El chaparrón que cayó en la madruga de ayer en la ciudad de Córdoba aplacó un poco la tierra. Pero no la aflicción que provoca por estos días la sequía entre quienes usamos habitualmente el agua como si nos molestara almacenarla sin derrochar.
Esta realidad de ríos exhaustos, de la lluvia que se hace rogar, de lagos que dan pena, de napas que descienden sin cesar y de vertientes que se secan, nos puso de cara a una realidad a la que venimos dándole la espalda desde hace décadas.
Es cierto que buena parte de la provincia está comprendida en la porción semiárida del territorio argentino y la alimentación de sus cursos de agua es enteramente pluvial, con caudales altos en verano y estiaje invernal. Esa es la razón fundamental de la poca disponibilidad de agua en gran parte del mapa cordobés. Y para algunos, esa es una realidad permanente.
Estamos mal y vamos peor. Unos 640 mil cordobeses (el 20 por ciento de la población) padecen la falta de agua en un centenar de pueblos y parajes del interior y en varios barrios de la Capital. Ellos saben cuánto duele no poder llenar un fuentón para bañar a los chicos, para darles de beber o para preparar la comida.
Están cansados de promesas, de proyectos archivados y de cortar rutas en reclamo de obras.
No hay que ir hasta Rayo Cortado, Las Palmitas, Los Eucaliptus, Cardones Altos, Pozo de la Olla, o El Prado (departamento Río Seco) para darse de frente con ese drama. Tampoco, perderse en los extremos de Ischilín, Cruz del Eje, Minas o Pocho. Basta con recorrer 60 cuadras hacia el sur, desde la sede de la Dirección Provincial de Agua y Saneamiento (Dipas) para encontrar canillas de las que no sale ni una gota hace años.
Por caso, las 60 familias de barrio Parque Universidad dependen del camión de la Dipas para cargar agua en las cisternas, los tanques o los tachos.
Ellas, como tantas otras de otras barriadas, se ilusionaron cuando Aguas Cordobesas les tendió la red domiciliaria. Mucho más, cuando el gobernador Juan Schiaretti fue a inaugurarla, hace dos años. “Tuvimos presión dos días y después volvimos a lo de siempre”, se lamenta Sara Lara, que vive en el lugar desde hace 12 años. Su vecina Alicia Arballo la acompaña en el sentimiento.
Batalla. Del otro lado del camino a Alta Gracia, las aproximadamente seis mil personas de Mi Hogar 3 están a punto de disputar una batalla por el agua con sus vecinos bolivianos, peruanos y paraguayos que habitan desde hace un año y medio el predio donde funcionó un basural municipal hasta febrero de 1977.
Son unas 600 familias que viven en una precariedad extrema. No tienen agua ni energía eléctrica y les falta todo lo demás.
Hace poco, la asociación civil Unión por los Derechos Humanos (Unidhos) consiguió que en ese asentamiento pusieran dos tanques comunitarios por cuadra, de 500 litros cada uno. Eso descomprimió un poco la tensión permanente que se palpa entre los pobres de un lado y los indigentes del otro, y que ahora reavivó la sequía imperante.
Por las dudas, la policía de la posta del barrio custodia las 24 horas la cisterna de 30 mil litros que llenan a diario camiones de la Dipas y de la que se abastece la población del sector.
Ese tanque australiano es un foco que tienta a los sedientos.
Es probable que, en breve, las lluvias vuelvan a mojar el suelo cordobés. Sin embargo, el agua será cada vez más escasa.
Con los baldes a cuesta
Unos 35 kilómetros al noroeste de Villa Dolores vive Anabella Carreño.
Tiene 14 años, trabaja en el cultivo de la papa, y cuenta: “Acá todo el año es igual, al agua hay que ir a buscarla en tachos hasta el pozo. Para cocinar o lavar hay que traerla. A veces en el verano vamos al pozo a bañarnos”.
