Al tiempo que se extinguía ayer el fuego que ardió por tres días, comenzaba a aflorar el daño ambiental inicial en la zona aledaña a la Caribbean Petroleum Corporation (CAPECO): 15 cuerdas de un humedal de 30 cuerdas contaminadas con diesel y aceite, peces muertos y una cifra indeterminada de patos silvestres, boas puertorriqueñas y pájaros carpinteros sin vida, estos últimos dos, especies en peligro de extinción.
Están por verse los efectos que no son tan accesibles al ojo como, por ejemplo, la posible contaminación del acuífero, recurso subterráneo de agua que sirve de abasto de agua potable de miles de ciudadanos y también para las operaciones de industrias de la zona de Bayamón, Guaynabo y Cataño.
“Una sola gota de gasolina puede arruinar cientos de galones de agua”, dijo a El Nuevo Día el geomorfólogo José Molinelli Freytes, catedrático de la Universidad de Puerto Rico.
Según ha trascendido, 21 de los 40 tanques de almacenamiento de combustible fueron consumidos por el fuego en CAPECO. Algunos de estos tenían capacidad para almacenar hasta medio millón de galones de combustible.
También, habrá que esperar a conocer si la presencia continua de una gigantesca columna de humo y particulado tóxico tendrá impactos a corto y largo plazo en la salud pública de la zona.
En Puerto Rico, el 10% de la población padece de asma y otros problemas respiratorios, según el Centro de Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés).
Se ha reportado que, luego de las labores de rescate y limpieza tras los ataques terroristas del 911 en Nueva York, bomberos, policías y otras personas que trabajaron durante la emergencia desarrollaron serios padecimientos de salud, y hasta cáncer, vinculados a la exposición al polvo contaminado.
“Este es el evento ambiental de corto plazo que ha generado las condiciones ambientales más agudas en la historia de Puerto Rico por su concentración de contaminantes”, opinó el químico orgánico Neftalí García.
A largo plazo, la contaminación en Vieques por los bombardeos militares y la polución en la antigua refinería de la CORCO en Peñuelas lucen como las actividades de mayor daño ambiental en la Isla, sostuvo el catedrático.
AMPLIA Investigación
La pesquisa en torno a lo ocurrido en CAPECO deberá considerar si funcionaron adecuadamente los sistemas de alerta que deberían existir en instalaciones como esta, coincidieron Molinelli y García.
Además, habrá que precisar cuál era el estado de los diques de contención alrededor de cada tanque, así como otros elementos que se supone tengan estas instalaciones para contener y minimizar la contaminación, como -por ejemplo- membranas para impermeabilizar el suelo.
Pero en el caso de CAPECO, la poderosa onda expansiva de la explosión pudo haber debilitado su infraestructura, más aún si se considera que se trata de una instalación de la década de 1950.
A eso se suma, el perfil histórico de violaciones que arrastra la empresa. Molinelli recordó que en 1970 se detectaron varios metros de gasolina en el subsuelo de la empresa.
En otra instancia, García recordó un derrame de combustible en el caño La Malaria, el cual provocó un gran incendio.
Para precisar si el acuífero se contaminó, habrá que instalar unos pozos que permiten rastrear el movimiento del combustible cuando llega al agua subterránea.
Si hubo contaminación, se requerirá una costosa metodología que supone extraer agua subterránea, remover los contaminantes a través de sistemas de aireación o destilación, para luego volverla a inyectar al acuífero.
Algo parecido ocurrió en un acuífero en la zona de Barceloneta, contaminado por un incidente en la empresa UpJohn donde se implementa -desde hace casi 30 años- un proceso de descontaminación que aún no culmina.
“La limpieza en CAPECO tomaría años y costaría millones”, dijo García.
Otras dificultades
Pero hay otros problemas vinculados a la contaminación de acuíferos.
Según Molinelli, la gasolina podría aflorar a través de ríos, quebradas o infiltrarse a través del suelo, creando así problemas de vapores fuertes que podrían ser percibidos por la ciudadanía.
También, al evaporarse sus compuestos volátiles, podrían infiltrar desde el subsuelo hasta alguna estructura cerrada (casa o edificio), quedar confinado y causar una explosión.
De la Zona Cero al océano
El agua que los bomberos utilizaron para reducir la temperatura de los tanques en la Zona Cero, y que pudo arrastrar trazas de combustible e, incluso, parte del particulado tóxico de la columna de humo, fue procesada en la planta primaria de tratamiento sanitario de Puerto Nuevo de la Autoridad de Acueductos y Alcantarillados (AAA), explicó José Ortiz, jefe de esa corporación pública.
Se trata de alrededor de 900,000 galones de agua, dijo.
Las plantas primarias son sistemas para limpiar las aguas de albañal que, según la reglamentación federal, deberían dejar de operar ya que producen descargas a la naturaleza que degradan el medio ambiente.
Sin embargo, la propia legislación federal provee unas dispensas para permitir que continúen operando si demuestran ser eficientes.
La de Puerto Nuevo es una de ellas porque, como parte de su proceso, tiene una tubería submarina de una longitud tal que descarga sus efluentes a una distancia de 1.5 millas dentro del mar.
Lo que se busca es aprovechar la capacidad de dilución y las fuertes corrientes oceánicas, para minimizar la contaminación. Allá fueron a parar esos miles de galones de agua usada para mitigar el fuego de CAPECO.
Aunque este proceso es aceptado por las agencias reguladoras, en plantas similares en la Isla se han reportado problemas relacionados con descargas que, luego de haber sido liberadas al océano, retornan por las marejadas y han llegado a playas de bañistas, comentó Molinelli, refiriéndose a la planta de tratamiento de Mayagüez.
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