Como un convidado de piedra, el cambio climático con la emergencia agropecuaria golpeó los surcos nacionales en los últimos días al “descubrirse” que en el nororeste santafesino ya las escuelas cerraron porque el cauce del río Salado está vacío y el agua se encuentra retenida en Salta.
El imperativo es tan grave que el presidente del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático (PICC) y Premio Nobel, Rajendra Pachauri, dijo que es “urgente y esencial que el mundo se movilice ante el cambio climático: de hecho, ya no puede haber debates acerca de la necesidad de actuar, el cambio climático es una realidad inequívoca y más allá de cualquier duda científica”.
En la Argentina las consecuencias están a la vista.
Pablo Orsolini, ex vicepresidente de Federación Agraria Argentina (FAA) y diputado nacional electo, se convirtió en estos días en un paradigma y referente de la dicotomía sobre la que descansa su provincia, emblemática también.
Una franja chaqueña puede ser inundada por el Paraná, el resto del territorio sufre la sequía y el dengue se cierne sobre una espada de Damocles.
El dirigente empapado de un diagnóstico y de reclamos fue con chacareros y gente de las filiales de FAA a reunirse con el ministro de Agricultura, Julián Domínguez.
Antes de salir hacia el encuentro, Orsolini dijo al periodismo: “Cuidado porque los del campo, expulsados, vamos a venir a engrosar el foco de inseguridad que es el conurbano”.
La gente de Stroeder y de otras zonas del partido bonaerense de Patagones pueden refugiarse en Bahía Blanca si la ayuda prometida no llega.
Así las migraciones rurales a las abarrotadas periferias urbanas se transformaron en otra consecuencia no deseada del cambio climático junto con la incapacidad de comprender que se trata de un adversario poderoso al que hay que enfrentar con políticas.
Para entender, baste comprender que la cosecha de trigo, respecto del mismo período del año pasado, bajó en volumen un 50 por ciento y que el avance de soja marca una caída en superficie cubierta hasta la fecha del 17,9 por ciento: está demorada.
El ingeniero agrónomo Eduardo Anchubidart confirmó que en las zonas núcleos sojera y maicera (sur de Santa Fe y norte de Buenos Aires) hubo bajas temperaturas lo que demoró el inicio de la campaña de soja 2009/10.
Por otro lado, Córdoba, el oeste de Buenos Aires, la zona central de Santa Fe, La Pampa, gran parte del oeste bonaerense están secos, no hay agua disponible y las siembras se detuvieron totalmente, aclaró el especialista.
Salta y Tucumán tuvieron una sequía de varios meses que perjudicó al trigo sembrado en esas provincias y el rendimiento bajó a 700/900 kilos por hectárea. Lo mismo ocurre con el noroeste santafesino.
“¿Qué estamos esperando? ¿Que en Chaco, Santiago del Estero, Salta, haya abundantes precipitaciones para promover implantaciones de gruesa, también de algodón?”, dijo Orsolini.
En este contexto, el trabajo de realizar estimaciones agrícolas es arduo. “Seguiremos con la perspectiva de 19 millones de hectáreas de soja a sembrar, siempre que haya agua en noviembre en todas las provincias que están secas y que significan muchas hectáreas”, señaló Anchubidart.
Sin embargo, hay un lugar privilegiado que son los sitios de concentración agrícola donde la tecnología es de punta y están más preparados para hacer frente al cambio climático.
La pregunta es cruel ante este panorama: ¿Qué hacer con todos los chacareros y gente de campo sin recursos?
|
|
|