Si la humanidad siguiese desarrollando el estilo de vida actual durante los próximos diez años, la temperatura subiría dos grados, inevitablemente. El dato que proyectan los científicos significa que habrá consecuencias en las actividades agrícolas, en el régimen de lluvias, en los glaciares y en el nivel de los mares. Desaparecerán los corales ante la acidificación de los océanos, perderemos el 30 por ciento de las especies y se producirán muertes por calor, inundaciones o sequías.
Sin embargo, el cambio climático no está en la agenda, aunque falte un mes para una cumbre que hará historia. Por acá sigue sin figurar entre las prioridades de la comunidad política, y la cobertura en la prensa resulta insuficiente. En Copenhague, Dinamarca, el mundo se apresta a discutir la necesidad de un nuevo orden, un cambio rotundo de paradigma que alterará los modelos de producción y consumo que conocemos hasta estos días.
El caso de desatención más extremo ocurrió en Vietnam, donde no había nada publicado sobre el cambio climático hasta 2007. Una decidida acción del gobierno y los editores revirtió drásticamente la cuestión.
En Brasil, las veinte principales empresas del país (entre ellas, Camargo Correa, dueña de la local Loma Negra) han solicitado a Lula que lidere las posiciones en Copenhague para reducir emisiones. Es cierto, desmontan una superficie similar a la de la provincia de Tucumán cada año, pero al menos una parte de sus decisores están convencidos de que hay otros modos, diferentes prioridades y, quizá, nuevas interpretaciones de lo que significa progresar.
El cambio climático no es una cuestión ambiental únicamente. Tiene implicancias políticas, económicas, referentes a la salud y a los derechos humanos. Requiere un tratamiento transversal y su abordaje es complejo si decidimos tomarlo como un desafío y una verdadera oportunidad para cambiar las condiciones de desigualdad extrema en las que vive la mayoría de la humanidad.
Además de las decisiones políticas para emprender el abordaje integral de la cuestión, es imprescindible un periodismo de propuesta, más riguroso, menos rezongón y con un compromiso persistente.
Los ciudadanos necesitan contar con herramientas que les permitan advertir que es necesario prepararse para lo que vendrá utilizando la tierra, el agua y el resto de los recursos con una mayor dosis de humildad. Ya no es posible el despilfarro, ni sostener el equívoco de que la acumulación de bienes nos proporcionará automáticamente felicidad. Posiblemente debamos atender un poco más la esencia de lo que somos: antes que consumidores, ciudadanos. Nuestra verdadera condición es la de maestros, curas, carpinteros, amas de casa, labradores o programadores de computación. Personas. Hombres y mujeres que nos relacionamos a través de diferentes saberes adquiridos por decisiones expresas o legados de la tradición ancestral.
Tal vez el recurso más acertado, ante inminentes decisiones por tomar, sea que las personas cambien en sus propias vidas, que asuman una conducta diferente. Y para eso es necesario revertir el proceso de razonamiento tradicional.
Parece mentira, pero seguimos celebrando índices que no reflejan el bienestar general: resulta que un país es exitoso si exhibe un alto producto bruto interno (valor monetario de los bienes y servicios finales producidos por una economía en un período determinado) aunque esto no refleje -ni remotamente- la ventura de la mayoría de la población. En los últimos 40 años, el PBI mundial se duplicó, pero el índice de calidad de vida ¡bajó a la mitad!
La misión de los periodistas y la responsabilidad de los medios de comunicación es vital para la construcción de una nueva mirada sobre los hechos y el mundo que nos circunda. Y no hace falta una perspectiva catastrófica para contar estos sucesos; por el contrario, deberíamos alentarnos para encontrar salidas positivas y proporcionales, que tengan en cuenta el planeta finito que nos abriga.
Las nuevas oportunidades de negocios, o las fascinantes tecnologías tendientes a la producción y el ahorro de energías no contaminantes, encierran parte de los desafíos que tiene la humanidad. Cuando elegimos las noticias, seguimos sin privilegiar esos retos frente al desarrollo de los actos chabacanos que ocupan más espacio de lo que nos recomendaría un buen médico para conservar la salud.
"No es fácil convencer a los editores sobre las buenas historias", me dijo esta semana el buen periodista James Fahn de Internews . "Quieren todas malas. Así, el cambio climático aparece mencionado sólo si se produce una tempestad. De modo tal que la vecindad abre sus ventanas, ve llover y dice con resignación: bueno, finalmente ha llegado el día? el mundo acabará mañana". Estas noticias hacen que los ciudadanos vivan aterrados y sin ganas de participar. Son lucubraciones histéricas que terminan haciendo que las personas vivan descreídas, malhumoradas y con mentiras en la cabeza. El peor mal para morirse mañana. © LA NACION
|
|
|