidente de EE.UU., Barack Obama, en la sesión sobre seguridad alimentaria celebrada esta mañana entre los países del G-8, países africanos, instituciones financieras y naciones invitadas especialmente.
En su alocución, agregó el alto funcionario estadounidense, Obama, de padre keniano, recurrió a sus experiencias personales de África y vivencias de su familia para resaltar la necesidad de la gobernabilidad en el continente y mencionó, entre otros ejemplos, que “su primo no puede encontrar trabajo en Kenia si no paga una coima. Eso no es culpa del G-8”.
En su comunicado sobre seguridad alimentaria, el G-8 hace especial énfasis en que las iniciativas se lleven a la práctica de manera “sostenible” y subraya la importancia de estimular “el sector privado” en los países receptores de ayuda.
En el texto se plasma, además, la necesidad de acompañar la asistencia alimentaria con la “expansión del empleo” y las políticas de apoyo a “minifundistas, mujeres y familias” para diseñar una política global de asistencia.
Clima, agua y suelo
El documento suscripto antes de la clausura de la cumbre, que concluye hoy, después de tres jornadas de reuniones, hace referencia al cambio climático y recomienda la “gestión sostenible del agua, la tierra, el suelo y otros recursos naturales”.
Por otro lado, subraya que la asistencia sanitaria y la educación contribuirán “a la productividad y el crecimiento económico”, que traerán como consecuencia, asegura, una mejoría en la nutrición y la seguridad alimentaria en los países pobres.
Los países reunidos en L’Aquila, epicentro del terremoto del pasado abril que dejó 299 muertos, se comprometen, según el documento final sobre seguridad alimentaria, a “aumentar las inversiones para el desarrollo de la agricultura”, ya que ésta beneficia “directamente a los más pobres”.
Además, el documento recoge el rechazo al proteccionismo y a “las distorsiones comerciales”, para evitar que se alcen nuevas barreras al comercio y a la inversión.
En tanto, el G-8 de L’Aquila dejó la sensación de una oportunidad perdida en materia de cambio climático, a sólo cinco meses de un acuerdo esperado en Copenhague, por la falta de compromisos a mediano plazo y pese a los progresos realizados en materia de reducción de emisiones para el año 2050.
Reconociendo los trabajos cada vez más alarmantes de los científicos, los líderes de ocho países industrializados aprobaron el miércoles un límite de 2ºC como tope máximo de calentamiento y, para respetarlo, aceptaron aspirar a un descenso de la mitad de las emisiones mundiales de gases de efecto invernadero de aquí a 2050 y en un 80 % o más para los países industrializados.
Se trata de “un consenso histórico”, según Barack Obama, que asistía a su primera cumbre del G-8. Y su entusiasmo se comprende en la medida en que el compromiso estadounidense permitió convencer a Japón, Canadá o Rusia, que nunca habían suscripto ese objetivo.
Obama presidió el foro paralelo de las principales economías sobre el clima y la energía (MEF, que reunió a 16 países, incluido el G-8 y los principales mercados emergentes, lo que representa un 80 % de las emisiones mundiales), que también apoyó los 2ºC.
Disgusto brasileño
Esta falta de compromiso en un futuro próximo fue mal recibida por las principales economías emergentes como Brasil.
“No podemos aceptar el objetivo de 2050 sin un fuerte compromiso a mediano plazo”, dijo el jefe brasileño de la negociación sobre el clima, Luiz Alberto Figueiredo Machado, para quien se trata de una cuestión de “credibilidad” para los países ricos.
Ésta es la razón por la que los países en desarrollo del MEF, entre ellos China, ahora el mayor emisor mundial de CO2, renunciaron a apoyar un objetivo de reducción de las emisiones del 50 % en 2050.
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