Como una broma de mal gusto, nubes oscuras se muestran en el horizonte, a pocos kilómetros del lugar. “Por allá está lloviendo ¿Cuándo irá a llegar el agua por estas partes?”, se pregunta angustiada doña Manuela, una abuela del paraje Villa Rosa, en la zona este del departamento Guasayán, donde el agua es una verdadera bendición, pero en esta parte del sufrido interior santiagueño hace ya ocho meses que no cae una gota.
“Y no queda otra que esperar a que llegue el camión, señor”, responde al periodista de EL LIBERAL mientras se acomoda con dificultad en una vieja silla de cuero de cabra y madera, ayudada por un bastón. Se refiere a los vehículos con tanque cisterna pertenecientes a la Administración Provincial de Recursos Hídricos que regularmente recorren la zona con su valioso cargamento que es derramado en viejos aljibes. “Tengo una jubilación de $ 500 y todos los meses guardo $ 150 para el agua, porque sin eso no podemos vivir, ni yo ni mis animales”, completa.
Su realidad es la misma que la de decenas de familias de la zona. Están condenadas por la sequía y por algunos personajes del organismo que maneja la distribución del agua en toda la provincia a donde no existe otra forma de abastecimiento.
Es que la desesperación por conseguir un poco de agua puso en alerta a algunos inescrupulosos que hicieron de un servicio elemental y supuestamente gratuito un verdadero negocio, apostando a que las benditas lluvias nunca lleguen y que las solicitudes presentadas en Recursos Hídricos jamás salgan de un cajón que ellos mismos se encargan de cerrar a espaldas de las autoridades.
Villa Rosa, El Galpón, San José, El Porvenir, San Ramón y Favorina son todos parajes de la zona este del departamento Guasayán, cerca del límite con el departamento Capital.
Una investigación realizada por EL LIBERAL pudo sacar a la luz una verdadera red de comerciantes del agua que operan adentro mismo de Recursos Hídricos, que utiliza vehículos y combustible del Estado para conseguir dinero fácil, aprovechándose de la desesperación de empobrecidos campesinos a quienes les cobran entre $ 120 y $ 180 por viaje.
Una docena de testimonios recogidos por un equipo periodístico en toda la zona permitió conocer el manejo oscuro de empleados infieles que, hasta ahora, se ocultaban en el silencio forzado de sus “clientes-rehenes”, a quienes llegaron a amenazar con dejar sin agua durante todo un año si osaban denunciar la venta de agua con vehículos oficiales.
“Aquí todos compran el agua a la gente de Recursos Hídricos y si algunos no lo dicen es porque tienen miedo de que después no les traigan cuando hagan pedidos, porque también hubo amenazas”, denunció Fernanda, nombre ficticio con el que identificaremos a una pobladora de la zona que prefiere no revelar su verdadera identidad, precisamente por temor a sufrir consecuencias de esta denuncia.
Un largo recorrido por un intransitable camino polvoriento que nace en el paraje Luján, junto a la ruta 64, conduce a Villa Rosa y El Galpón. Allí viven no menos de cincuenta familias, muchas de las cuales se animaron a romper su complicidad obligada con quienes dos o tres veces por mes les arrebatan hasta una cuarta parte de sus magros ingresos.
“Toda la vida faltó agua en la zona y nos cobran para traerla. Este año ya se han pasao, porque si no hay plata… no tienen agua. Antes se demoraba lo mismo en llegar el agua de Recursos Hídricos, pero no te la cobraban. Esto se ha hecho más seguido desde el invierno pasado hasta ahora, cuando se ha hecho más grave la sequía”, cuenta Raquel, una vecina de Villa Rosa.
Los relatos se repiten una y otra vez. Los choferes llegan con sus camiones derramando agua por las bocas de las cisternas. El que tiene plata recibe, el que no, debe seguir esperando, salvo que tenga un poco de dinero y algún cabrito o lechón para completar el monto reclamado por el proveedor.
La escuela, un oasis para los más pobres
“Cuando vamos a la oficina ya me conocen. Nos dicen que no hay tanque, que se han echao a perder, que no hay combustible… y yo sé qué me están mintiendo. Entonces salgo y voy a donde llenan los tanques, está a menos de una cuadra, ahí lo hablo a los choferes y le pregunto cuánto me va a cobrar. La última vez $ 150 me han cobrado”.
El relato es muy claro y certero. La mujer, sentada en su zorra, tiene voz firme. Sabe de los riesgos de contar lo que pasa en la zona, por eso prefiere que su nombre no sea publicado, pero está cansada.
Desde abril pasado su familia no recibía agua y ya estaba harta de esperar. Hasta ahora se las había arreglado con un poco que recibió en un operativo organizado por una puntera política de la zona y con los tachos que le daban en la escuelita del lugar.
Como ella, muchas familias pueden saciar la sed gracias a la escuela Nº 146 Ricardo Gutiérrez, que tiene un aljibe de 26 mil litros de capacidad y que cada uno o dos meses recibe religiosamente su cuota de agua para los casi cuarenta chicos que asisten a clases.
Los más pobres, que no pueden pagar los $ 150 que les exigen los camioneros, están obligados a cargar sus tachos en zorras tiradas por mulas, o bien en carretillas, para llenarlos en la escuela, que cuando el sol más quema y los animales están agonizantes, se convierte en punto de encuentro obligado para la mayoría de los pobladores de la zona.