“El pozo” es la boca de la perforación de un campo vecino, situado a unos 100 metros de la vivienda. Un abundante chorro de agua sale del subsuelo para regar los campos. Pero ella y sus hermanos deben trasladar en baldes el agua para los ocho integrantes de la familia.
El lugar es un oasis comparado con otros de la misma zona.
Es casi mediodía y no lejos, en El Ramblón, Roberto Azcurra (41) usa un “noque” para extraer agua de un “pozo balde” de más de 30 metros. Se trata de un sistema en donde un mular tira de una cadena que ayuda a extraer un tacho con agua subterránea de las profundidades. Luego de más de una hora de trabajo, Roberto carga 12 bidones de 20 litros en un “carro rodeador” para llevar agua limpia a la familia de su hermana, en un campo vecino. La tarea es parte de su rutina a lo largo del año.
Aljibes, cántaros y represas. En un almacén y bar de la zona, Carlos Cornejo acaba de reponer el agua de su aljibe. Pagó 30 pesos por seis mil litros que son provistos por la Comuna de San Vicente, situada a varios kilómetros. Desde el depósito el líquido es subido mediante bombas a un tanque, que provee a la vivienda. Pero en la zona rural la mayoría de las viviendas no cuentan con baños ni cocinas con instalación, con lo cual el requerimiento de agua es menor o más controlado.
Como la región está en una constante expansión agrícola, son frecuentes las canalizaciones con agua de origen subterráneo. Las familias extraen el agua para beber por la mañana temprano, para luego guardarla en cántaros o bidones. A veces le agregan algunas gotas de lavandina.
El agua usada para el aseo suele reutilizarse para el riego de plantas o frutales. Para los animales se almacena el líquido en represas, que en esta época se encuentran en plena crisis.
Cisternas y camiones
Víctor Lara (vecino de barrio Parque Universidad). “Construí mi casa acá hace 12 años y nunca tuve agua. Al comienzo nos daba la fábrica FMC, después empezó a traernos la Municipalidad y ahora dependemos de los camiones de la Dipas. Aguas Cordobesas nos hizo la red hace como dos años y vino (el gobernador Juan) Schiaretti a inaugurarla. Ese día prometió volver después de las elecciones a brindar con agua de la canilla, pero no apareció más. Tampoco, el agua...”
Pablo Garay (barrio Parque Universidad). “Según la publicidad del Gobierno (de la Provincia) este barrio se benefició con 230 mil pesos en obras del Programa Agua para Todos. Está publicado en su diario. Por lo visto esa, como tantas otras, es una obra fantasma. Acá dependemos de la cisterna y de que los camiones lleguen día de por medio”.
Pedro Lencina (Villa El Libertador). “Acá viven prometiendo obras para solucionar el problema crónico de la falta de agua. La última promesa que se escuchó fue la ampliación de la red para mejorar la presión a los barrios que están al sur de la Circunvalación. Vayan y pregunten allá si cumplieron alguna vez. Si ni siquiera limpian la cisterna de Mi Hogar 3 y muchos tienen que comprar el agua a una cooperativa ‘trucha’ o llamar a los camiones aguateros”.
Vacas muertas, pozos secos
"Se nos han muerto más de 30 vacas por la sequía, se caen y no se levantan más", dice en La Concepción Gustavo Palacios, quien afirma que si no llueve en los próximos días la mortandad será mayor. Y explica: "Solamente la lluvia hará salir el pasto para que coman. Algarroba hay, pero va a caer recién en diciembre de los árboles".
Hilario Ponce (54) se asoma a su "pozo balde" de 27 metros que sigue seco. "El 15 de octubre fue la última vez que le saqué agua", precisa el vecino de Pozo de la Pampa. Sus ovejas beben el agua barrosa y escasa de la represa, y el pisadero donde hacía barro para fabricar ladrillos está seco. La sequía castiga a toda Traslasierra, pero en el noroeste de la región y cerca del límite con La Rioja, se hace sentir con el rigor de un drama. |
|
|