Cuando el año pasado se firmó el acuerdo con Mendoza que venía a poner principio de solución al diferendo por el uso de las aguas del río Atuel, no fueron pocos los pampeanos que se animaron a imaginar cómo sería transformado el Oeste provincial con el restablecimiento de ese curso de agua en nuestro territorio. Más de medio siglo de despojo parecían llegar a su fin o, por lo menos, a comenzar un camino de reversión del colapso productivo y poblacional que el corte del río ocasionó en más de la mitad de la provincia.
Pero una serie de acontecimiento políticos han venido a cambiar el panorama. El primero y más importante es el papel confrontativo que el mendocino vicepresidente de la Nación ha comenzado a jugar con las decisiones de la presidenta. En ese papel de opositor desde dentro del riñón del poder que le dio ser parte de la fórmula presidencial kirchnerista, el vicepresidente influye decisivamente para que le vaya mal al gobierno nacional y a todos los que juzga sus aliados, incluyendo, claro está en primer lugar, al gobernador de Mendoza impulsor del acuerdo con La Pampa.
El vicepresidente, adorado aquí por los productores agropecuarios del este productivo y por la segunda fuerza política de la provincia, el radicalismo, ha logrado imponer su voluntad boicoteadora en su provincia y que aquél acuerdo con Mendoza no fuera ratificado por las cámaras legislativas del estado cuyano que ha pasado a ser, para nuestra desgracia, letra muerta.
Así, la esperanza de que el año que transcurre fuera el de la recuperación de una parte de la potencialidad hídrica de nuestra provincia ha quedado defraudada. Sepultada sin demasiadas expectativas de que pueda ser, alguna vez, reflotada. La paralización del trámite de aprobación del convenio firmado es un hecho que no aparece con visos de poder destrabarse.
A esta ilusión desvanecida se le suma ahora, como una verdadera burla al optimismo pampeano, la dramática realidad de que, por primera vez en más de medio siglo, el otro curso de agua que penetra en el Oeste territorial, el Salado, siga el mismo destino que el Atuel. El caudal del Salado ha disminuido de tal forma -y aumentado exponencialmente su salinidad-, que los expertos anticipan que, en un mes, se cortará su escurrimiento.
Se trata casi de una crónica de una muerte anunciada. Meses atrás, la inauguración de un nuevo dique en San Juan, aguas arriba del curso del Salado, en uno de sus afluentes, anticipaba que el embalse de las aguas no iba a ser gratis para La Pampa que ahora vuelve a sufrir, por partida doble, la política antiecológica de las provincias que aprovechan su situación aguarribeña, para disponer del curso que es, naturalmente, interprovincial.
Las aguas del Salado, ha informado el gobierno provincial, pese a su alta salinidad, permite el desarrollo de una cuenca ganadera de medio millón de cabezas que ya ha entrado en crisis y evolucionará hacia su desaparición no bien se cumplan los vaticinios fundados en estudios que anticipan los técnicos gubernamentales.
Así, el año que prometía ser del inicio de la reparación histórica al sufrido oeste pampeano, no solo no lo es, sino que amenaza con ser lo contrario: el año que La Pampa perdió el río de cauce continuo que, aún con sus altos índices de salinidad, permitía dar vida productiva y ecológica a una parte de nuestro oeste. |
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