PRIVADOS - Otros también hacen dinero con la sequía
Los particulares venden a $ 250 los ocho mil litros
Desde hace décadas, en distintos momentos de la historia de Santiago del Estero, se comentó de quienes hacían negocio con la escasez de agua en distintas regiones. Pero siempre se habló de particulares que recorrían traicioneros caminos del interior con sus codiciadas cargas. Nunca antes se había hablado tan abiertamente de los mismos empleados de Recursos Hídricos comerciando con el vital líquido que hace la diferencia entre la vida y la muerte de miles de animales y que definen la subsistencia de muchas familias.
En esta parte del territorio santiagueño existen no menos de dos particulares que se dedican a comerciar con agua. Gallo y Robles son dos de los apellidos que salieron rápidamente de quienes son rehenes de una situación límite.
Su servicio de provisión domiciliaria de agua –no se sabe si potable o no- cuesta entre $ 220 y $ 250 por viaje en la zona comprendida entre El Galpón y El Porvenir, aunque se sabe que kilómetros más adentro del departamento Guasayán se llegó a cobrar hasta $ 500 por viaje de ocho mil litros.
Lo curioso de esto es que para muchos vecinos, la actividad que desarrollan estas personas es tomada como casi un gesto humanitario en medio de tanta desesperación. “Por lo menos tenemos el agua de los particulares, aunque nos cobren”, dijo un criador de cabras que recibe hasta tres viajes por semana para sus animales y su familia.
“Si los de Recursos Hídricos nos trajeran más rápido el agua, uno les podría dar $ 50 o $ 100, pero nos demoran mucho”, agregó una mujer que vive a metros de la ruta 64 a quien se le hizo tan común pagar por el agua que no concibe otra forma de conseguirla, sea a través de particulares como de empleados del Estado.
ESPERA - Cómo funciona el negocio
Si no quiere esperar, pase por el taller
“Los que manejan los expedientes están de acuerdo con los que conducen los camiones. Tenemos vecinos que con un golpe de teléfono les alcanza para que vengan los camiones. Algunos tienen privilegios”, denunció un vecino de El Galpón que, por temor, prefiere no revelar su identidad.
En el este de Guasayán todos saben cómo funciona el negocio del agua: Cada familia realiza el pedido correspondiente en Mesa de Entrada del organismo de Belgrano (N) al 900, donde se pone en marcha el engranaje de los mercaderes”.
¿Quién aguanta noventa días sin agua? Ése es el punto: dilatar todo lo posible el proceso administrativo para forzar la búsqueda de la vía más rápida y más beneficiosa para el transportador.
Si los animales y la gente no pueden esperar, entonces el camino más corto para satisfacer la desesperante necesidad es bien conocido por la gente: Si no hubo respuestas favorables en Mesa de Entradas, el interesado debe salir del edificio principal de Recursos Hídricos caminar media cuadra hacia el sur por la misma vereda, cruzando la calle, y pararse en el portón de entrada del taller de la repartición.
Alcanza con hablar con alguno de los tantos choferes de turno para sellar el acuerdo. “Yo me fui una mañana i’ hablao con un hombre en la puerta y a la tarde siguiente ya estaban descargando en casa. $ 150 me ha cobrado el chofer”, dijo una vecina de El Galpón.
Todos coinciden en algo: no es casual el paso lento de los expedientes. Es casi una costumbre para la gente de la zona andar en sus quehaceres cargando en los bolsillos los formularios amarillos en los que consta el inicio del trámite por la entrega del agua gratuita. Todos tienen anotados con lápiz sobre el membrete las fechas de cada uno de los días que acudieron a reclamar el envío. Algunos esperan desde junio y con no menos de seis visitas infructuosas.
Así transcurre el tiempo. Pasados los noventa días de espera mínima para cualquier trámite, podrá llegar algún camión con el servicio sin cargo, pero entre esos tres meses hubo al menos de dos compras obligadas por no menos de $ 150 a los mismos mercaderes que hacen de la sequía un verdadero negocio con vehículos y combustible del Estado y, como si eso fuera poco, con sueldo y viáticos pagos.
SIN AGUA - Intentan acallar a quienes denunciaron la venta ilegal
Silenciados bajo amenaza
A mediados de octubre pasado, decenas de personas de los alrededores de la escuela Nº 146 Ricardo Gutiérrez se reunieron para conformar una comisión vecinal. Esa fue la ocasión ideal para tratar la problemática del agua en la zona. Durante largo rato los vecinos descargaron sus penas por la sequía, hablaron de la mortandad de animales y de la desesperante espera por los camiones con el agua gratuita que tramitaron en Recursos Hídricos.
Resumidas todas las inquietudes, se hizo un acta en la que se planteaba cada una de las cuestiones más urgentes de los pobladores. Al pie de la nota, uno a uno los vecinos fueron firmando. Sólo uno o dos se abstuvieron de hacerlo. “Son los acomodados”, sentenció alguien al periodista. La idea era llevar una copia para EL LIBERAL.
Al día siguiente, una vecina que había concurrido al organismo provincial para reclamar uno de sus tantos pedidos pendientes, recibió una inesperada amenaza: “Sepan que si llega a salir algo en EL LIBERAL, ni vos ni la directora de la escuela van a recibir agua en todo el año”.
Alguien de la comunidad campesina había alertado a los mercaderes del agua de la determinación de la gente y la advertencia no se hizo esperar. En Villa Rosa todos sospechan de la misma persona. “Por algo recibe agua todas las semanas. No hay expediente que salga tan rápido como para que tenga agua cada ocho días”, dijo una vecina, señalando a un posible informante.
Pero en esta parte del departamento Guasayán la gente empezó a perder el miedo y se está animando a levantar la voz para terminar con el abuso al que son sometidos desde hace meses por quienes hicieron de la sequía el negocio de sus vidas. |
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