“Cuando lleguemos a casa, lo primero que voy a hacer es darme una buena ducha. Por las dudas”, le dice un remero a su esposa después de la aceitosa travesía. En la cuarta remada de nueve kilómetros por el Riachuelo participaron casi cien botes y unos 300 remeros, entre profesionales y participantes. Desde el Yacht Club Puerto Madero hasta el Club de Regatas Avellaneda –a unos quinientos metros del Puente Pueyrredón–, todos remaron para reclamar la recuperación del Riachuelo.
Kayaks de plástico, botes profesionales de regata con asientos movibles, otros más grandotes con seis hombres por banda que coordinaban los palazos sobre el agua, que pasa de un color verdoso a petróleo puro, de la postal turística en Puerto Madero a riberas miserables dignas de Calcuta, en Avellaneda. Y el viaje que hacen las narinas humanas empieza con un airecito fresco prestado por el Río de la Plata y termina con un olor penetrante entre fecal y tóxico.
“Lo que buscamos es que la gente empiece a redescubrir el Riachuelo, que deje de ser algo que nadie quiere ver”, dice Antolín Magallanes, director ejecutivo de la Fundación por La Boca, organizadora de la actividad junto a la Unión Industrial de Avellaneda y la Federación Metropolitana de Remo. Una banda de música celta subida a un bote llenó de acentos gaiteros todo el trayecto. Dio surrealista cuando los músicos se mandaron un “O sole mio” en el tramo tristón de barcos oxidados que viene después de Vuelta de Rocha: cuestión de cerrar los ojos, sentirse en un canal de Venecia, y volverlos a abrir y no ver el Lido sino lo que queda de un astillero cerrado en los años noventa.
Un remero le cuenta al cronista que hace 140 años –hay que transportarse en el tiempo a un riacho bucólico que culebrea en una pampa jardín preindustrial– Domingo Faustino Sarmiento se bajaba unos kilos remando por la frontera acuática que separa a la Capital del sur. Eso, el cronista no lo pudo confirmar, pero encontró un indicio: el maestro inmortal fundó el primer club de remo de la Argentina, el Buenos Aires Rowing Club, en un terrenito de Barracas sobre el Riachuelo.
Los remeros 2009 avanzaron animados, aunque después del Puente Pueyrredón, con el agua a esa altura llena de cositas negras (con buenas chances de ser excrementos) flotando y con prefectos apostados por seguridad en los asentamientos ribereños, el paseo, en algunos gestos, se convirtió en un “¿dónde me estoy metiendo?”. La llegada fue en el Club de Regatas Avellaneda, víctima directa del estropeo brutal de este estuario. Como su nombre lo indica, la institución nació hace un siglo para dedicarse a la práctica de deportes náuticos. Ahora eso sucede una vez al año. El último equipo de remeros del club huyó del Riachuelo en 1991, como si se hubiera secado. “No daba para más, la contaminación nos expulsó y nos fuimos al Tigre. Hoy me reencontré con muchos lugares”, cuenta a este diario uno de sus cuatro miembros, José Raúl Yoris (41). Con menos carga emotiva encima, Ingrid Rahn, remera del Delta, cuenta qué le parecieron los nueve kilómetros: “Fue algo maravilloso. La oportunidad de remar por el Riachuelo no se da siempre”, y señala: “Ojalá que esta vez se cumplan las promesas de limpieza”. Fue el anhelo de todos los participantes |
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