Todos estamos de acuerdo en que gobernar no es nada fácil. El que lo haga, tiene que tomar decisiones a diario y, claro está, no puede dejar conformes a todos. Además, los recursos siempre son escasos y hay que elegir en qué se gasta la plata, siempre insuficiente.
En estos momentos de sequía intensa, no es nuestra intención de echarle la culpa al gobierno, repitiendo -aunque al revés- aquella famosa frase de “Piove, ¡governo ladro!” que denotaba la propensión de los ciudadanos de culpar a los gobiernos de cada cosa que sucede, incluso de las más insólitas o aleatorias.
La primera gran crisis que tuvimos con el agua de Córdoba, en las últimas décadas, fue cuando durante los años del gobierno de Eduardo Angeloz, la ciudad estaba partida en dos: la zona norte, sin problemas de agua y la zona sur, sin agua.
La solución sólo podía provenir de inversiones. Y como el Estado provincial carecía de los recursos suficientes, se eligió la privatización (aunque los radicales, para no aparecer como menemistas, prefieren la denominación pudorosa de “concesión”). Pero lo cierto es que el capital privado nos sacó del agua, por así decirlo. O, mejor dicho, de la escasez de agua.
Pero el agua, aunque hagamos las obras suficientes, puede continuar escaseando. Sobre todo si la gastamos a mansalva. Y esto no tiene que ver solamente con la sequía sino con la administración del agua. Gastamos muy por encima de los parámetros para una ciudad como la nuestra. Y la señal desde el gobierno es que el agua no es un bien valioso, al menos por lo que se cobra por ella: una cifra despreciable y ridícula que incentiva el despilfarro.
¿Y por qué es esto así? Porque los gobiernos temen ser acusados de “favorecer a los ricos” o de “oligarcas” o de “antipopulares” si llegan a permitir que el agua se mida y se cobre conforme al valor que tiene en otros países del mundo. Nadie quiere anunciar aumentos de nada. Y menos aún del agua que según se sabe, no se le niega a nadie. Nadie quiere hacerse cargo de dar malas noticias. Las normas de la política vigente lo desaconsejan. Hay que defender al pueblo cobrando lo menos posible.
Casi en el mismo sentido puede añadirse lo de la obra ahora propuesta por el gobernador, que no parece cara en relación con todos los problemas que nos solucionaría. Pero nos permitimos hacer una observación: ¿Por qué no se pensó antes? ¿Por qué no se incluyó en los presupuestos de años anteriores, para hacerla a lo largo de algunos años? Son las típicas obras en las cuales los gobiernos prefieren no gastar dinero. Porque el votante ni se entera de que existió. Si la obra se hace con el tiempo suficiente, el votante no notará ningún cambio: antes de la obra abría la canilla de su casa y obtenía agua; después de la obra ocurrió exactamente igual. Claro que lo que no sabe el vecino es que sin la obra, el agua hubiera faltado. Ahora, con los diques transformados en charcos, nos acordamos de que podemos traer agua desde el Paraná.
Por eso, no le vamos a echar la culpa de la sequía al gobierno pero convengamos en que nuestra falta de previsión y de garra para hacer lo que hay que hacer, es temeraria: nos deja a expensas de la voluntad divina.
Y, aunque todos sabemos que el Creador es argentino, no nos abusemos tanto.
Tratemos de ayudarlo un poco de vez en cuando.
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