Enormes camiones cargan diariamente el fruto del esfuerzo de centenares de aborígenes dedicados a la pesca nocturna, actividad que realizan con redes de todo tipo, en aguas del caudaloso río. El precio del producto es vil, lo que obliga a los nativos a prácticamente “barrer” el río con mínimos entramados para obtener alguna ganancia que les permita sobrevivir.
A diario cada grupo de redeadores, que poseen una o dos chalanas, entregan a los camiones acopiadores entre 2.000 y 3.000 piezas, de todas las especies y algunas que no reúnen las medidas mínimas de extracción. El precio que reciben como pago estos grupos de aborígenes apenas llega a 1,5 por pieza grande y tan sólo 1 peso boliviano por las de menor tamaño, equivalente a 85 centavos de la moneda argentina.
Todas las especies son valuadas de la misma forma, por lo que las redeadas incluyen bagres, sábalos (en su mayoría), bogas plateadas y doradas, salmones del Pilcomayo, y dorados, así también algunos patíes que son muy escasos.
Camiones, la mayoría de gran porte, cargan hasta 20.000 piezas cada uno y tardan en llenar sus heladas bodegas unos siete días.
En algunos pescaderos visitados por El Tribuno, como el de “Las Bolsas”, cercano a la población boliviana de Crevaux, a pocos kilómetros del límite norte con Argentina, los frigoríficos hacían filas para cargar el producto y la espera de varios de éstos llevaba ya casi cinco días. Se pudo corroborar que a lo largo de los variados caminos y rutas que permiten llegar al Pilcomayo existen garitas de control para la pesca, pero que éstas están sólo para cobrar un pequeño importe por la carga y por el tipo de vehículo, grande, mediano o chico. No realizan allí ninguna inspección a las bodegas, las que permanecen cerradas hasta los puntos de consumo y venta.
El Tribuno dialogó con uno de los transportistas, presto ya a partir hacia La Paz, quien explicó las metodologías de un negocio que produce enormes ganancias en las ciudades más pobladas del vecino país, como Santa Cruz, La Paz, Yacuiba y departamentos de la cordillera andina, donde el producto llega con un precio diez veces superior al pagado en origen. La contracara del negocio se ve a lo largo y ancho del río, donde las comunidades de aborígenes luchan contra la más extrema de las pobrezas, obligadas por la necesidad y la ambición desmedida a despoblar su río y dejar sin una fuente sustentable de alimentación a miles de pobladores del chaco argentino-boliviano.
A orillas del río
Javier, propietario de un Volvo frontal, al ser consultado por este medio se sincera y dice: “Me queda una cámara de 4.000 o 4.500 pescados y parto hacia La Paz, a más tardar mañana a las 8”.
¿Cuánta carga lleva ya? “Hasta ahora conté 9.500, espero llegar hoy a los 11.000 o 12.000. No puedo esperar más, tuve dos días sin cargar bien por falta de pesca. Ese tiempo está perdido, porque la carga y el hielo aguantan unos veinte días y las primeras cámaras las llené hace siete, por lo que me queda poco margen para entregar. Por suerte, este año el sábalo se vende muy pero muy bien, me lo quitan de las manos. Así, con un poco de fortuna en una semana estaré aquí nuevamente”, señaló.
Luego aseguró que la pesca volvió al Pilcomayo hace apenas un par de años, ya que anteriormente la contaminación minera y las sucesivas sequías aniquilaron la actividad y la mayoría de los pescados que se consumían en Yacuiba y Santa Cruz la importaban desde Corrientes y Entre Ríos. Al ser consultado acerca de la depredación de la que es objeto el río, afirmó: “Hay que aprovechar, porque hoy se da, mañana no se sabe”. |
|
|