El trajinado tema de los ríos pampeanos ha vuelto a ponerse de actualidad ante la posibilidad que en unas pocas semanas más el escurrimiento del río Salado, llamado Chadileuvú a partir de su entrada en nuestro territorio, se vea interrumpido por la escasez de agua. No es ésta la primera vez en medio siglo que el cauce se vería seco, según una información que se difundiera días atrás, pero sí es cierto que se trata de una nueva interrupción debida a causas humanas.
Por lo que se sabe, la disminución de caudales en la actualidad se debe específicamente a que la provincia de San Juan ha comenzado a llenar sobre el río homónimo el embalse de Caracoles. Advertirá el lector que la circunstancia se asemeja al corte del Atuel, padecido desde mucho tiempo por nuestro territorio; la causa es una obra hidráulica de aguas arriba, inconsulta y sin participación ni aviso hacia los abajeños y contribuyente a agrandar el caos en la que debe ser -al tiempo que la más grande- la cuenca más desordenada del país.
Es cierto que con los caudales que traía el río a La Pampa en los últimos tiempos tampoco lo hacían apto para su utilización debido a la alta salinidad de las aguas pero la escorrentía del curso, aunque disminuida, es un elemento importante en la ecología del desierto. Además, considerada desde otro punto de vista, esa presencia es, también, algo simbólico para los pampeanos. El río Chadileuvú no es un mero "zanjón de desagüe" como aventurara años atrás un delirante teórico mendocino; es un gran río (en su forma original su caudal era mayor que el del Colorado) degradado hasta límites increíbles. Pese a ello los técnicos pampeanos han detectado posibilidades de aprovechamientos siempre, claro está, que se cuente con un escurrimiento mínimo y constante.
Más allá de esas consideraciones lo más lamentable es el absurdo contrasentido que la circunstancia pone en evidencia: por un lado organismos nacionales y provinciales (de algunas provincias al menos) están desarrollando un estudio orientado al ordenamiento y sistematización de la cuenca, al parecer con interesantes resultados; por otro las provincias de aguas arriba siguen procediendo con un desprecio total por los derechos de quienes integran el resto de la cuenca y afianzando la política de los hechos consumados.
Estos hechos son demostrativos de una circunstancia lamentable: la falta de una política de Estado nacional en lo que se refiere a los recursos hídricos. Esa misma carencia parece insinuarse en lo que hace al ámbito provincial, dada la pasividad con que La Pampa recibe los sucesivos desaires, fiando al paso del tiempo los cambios de actitud, hasta ahora improbables, de las provincias de aguas arriba.
Triste destino el de este río que alguna vez se consideró importante para el desarrollo nacional y que hoy es noticia solamente cuando sufre dos variables opuestas: sus cortes por falta de agua o las esporádicas -y en ocasiones grandes- crecidas del sistema. Ambos fenómenos son provocadas porque las mismas provincias que cortan el agua se desprenden de ella ante el exceso, liberando sus embalses sin siquiera comunicar las crecidas provocadas artificialmente que tanto perjuicio ocasionan a La Pampa. |
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